AMFEST 2018, el triunfo de la atmósfera
Hace exactamente una semana, a estas horas estábamos en el recinto de la Fabra i Coats viviendo un festival que ha crecido desde sus anteriores ediciones, celebradas en el Apolo. Con este cambio de recinto, el antiguo Aloud Music Festival no solo ha crecido en aforo, sino en número de bandas y en dimensiones en general. Lo que no han perdido son su línea musical, que sigue centrándose en bandas mayormente (aunque no exclusivamente) instrumentales que orbitan alrededor del post-rock, el progresivo, el stoner, el drone y el metal, pero que resultan difíciles de clasificar en etiquetas concretas. Ni falta que hace. Baste con decir que aquí lo que abunda es la densidad, la repetición, el ambiente y la intensidad.
Antes de seguir, quiero disculparme por la mala calidad de las fotografías, hechas por un servidor con su pobre móvil. Muy pronto, cuando en Culturaca empecemos a mover billetes, contrataremos a un fotógrafo.
El festival se repartió en tres escenarios rotativos, y las bandas se iban sucediendo de modo que todo el mundo podía verlo todo. La duración de los conciertos va oscilando, desde los 30-40 minutos hasta una hora y media en el caso de los cabezas de cartel. Algo que me gustó mucho es que, a pesar del amplio abanico estilístico concentrado en el cartel, había una especie de uniformidad de atmósferas, que te hacían viajar por lugares muy especiales. Además, la relación entre cantidad de público y espacio disponible era óptima. Incluso en los momentos más concurridos, con Amenra y con Tundra, podías disfrutar magníficamente del concierto estuvieras donde estuvieras, con aire para respirar, bailar, estar.
El viernes empezó con los barceloneses Blood Quartet, que lamentablemente no llegué a tiempo de ver. Me enganché ya a Sofa, un trío de rock instrumental que derrochan energía, simpatía y simplicidad. No se complican la vida. Tienen dos discos, llamados I y II. Lo suyo es soltar una descarga sónica considerable y sacudirte como si no hubiera mañana. Bravo por los de Zarautz. A continuación vimos a Linalab, alter ego de Lina Bautista, que se dedica a experimentar con texturas y paisajes sonoros, fusionando guitarras con loops electrónicos y cantando con un viejo teléfono. Lo suyo son las estructuras repetitivas, los mantras minimalistas, los temas que se solapan en un devenir continuo y las progresiones delicadas que te hacen entrar en estado de trance.
Los noruegos Soup vinieron a fascinarnos con su último álbum, el recomendable Remedies. Nos ofrecieron un recital de largos desarrollos en lento crescendo y destellos de voz sutil. Entre la iluminación sutil y la fascinante imagen proyectada (la portada del disco, obra de Lasse Hoile), se generó una atmósfera muy especial. Lentamente ibas entrando en sus canciones, que juguetean entre el progresivo y sonidos sinfónicos, y cuando te dabas cuenta habías abandonado ya el mundo físico. A ratos pinkfloydeaban bastante, mientras que en otros momentos explosionsintheskyeaban más. Después de este viaje, le tocó el turno al DJ vasco Amsia. Tengo que confesar que no soy un gran conocedor de la música electrónica. Me costó un poco entrar en el universo oscuro y estridente de Amsia, aunque tengo que decir que entendí adónde nos quería llevar. A una especie de infierno dantesco de beats y exturas afiladas, un agujero satánico en el que acabar con la música. O algo así. A escuchar de nuevo, por si acaso.
El ambiente empezaba a caldearse. Thermic Boogie se subieron al escenario y, sin demasiados preámbulos, nos echaron encima una descarga de dinamita. Este dúo salvaje y cavernícola practican un rock libre y abstracto, que sería al rock lo que Ornette Coleman fue al jazz. ¿Quién quiere canciones estructuradas cuando puede tener el magma del caos? Imagínate que Keith Moon y Hendrix hubieran cerrado el Magic y se hubieran quedado tocando toda la noche hasta el amanecer. Entonces llegas tú y te encuentras un circo de riffs y redobles salidos de las mismísimas entrañas del rock and roll, con incursiones en el stoner más kyussesco. Y flipas, claro.
Acto seguido, la sala se llenó para recibir a los belgas Amenra, unos de los favoritos del viernes. Estos cinco belgas han creado un universo muy personal, y han vuelto locos a sus fans con su espiritualidad oscura y su música demoledora. Salieron al escenario, tomaron posiciones y empezaron a calentar el ambiente con una progresión tan delicada como extensa. Eso sí que es crear anticipación. Como si caminaras durante horas por un glaciar, esperando el desprendimiento que casi llega, pero no. Hasta que llega, y el público se entrega al unísono a un lento headbanging ritual que nos conecta con una esencia desconocida a la vez que familiar. Amenra alternan constantemente pasajes de contención con torrentes de sonido negro. El cantante, Colin H. Van Eeckhout, está prácticamente todo el rato de espaldas al público; según ha dicho en alguna entrevista, lo hace porque no se considera muy interesante. Colin alterna los gritos de otra dimensión con suaves fragmentos cantados, mientras su banda genera una especie de sinfonía de perdición lovecraftiana. Resultan realmente fascinantes. El único pero que les pondría es lo extremadamente parecidos que son todos sus temas, prácticamente todos con la misma alternancia entre hilo de seda y tormenta de acero. Pero si os va la oscuridad, no os los perdáis cuando tengáis ocasión.
Me perdí a la DJ holandesa Eevee, ya que tuve que salir a tomar el aire, comer algo y reconciliarme con el mundo físico. Para compensarlo, estos días he empezado mis días con las bases hiphoperas lofi que tiene colgadas en su web. Cuando volví a entrar, me encontré de bruces con los singularísimos Mutiny on the Bounty, de Luxemburgo. No los había escuchado antes, y fue un gran descubrimiento. Es una banda de compacta, enérgica e inclasificable, que practican una especie de rock desatado, con líneas de guitarra etéreas, mucho tapping, bases pregrabadas, momentos progresivos y ritmos que a veces me hacían pensar en el bueno de Les Claypool. Vamos, rock cubista para bailar y celebrar que estamos vivos. Y eso es lo que hacía un público entregadísimos desde el primer momento. Investiga y no los pierdas de vista.
A continuación llegaron 65Daysofstatic son una de las bandas más perseguidas por la organización del AMFEST desde sus inicios. Y este año lo han logrado. Los británicos estuvieron aquí presentando su proyecto Decomposition Theory Show, que no se define como un concierto sino como una performance creada a partir de música generada en tiempo real mediante algoritmos creados por la banda y con código escrito en vivo. Me parece muy interesante sobre el papel, y seguramente en otro contexto lo hubiera apreciado más, pero después de las descargas que acabábamos de vivir, no logré entrar en su universo. La noche concluyó con unos correctos Playback Maracas, a los que no pude evitar comparar con mis adorados Za!, pero en cámara lenta. Música que todo el rato parece que va a estallar, pero no. Un final correcto sin más para un día muy intenso.
El sábado empezó con La Son, un interesante cuarteto de Barcelona fascinado por el cine clásico de terror. Su espectáculo se llama The Five creatures y está dedicado a los adorables monstruos clásicos (Drácula, Frankenstein y amigos). Generan atmósferas inmersivas, llevan unas máscaras muy inquietantes y hacen una música que podría ser la banda sonora de películas inexistentes. A continuación le llegó el turno a una de las artistas que a priori menos encajaba en un festival como este, pero que sin duda acabó generando mucho interés. Se trata de la violoncelista londinense Jo Quail, una one-woman army que llena el espacio con sus construcciones creadas a partir de su cello y de su loopstation. Su música es evocadora e intensa, y te hace viajar por parajes épicos y electrizantes. Acto seguido pudimos escuchar a Owen, un simpatiquísimo cantautor indie-folk de llegado de EE UU para presentar su disco The King of Whys. Es una música ideal para pasear por parajes mullidos y etéreos. Es algo así como una versión optimista de Nick Drake. Mantuvo una buena sintonía con el público, sin dejar de bromear. Los iou3R vinieron a descargar su personal mezcla de guitarras densas, bases electrónicas y theremin. Este trío del Maresme te atiza con unas atmósferas que nadie sabe de dónde han salido. ¿Electro-stoner? Puede.
Los australianos Caligula’s Horse nos vinieron a presentar su último ábum, In Contact. Son una banda de metal progresivo de escuela tradicional. Su música es contundente a la ve que pulcra y cuidadísima, y su directo es una potente descarga de riffs alternados con pasajes sinfónicos. Demostraron tablas, saber estar, simpatía y maestría instrumental. El sueño de los incondicionales del progresivo. Como contrapunto, Jaime L. Pantaleón abrió su caja de Pandora electrónica y nos sacudió con sus ritmos bailables, sus crescendos de energía y momentos que rozaban el industrial. Si te gusta el drone, el krautrock, los sintes y demás lisergias sintéticas, es para ti.
Se acercaba la infernal recta final del AMFEST. Había llegado el momento de desencadenar a las bestias. Los estadounidenses A Storm of Light me transportaron a los lejanos 90 con su sludge metal con toques industriales y ecos de bandas tan dispares como Godflesh o Filter. Una colección de riffs demoledores, ritmos lentos, atmósferas como nubes opresoras y unas letras cargadas de rabia (“When you die, we will spit on your grave”). Para pasarte horas haciendo headbanging en bucle. A continuación llegaron una de las bandas más esperadas del día, los japoneses Mono, verdadera banda de culto y referente del post-rock internacional. El cuarteto nipón es como un engranaje que se pone en marcha lentamente, con punteados parsimoniosos y desarrollos preciosistas que conducen a picos de intensidad inesperados. Una música fabulosa para cerrar los ojos y transportarte allí donde quieras estar de verdad. Poco a poco, van solapando sonidos hasta crear un muro sónico impresionante. Y te llevan de viaje con ellos. Como ya me había pasado el día anterior, me perdí Ralp para salir a respirar, comer y darle un respiro a mi cuerpo agotado. El siguiente regalo para los oídos fue My Sleeping Karma, una de mis bandas preferidas del sábado, unos veteranos de la escena stoner. Nos obsequiaron con su simpatía, su autenticidad y su amor por la esencia pura del rock and roll. Fue un conciertazo formado por oleadas de bajo, riffs monolíticos y atmósferas psicodélicas. Alternaban momentos de calma con descargas pétreas. Stoner rock en estado puro.
Y por si fuera poco, cuando terminaron de aserrarnos el cerebro con sus guitarrazos, llegó el momento de vibrar con Toundra. Los madrileños convencieron a propios y a extraños con su fórmula magistral: simpatía, tablas, intensidad, una energía inagotable y una colección absolutamente envidiable de temazos. Son una banda solidísima, robusta y vital. Te invitan a cabalgar con ellos por unos riffs de ensueño, mientras haces arder la realidad y dinamitas el universo sin perder la sonrisa. Ya sabes, es música para bailar con cemento en los pies. Ya lo decía el microrrelato de Monterroso: Cuando despertó, Toundra todavía estaba allí. Fue un concierto extenso, intenso y feliz, que recordaré durante mucho tiempo. Y como colofón de un festival maravilloso, Za! nos hicieron reír, vibrar, saltar y bailar con su música que redefine una y otra vez la palabra inclasificable. Cuando estaba en la facultad, asistí a un cinefórum que normalmente dinamizaba el antropólogo Manuel Delgado para ver Freaks, de Tod Browning. Como toda presentación, Delgado dijo las siguientes palabras: “Què voleu que us digui? Freaks és Freaks“. Y empezó la película. Pues eso. Za! es Za! Y que duren.
Por causas ajenas a mí, el domingo me perdí la clausura, con mis queridos Giardini di Miró. Pero el balance del festival es más que positivo. Desde aquí quiero felicitar a los organizadores. Necesitamos más AMFEST. Nos vemos el año que viene.