Benshis: ¡que me cuentes la película!
Desde el nacimiento del cine en el Japón –en Osaka, allá por 1897- y hasta bien entrada la era sonora (1939, como poco) sobrevivieron en el extremo oriente unos extraños y prestigiados personajes, mezcla de showmans, imitadores y cuentacuentos. Se llamaron benshis (o katsubens) y su función fue, básicamente… hacer del cine silente una experiencia genuinamente teatral.
Pero no solo eso. Aunque la figura nacía de la tradición (y esta imponía la presencia de un intermediador, de un demiurgo entre la obra y el espectador, al igual que existía un coro en el teatro Noh, un narrador gidayu en el Kabuki o un cantante joruri en el drama de marionetas Bumraku (1)), el benshi se supo labrar un prestigio al margen de cualquiera de las manifestaciones artísticas conocidas hasta el momento. Un buen benshi guiaba a través de unas historias mayormente confusas para el japonés medio (el catálogo de películas occidental desplegaba ante ellos sociedades, culturas recién descubiertas para un pueblo en plena era Meiji), pero no se trataba sólo de transmitir un cierto background: también debía de hacer lo posible por mantener el interés de la audiencia. Y la audiencia, desde el principio, se mostró pero que muy interesada: el cine se impuso en apenas una década como el ocio favorito de los nipones, sin distinción de clase y condición (una legitimación inmediata que le costó más tiempo ganarse en Europa o Norteamérica).
Y como siempre ha pasado en el mundo del entertainment, escudados en este “loable” propósito… todo valía. Los benshis reescribían las historias –todavía balbuceantes a nivel narrativo- y las amoldaban a sus talentos e intereses. ¿Por qué utilizar un tono de voz monocorde si uno era capaz de ponerse en la piel del niño, del guardia, de la madre? El benshi ya no se contentaba con contar la historia antes de que empezasen a proyectarse las imágenes a 18 fotogramas por segundo: doblaba en vivo y en directo, afinando su espectáculo con las sucesivas proyecciones. Y además hacía más llevaderos los inevitables descansos entre bobina y bobina. Su presencia era ya obligada, fuese o no extranjera la película: se esperaba que las cintas japonesas también contasen con cierto kowairo setsumei (“colorido vocal”).
Su éxito, en ocasiones, fue arrollador. Hasta el punto de sobrevivir meses –incluso años- a la película original (fue notable el caso de Musei Tokugawa y su versión de El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1919), convertida en vehículo de lucimiento del que fuera considerado mejor benshi de la historia (2)). Algunos hasta grabaron su acompañamiento al original cinematográfico, convirtiéndolo en un producto con entidad propia, consumible lejos de la sala. Los mejores se ganaban muy bien la vida y hasta se fundaron escuelas para formarlos. En lo más alto de su popularidad (1927, justo un año antes de la irrupción del sonoro, el momento más fecundo en la historia del cine japonés con una producción de 700 filmes por temporada) llegaron a haber más de 6800 benshis, que competían entre sí en diferentes torneos. Actuaban acompañados de tañedores de shamisen, ¡incluso de orquestas enteras! Podían pedir que se adelantase o se retrasase la velocidad de proyección para amoldarla a sus discursos, incluso hubo casos de películas diseñadas exclusivamente para su lucimiento. Como apunta Nieves Moreno, “diversas técnicas narrativas conformaron el arte de la narración convirtiendo el hecho de ir al cine en una experiencia dinámica, participativa y vibrante. Su trabajo consistía en una mezcla de talento, conocimiento e improvisación” (3)
Aunque el número de estrenos de películas “sonorizadas” en el Japón siguió siendo porcentualmente bajo respecto a las silentes –y las que llegaban a la cartelera eran convenientemente “silenciadas” para que se escuchase al benshi-, lo cierto es que la profesión estaba herida de muerte. El espectáculo montado alrededor del benshi quizás desvirtuaba el hecho cinematográfico y lastraba el avance de una industria que se había impuesto como modelo el de los estudios estadounidenses. Pero la razón fue mucho más mundana. Los benshis y su parafernalia resultaban caros (ganaban más que los propios actores). En Norteamérica los narradores en directo duraron hasta 1910 y en Japón no empiezan a cuestionarse hasta 1932 (4). El Movimiento por un Cine Puro (1915-1925) ya había alertado sobre el anacronismo del cine hecho en Japón, poniendo el acento en lo ridículo de seguir empleando hombres para roles femeninos (los oyama) o narradores de lo que ya empezaba a ser más que evidente (la novedad había dejado de ser tal: las convenciones del cine occidental habían sido asimiladas por las audiencias). (5) El cambio de paradigma era inevitable y las consecuencias fueron, para muchos, dolorosas (el propio hermano de Akira Kurosawa se suicidó tras perder su trabajo como benshi).
En junio del año 2014 pudimos asistir a la gira de uno los escasos supervivientes de esta viaje estirpe en Madrid, Barcelona y A Coruña. Se llama Raiko Sakamoto y debutó oficialmente en el año 2000, realizando actuaciones en directo con películas de época. Su curriculum era variado: Raiko ejerce de actor musical, doblador de anime, narrador publicitario y dibujante (algunas de sus animaciones las emplea en sus actuaciones cómicas como benshi). Más que benshi les gusta calificarse como katsuben (“narradores del silencio”).
Como es de suponer, poco ha sobrevivido del trabajo del benshi, como poco nos ha llegado de la producción cinematográfica japonesa anterior a 1945 (desaparecieron 9 de cada 10 copias de películas). Por muy loables que sean los intentos de “resurrección” por parte de estamentos culturales japoneses, lo cierto es que es prácticamente imposible para un no nativo llegar a entender los inusitados matices que podía llegar a tener la actuación de un buen benshi, aquél tipo que te contaba la película sin entenderla muy bien él mismo. Pero eso sí: con mucha actitud, desparpajo y capacidad de comunicación.
(1): ‘Cien años de cine japonés”, de Donald Richie. ‘Los comienzos y los benshi’. Pág. 18.
(2): https://eltestamentodeldoctorcaligari.com/2014/06/05/los-benshi/
(3): Programa de mano ‘Katsuben. Narradores del silencio’
(4): ‘Cien años de cine japonés”, de Donald Richie. ‘Los comienzos y los benshi’. Pág. 16-17.
(5): http://aboutjapan.japansociety.org/content.cfm/a_brief_history_of_benshi
[…] quiera que seas, reclama lo tuyo” dice León mientras hace de benshi, vestido y pintado de alguien perteneciente a la los pueblos originarios de América. En una mezcla […]