Americana 2017. II. Desentrañando a Christine Chubbuck

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De acuerdo a la política del Canal 40 de brindarles lo último en sangre y entrañas a todo color, están a punto de ver otra primicia: un intento de suicidio.

Christine Chubbuck

 

El Festival de Cine Independiente Norteamericano de Barcelona ha hecho posible que podamos ver dos películas que abordan, desde dos ángulos muy distintos, el suicido de Christine Chubbuck, presentadora de Suncoast Digest, talk show que se emitía por el Canal 40 en los años 70. El 15 de Julio de 1974, durante la emisión de dicho programa y, tras unos inesperados problemas técnicos, la presentadora –de tan solo 29 años– pronunció unas escuetas declaraciones y se disparó un tiro en la nuca ante unos atónitos espectadores que no acababan de dar crédito a lo sucedido. La noticia corrió como la pólvora, pero con el paso de los años el recuerdo de Chubbuck se disipó y las nuevas generaciones crecieron sin conocer su historia.

Por el camino, eso sí, hubo tiempo para las elucubraciones, para intentar averiguar los motivos de su suicidio, para especular con la ubicación de la única copia de la cinta que muestra el instante en cuestión, para preguntarse por qué una mujer inteligente y con una exitosa carrera profesional podía querer acabar con su vida. ¿Inestabilidad psicológica? ¿Problemas de índole personal? ¿Conflictos éticos provocados por su trabajo?

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La primera de las películas, Christine, aborda y reconstruye los hechos como película de ficción. La segunda, Kate Plays Christine, se sirve del género documental para acercarnos a la vida de Kate Lyn Sheil (musa del director Alex Ross Perry), actriz que se prepara para interpretar el papel de Christine Chubbuck en una película de ficción. Pero no, querido lector, no sigas elucubrando por ahí. Kate plays Christine no es un “cómo se hizo” de Christine. Porque la actriz que interpreta a Christine Chubbuck en Christine no es Kate Lyn Sheil, sino Rebeca Hall. Entonces, ¿a qué película hace referencia Kate Plays Christine, si es que hace referencia a alguna?

La relación que podemos establecer entre ambas películas es pues, bastante compleja. En la primera, el director Antonio Campos nos ofrece el retrato de una Christine Chubbuck incapaz de asimilar que el público televisivo tiene ansias de espectáculo grotesco, de muertes, asesinatos, violencia y degradación moral. Una Christine Chubbuck que intenta, sin mucho éxito, dejar su huella en todo lo que hace. Una huella, no marcada por la sordidez demandada por su jefe, sino por la objetividad, la rigurosidad y el buen hacer de una profesional cuya finalidad es informar al público.

La Christine Chubbuck que vemos en la película de Campos tiene problemas personales y una incapacidad bastante marcada para relacionarse con la gente. A los 29 años, todavía es virgen. Quiere formar una familia, tener niños, pero las circunstancias no se lo están poniendo nada fácil y las posibilidades de conseguirlo son cada vez más ínfimas. Las relaciones con su madre son tensas, las relaciones con su jefe también. Por todas estas razones, Sarasota –esa ciudad que la ha visto crecer como mujer y como profesional–, se convierte poco a poco en su cárcel particular.

En Kate plays Christine, en cambio, las fronteras son más difusas y las etiquetas más difíciles de imponer. A priori, parece que estamos viendo un documental sobre una actriz que se está preparando para interpretar a un personaje real en una película de ficción. Pero Kate Plays Christine no es tan solo eso (de hecho, ni siquiera es exactamente eso). El documental dirigido por Robert Greene (según indica el poster de la película, a nonfiction psychological thriller) se acerca, no tan solo a la muerte de Chubbuck, sino al intento de interpretación de la misma.

Durante 112 minutos veremos cómo la actriz Kate Lyn Sheil intenta entender las motivaciones de la suicida Christine. Reconstruyendo el camino que el paso de los años ha borrado, buscando información sin cesar, reedificando los escenarios en que transcurrió la vida de la presentadora. Intentando, de todos los modos posibles, deshacerse de ese abismo que las separa. Porque por desgracia, no se parecen en nada. El rostro de Christine siempre fue demasiado triste, desencantado, preso de una aflicción imposible de controlar. O al menos, eso parecen indicar las escasas imágenes que se conservan. El de Kate, en cambio, rebosa vida, salud e inocencia; algo que Chubbuck perdió al empezar a trabajar en televisión. Lo que no sabe Kate es que, al intentar acercarse de algún modo al personaje que interpreta, conseguirá en una última e inesperada secuencia que ese abismo que las separa desaparezca.

Una última secuencia, la del suicidio, la más difícil, la que pondrá punto y final a todo. Una última secuencia que, aunque no provoque una muerte real, si que provoca una muerte simbólica, la de la inocencia de Kate que, incapaz de apretar el gatillo de una pistola de atrezzo, tan solo puede expresar su más absoluta frustración. Apuntando con la pistola a cámara. Hablando a los espectadores del documental. A los espectadores de la película de ficción. Al equipo con el que está filmando (director incluido). Al público de los años 70. A nosotros. A todos y a nadie. ¿Por qué tenemos este empeño en ver y reconstruir la muerte de Christine Chubbuck? ¿Por qué parece valer más su muerte que su propia vida? ¿Era realmente una heroína o acaso no se trataba más que de una mujer triste, solitaria y patética, como la mayoría de nosotros?

Dice un historiador que aparece en Kate Plays Christine que siempre morimos dos veces. La primera, al morir físicamente; la segunda, la última vez que alguien pronuncia nuestro nombre. Me pregunto, tras ver estas dos impresionantes películas, cuánto tardará Christine Chubbuck en morir por segunda vez.

 

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