The Quiet Man: Retorno a Innisfree

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Los verdes parajes irlandeses acogen uno de los pueblos más bucólicos y cinematográficos del mundo, un pueblo de ficción que gracias a la mano de John Ford, se nos ha quedado grabado en la retina. Ese pueblo se llama Innisfree. Allí volvía Sean Thorton (John Wayne) desde los EEUU, donde había emigrado con sus padres. Volvía para ir a vivir a la casa que lo vio nacer, White Morning. Allí también encontró a la pelirroja que le ayudaría a formar una familia Mary Kate Danaher (Maureen O’Hara) y allí también superaría el trauma que su profesión de boxeador le había dejado y que le había obligado a huir de su pasado. Así nacía The Quiet Man.

 

Ya no recuerdo las veces que he visto The Quiet Man, muchas sin duda, pero nunca había tenido la oportunidad de verla en pantalla grande. Gracias a su reestreno en los cines Verdi, por fin, he podido disfrutarla como se merece. Los verdes más esmeralda de la campiña irlandesa nunca fueron tan verdes ni tan pelirroja la temperamental y guapísima Maureen O’Hara. Para John Ford, esta comedia romántica (ojo no confundirse, esto no es un pastiche protagonizado por Sandra Bullock, esto es comedia elevada a su máxima expresión de calidad) debió significar también el retorno a la patria, a su casa, al lugar que sus padres le enseñaron a amar, Irlanda. Desde la primera escena cuando vemos bajarse del tren a John Wayne en Castletown preguntando por como llegar a Innisfree, respiramos Irlanda, vivimos Irlanda y sus costumbres, su gente, sus colores,…Un tren que llega con tres horas de retraso, como de costumbre.  Y del que baja un inesperado pasajero. Enseguida conocemos a Michaleen Oge Flynn o simplemente Michaleen (Barry Fitzgerald), cochero, bebedor empedernido, casamentero y lo que haga falta en el singular pueblo de Innisfree. Es en su calesa camino de Innisfree en la que Sean descubre a Mary Kate, como una aparición divina, un hada pelirroja que recorre los verdes pastos con su rebaño de ovejas. Y mientras sonando, esa música que nos acompañada durante toda la película, creada por Victor Young y la voz del padre Lonergan (Ward Bond) como narrador que nos va introduciendo poco a poco a los personajes de esta historia.

 

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Vemos en sus imágenes, la visión de John Ford de Irlanda, una visión plagada de nostalgia con la creó un paraíso perdido en la isla esmeralda, Innisfree. Un paraíso al que huir de todo como hace Sean Thorton huyendo de su pasado. Un paraíso en el que encontrar una casa de ensueño, la que te vio nacer y que arreglar con tus propias manos, un paraíso en el que encontrar el amor y la familia que has perdido. Quizás es esta la película más divertida, libre y llena de emociones que hizo Ford en su larga y dilatada carrera. Una joya entre una filmografía plagada de obras maestras. Y lo que es mejor, una joya que no ha envejecido en absoluto. Un cuento de hadas, lleno de magia irlandesa. Pero también de irreverencia, políticamente incorrecta y sin tapujos.

 

Una vez los dos protagonistas se encuentran el uno al otro, empezará el amor pero también la lucha por conseguir ser felices. El hermano de Mary Kate, Will Dahanher (Victor McLaglen) enfadado porque Sean Thorton consiguió que la viuda Tillane le vendiera White Morning no permitirá que ambos se casen. A lo que el Padre Lonergan, junto a Michaleen y el reverendo Playfair y su mujer urdirán un plan para conseguir engañarlo y que acepte el matrimonio. Una vez casados, descubre el pastel y lleno de furia, se negará a dar la dote que le pertenece a Mary Kate, lo que provocará que ella se niegue a consumar el matrimonio y que Sean se vea obligado a batirse en duelo a puñetazo limpio con su cuñado, lo que conseguirá superar el trauma que le atenazaba. Porque esa dote para ella, aunque es una tradición antigua no significa que el marido compre a su mujer, significa que es una mujer independiente y que no necesita que su marido la mantenga. Todo esto, contado de una forma tan divertida que es imposible no sentirte parte de ese pueblo mientras Danaher y Thorton se aporrean el uno al otro, imaginarte estar allí apostando por Thorton sin duda, echándoles cubos de agua, tomándote una pinta en el Cohan y animándolos a darse más porrazos.

 

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Gracias a su maestría Ford además consigue que conozcamos a todos y cada uno de los personajes singulares de Innisfree. Nos volvemos un habitante más gracias a las historias paralelas que va contando, desde los problemas del reverendo Playfair al que ayuda toda la comunidad a pesar de no ser protestantes, del Padre Lonergan y su lucha con el salmón más grande del universo, de la viuda Tillane a la que Will Danaher pretende cortejar, de la pareja joven del Ira, del anciano que revive gracias a la emoción de una buena pelea, etc…Y nos iremos a tomar una pinta a Cohan, mientras cantamos The Wild Colonial Boy, a hacer unas comprar a Castletown, ya que es un agradable paseo, a pescar al río, a pasear en bici por los caminos de Innisfree, etc….Regresamos a Innisfree como si la conociéramos de toda la vida, como hizo el propio Ford, porque para él también fue un regreso, al hogar, a las ensoñaciones y los ideales que se hizo de la tierra que sus padres tanto le enseñaron a amar. Una película muy personal, en la que nos habla de si mismo más de lo que pueda uno imaginarse. El personaje de Mary Kate Danaher se llama así por los dos amores de su vida, su mujer Mary y su amante Katherine Hepburn, sólo por poner un ejemplo. Abandonamos Innisfree. Y nos vamos de allí mientras Sean y Mary Kate nos saludan con la mano, despidiéndose de nosotros, mientras Mary Kate le susurra al oído un secreto que hace a Sean sonreír y ambos se marcha a Blanca Mañana, a continuar viviendo sus felices vidas, porque la vida sigue en Innisfree, la vida sigue. Las luces del cine se enciendes y volvemos a la realidad, ni tan verde esmeralda ni tan maravillosa como la pintaba Ford en Innisfree, aquel paraíso perdido al que siempre podremos volver viendo The Quiet Man.

 

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