Americana Film Festival. We’re all Going to the World’s Fair
III Sobre retos virales y soledades compartidas
We’re all Going to the World’s Fair (Jane Schoenbrun, 2021)
“Para aquelles que no encuentran su sitio en una sociedad normativa, buscar belleza en otras partes es la única forma de empoderarse.” Estas fueron las declaraciones con las que concluyó la entrevista de Mariona Borrull a le cineasta de género no binario Jane Schoenbrun tras la presentación de su opera prima en el festival de Gijón, y podríamos decir sin duda que es una de las frases que mejor define la esencia de We’re all Going to the World’s Fair, su deslumbrante debut en el largometraje.
The World’s Fair es un nuevo challenge, uno de esos retos virales que los adolescentes difunden por Internet, y que algunos incluso se atreven a realizar. Pero las consecuencias de aceptar el reto pueden ser fatales: chicas que se transforman en plástico, hombres que no sienten su cuerpo o inesperadas transformaciones cronenbergianas forman parte de los posibles, inesperados e incontrolables efectos de aceptar este peligroso reto. ¿Son reales dichas consecuencias o no se trata más que de un troleo por parte de aquellos que aceptaron el challenge? ¿Podemos confiar en la veracidad de las imágenes que vemos? Cada espectador tendrá que decidir por sí mismo, porque Schoenbrun no da demasiadas pistas al respecto. Oscilando entre las entrañas de Youtube o Reddit, la mitología urbana y el terror cotidiano low cost, We’re all Going to the World’s Fair reflexiona sobre la soledad, el cuestionamiento de lo normativo o la necesidad de cuestionarnos nuestra identidad y formar parte de un colectivo, así como sobre los modos en que Internet y las redes sociales han modificado radicalmente nuestra manera de vivir y relacionarnos con los demás.
Sin que necesariamente sea una influencia directa, hay algo en We’re all Going to the World’s Fair que me lleva a pensar en Videofilia (y otros síndromes virales) (2015), el debut en la ficción de Juan Daniel F Molero. La reflexión sobre la soledad en esta era de hiperconexiones, el retrato que ambos hacen de la adolescencia, nuestra interacción con las distintas realidades (ya sean virtuales o no), la constante deconstrucción y reconstrucción de la identidad… Tanto Molero como Schoenbrun abordan todos estos temas en sus respectivos filmes y lo hacen sin caer en moralismos facilones –“Internet es el demonio, de ahí surgen todos los males”– ni en exaltaciones incondicionales de las nuevas tecnologías –“Internet nos salvará de todos nuestros problemas”–. Porque Schoenbrun ha elegido sin duda el camino más difícil, pero también el más interesante, el de mostrar sin prejuicios ni autocensura las contradicciones y paradojas de nuestro siglo. Con un presupuesto exiguo y escasísimos recursos ha realizado un filme casi diríamos que generacional, probablemente sin pretenderlo, retratando a todos esos adolescentes que, incapaces de adoptarse a un sistema que les impide ser como son, demuestran tener la capacidad de transformarlo radicalmente utilizando y subvirtiendo las propias herramientas que dicho sistema les ofrece.
Schoenbrun se apropia de algunos de los códigos del cine de terror de las últimas décadas (podemos percibir ecos y guiños a películas como Paranormal Activity (2007) o Host (2020)) y los utiliza para realizar un filme tan perturbador como sensible. Los momentos de tensión se ven constantemente interrumpidos (¿o tal vez reforzados?) por la irrupción de terceras personas, desconocidos que, siempre pantalla de ordenador mediante, ofrecen sesiones de ASMR, hablan de las incontrolables consecuencias de haber aceptado el challenge o contribuyen a la proliferación de aterradoras creepypastas1 en la red. Desconocidos anónimos que habitan el universo cotidiano de Casey pero también el nuestro.
En el año 2008, la artista visual Hito Steyerl escribió un texto titulado “En defensa de la imagen pobre”. En él, Steyerl hablaba de todas esas imágenes, generalmente de baja resolución, que proliferan por Internet y compartimos constantemente. Todos esos memes, esos vídeos que grabamos con nuestros smartphones, esas fotos que colgamos en nuestras redes sociales. Hablaba de sus características y de todo lo que implica su uso compartido, su multiplicación infinita y el hecho de que todos y cada uno de nosotros podamos contribuir a crear y multiplicar dichas imágenes. Casey, la solitaria protagonista de We’re all Going to the World’s Fair es una prosumidora más de imágenes pobres. Una adolescente introvertida que busca su lugar en el mundo. Tras aceptar el challenge y colgar la grabación del correspondiente ritual en Internet, irá mostrando online sus “transformaciones”, pequeños fragmentos de su vida a un público que podría ser potencialmente inmenso pero que en realidad es extremadamente limitado. Tan limitado que tan solo una persona, un hombre misterioso llamado JLB, se fijará detenidamente en sus vídeos, diminutos pedazos de una realidad que oscila entre la rutina más deprimente y los evidentes indicios de que algo devastador podría suceder en cualquier momento (porque gracias al cine yanqui, todos sabemos que el estadounidense medio siempre guarda algún arma en su casa).
1 Los creepypastas son historias cortas de terror recogidas y compartidas a través de Internet, como en foros, blogs o videos de YouTube, con la intención de asustar o inquietar al lector, cuyos límites entre realidad y ficción permanecen difusos.