Americana. Festival de cine independiente norteamericano 2022

- La primera vez
Contra todo pronóstico (no por la incuestionable calidad del festival, sino por la constante amenaza de ese inminente apocalipsis que, desde hace bastantes meses, parece estar llamando ya a todas nuestras puertas) el Americana cumple nueve años de vida y lo hace con un inmejorable estado de salud; creciendo sin prisa pero sin pausa y consolidando su presencia en el panorama de festivales de cine de Barcelona. Hoy os hablamos de tres operas primas proyectadas en el festival. Tres películas radicalmente distintas, esencialmente libres.

El ruido de los motores (Le bruit des moteurs, Philippe Grégoire, 2021)
Hay películas que contienen en ellas universos infinitos y múltiples referencias, que nos hacen pensar en otros directores y films pero, aun así, podríamos decir que no se parecen realmente a ninguna otra. Hay películas que se resisten a ser encasilladas y que transitan constantemente de un género a otro, de un modo orgánico y fluido, sabiendo que puede ser positivo para el espectador salir de vez en cuando de su zona de confort. Hay películas que deciden arriesgar todo a una sola carta y huir de las convenciones para situarse en el extremo opuesto, y El ruido de los motores es, sin duda alguna, una de estas películas.

La rocambolescas peripecias de Alexandre, un joven instructor de la escuela de aduanas de Canadá, sirven a Philippe Grégoire para reflexionar en su opera prima sobre las fronteras y las políticas de inmigración, las relaciones personales o la repercusión de los no-lugares en nuestras vidas. Dicho así, podríamos imaginar un cine de denuncia social plagado de situaciones injustas por el que transitan personajes tristes a los que continuamente les ocurren inmerecidas desgracias, pero nada más lejos de la realidad. Grégoire no tiene miedo a transitar territorios menos conocidos y es entonces cuando un inesperado surrealismo entra en escena. Alexandre es suspendido temporalmente de su trabajo por una supuesta “conducta sexual inapropiada” y se ve obligado a regresar de modo repentino a su anodina ciudad natal, lugar únicamente conocido por la pista de aceleración que regenta su madre. Allí se verá obligado a reflexionar sobre las decisiones que ha tomado a lo largo de su vida, se enfrentará a dos policías que lo investigan de modo persistente y conocerá a un piloto islandesa con la que entablará una relación muy especial. Todo ello, rodeado de coches de carreras, paisajes inhóspitos y una constante incomodidad flotando en el ambiente.
Al ver por primera vez El ruido de los motores, podríamos pensar en Quentin Dupieux, en su habilidad para introducir en la trama situaciones completamente surrealistas, o en la destreza de Bruno Dumont para encontrar belleza en los lugares más inesperados, o incluso en la pericia de Alain Guiraudie para retratar con un cierto humor la intrínseca complejidad de las relaciones humanas. Podríamos pensar en estos referentes y en muchos otros, pero ninguno podría acercarse lo suficiente a todo aquello que ha logrado Grégoire en su singular debut.
Sophie Jones (Jessie Barr, 2020)
Es un error común entre los directores noveles querer contar demasiado, un impulso difícil de contener. Solo con los años y la experiencia es posible darse cuenta de que menos es más (ya lo decía Mies Van der Rohe) y de que a veces, la acumulación de excesivas capas de significado no hacen más que entorpecer la(s) posible(s) lectura(s) de una obra.

Algunos directores, sin embargo, son conscientes desde el principio de que a menudo, las obras más sencillas pueden ser también las más poderosas; de que no son necesarios enrevesados argumentos, ambiciones desmedidas o mastodónticos presupuestos para narrar historias con las que el espectador pueda sentirse identificado. Esta es, sin duda, la principal baza de Jessie Barr y Sophie Jones, su debut en el largometraje para el que ha contado con la presencia de su prima Jessica Barr, que da vida a Sophie, una adolescente de 16 años incapaz de sobreponerse a la muerte de su madre. Ambas, Jessie y Jessica, escriben el guion de esta coming of age tan sencilla como honesta, un film que aborda con gran naturalidad temas como el duelo, la pérdida de la inocencia, el descubrimiento de la sexualidad o la entrada en el mundo de los adultos. Jessica Barr interpreta a un personaje nada maniqueo, ambiguo, contradictorio y lleno de dudas, y es por eso que todo en ella resulta tan creíble para el espectador: su inteligencia, su compulsividad, su desorientación y sí, también su crueldad para con los demás, estrategia de supervivencia en un siglo XXI que no se lo pone nada fácil a los adolescentes como ella.
El planeta (Amalia Ulman, 2021)
Amalia Ulman es argentina y está afincada en Nueva York, pero pasó gran parte de su vida en Gijón y es allí donde está ambientada El Planeta, su primera (y parcialmente autobiográfica) película. Con poco más de treinta años, ha desarrollado su trabajo de un modo multidisciplinar, utilizando el videoarte, las instalaciones y el net art para reflexionar entre otros temas sobre la construcción de la identidad en la era de las redes sociales.

En El Planeta aborda otro de los temas clave de este S XXI, el drama de los desahucios, y lo hace de un modo agradablemente inesperado. Ulman huye del patetismo o la reivindicación panfletaria y opta por el humor y la ironía, diseccionando (no sin cierta amargura) los excesos de una sociedad desenfrenadamente neoliberal abocada a un callejón sin salida. Pero El Planeta es también el retrato intimista de dos generaciones a las que dan vida ella misma y su propia madre; dos supervivientes con aspiraciones burguesas que, tras quedarse en la más absoluta de las ruinas, recurren a la estafa y la picaresca para seguir aparentando un nivel de vida que en realidad no tienen. Abrigos de pieles y zapatos de tacón caros forman parte de su día a día, pero también devoluciones de productos al Corte Inglés, cortes de luz, casas de empeños y una despensa permanentemente vacía que nos recuerdan que el estado del bienestar en nuestro país no es más que una meta cada vez más lejana. El Planeta retrata un Gijón en blanco y negro plagado de locales vacíos, solares abandonados, carteles de “Se alquila” y gente triste, gente muy triste. Víctimas de una crisis que, supuestamente empezó a azotar España en 2008 y desde entonces no ha parecido dar tregua. Pero caer en el pesimismo era la opción más fácil y menos interesante, y es por eso que la mayor virtud de este debut cinematográfico son los incontables destellos de humor (aunque sea negro), la ternura que despiden las protagonistas (incluso cuando roban) y su innegable capacidad para demostrar que el ser humano es capaz de adaptarse a cualquier tesitura con el fin de seguir siendo feliz incluso en las situaciones más desfavorables.