La red infinita de Yayoi Kusama

Recuerdo perfectamente la primera impresión que la retrospectiva de Yayoi Kusama me causó cuando la vi en el Reina Sofia hace ya unos años. No sabía absolutamente nada de la obra de la artista japonesa. Casi quedé en shock. Me fascinó de principio a fin. Sus primeras pinturas de redes infinitas, sus esculturas fálicas que todo lo invaden, sus habitaciones con espejos y millones de luces, su obsesión por los puntos,… Me impactó. Este verano pude ver una de sus instalaciones en el Boijmans van Beuningen Museum de Rotterdam Infinite Mirror Ball – Phalli’s Field. Me hubiera pasado horas allí dentro. Igual que su Infinity Mirrored Room- Filled with the Brilliance of Live creada especialmente para la exposición que os comentaba en el Reina Sofia en 2011. Fue entrar y dar un gritito de éxtasis artístico. Fascinante.

 

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Me quedé con ganas de saber más de la artista, un apetito que he conseguido saciar gracias a su excelente autobiografía Infinet Net. El libro es una edición de la Tate Gallery. Alguien que crea obras como las de Kusama tenía que tener a la fuerza una vida tremendamente interesante, complicada y que merece ser contada. Nada mejor que hacerlo con sus propias palabras. Yayoi Kusama empezó a pintar muy joven, su familia coleccionaba arte japonés en su Matsumoto natal. Al ser una familia tremendamente tradicional, sobre todo su madre, tuvo que lidiar con ellos desde el principio para seguir su vena artística.

 

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La relación de los padres de Kusama fue harto complicada, su madre estaba desquiciada por el mujeriego de su marido. Las escenas en casa eran continuas. Algo que marcó no sólo su arte sino su vida personal, su relación con los hombres y el sexo nunca fue fácil. Además Yayoi veía cosas y sentía cosas que los demás no sentían. A veces las flores le hablaban, los animales también. Su mente empezó a tener vida propia más allá de la realidad. No es de extrañar viendo su obra. ¿Qué deber rondar por su cabeza? Me imagino que nunca para, sin descanso, por eso pinta, crea, vive. Ella misma lo asegura en las páginas de este libro, sino crease, sino pintase, sino esculpiese, escribiese,…estaría muerta.

 

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Kusama huyó de un rancio Japón donde su arte no tenía cabida, y donde su madre la coartaba como artista, para aterrizar en el Nueva York de los 60. Encontró la horma de su zapato, pero pasó hambre y muchas penurias antes de ver su arte reconocido. Pintaba obsesiva y compulsivamente, redes infinitas una y otra vez, una y otra vez. En ellas se perdía hasta casi desaparecer. Podía pasarse días sin comer mientras pintaba. El arte la consume pero también le da vida. Luego vinieron los puntos que se salían del cuadro, saltaban para conquistar el suelo, una mesa, una silla, la casa entera. Y entonces llegó la liberación sexual, los happenings, la polémica, las detenciones, las performances. Todo esto desde la perspectiva de una persona prácticamente asexual que se limitaba a montar orgías mastodónticas en las que se dedicaba a pintar puntos en el cuerpo de la gente desnuda. Suu tradicional familia se tiraba de los pelos cuando las noticias de sus aventuras neoyorquinas llegaban al imperio del sol naciente, la consideraban una vergüenza. Por suerte, Yayoi huyó de allí. Si se hubiera quedado en Japón jamás la hubiéramos conocido, su artes seguramente habría muerto. Y quién sabe si ella también.

 

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Ahora Yayoi vive en Japón, cerca del hospital psiquiátrico donde la tratan. Las flores seguramente siguen hablándole, pero no importa mientras pueda seguir pintando hasta caer rendida. Ella misma lo dice en sus memorias, sus obsesiones y sus miedos los combate con la obliteración. Los repite hasta la extenuación, hasta que dejan de ser lo que son y se desdibujan repetidos por millones. Como las figuras fálicas que tanto miedo le daban y que ahora son una marca de la casa. Dejan de significar para convertirse en otra cosa, para transformarse, Yayoi Kusama mediante. ¡Y de qué manera!

 

Yayoi Kusama: Look Now, See Forever Gallery of Modern Art installation view

 

En las páginas de su autobiografía viven figuras como Georgia O’Keeffe, la pintora de la que se hizo amiga por carta sin apenas conocerla y que fue su mentora. Joseph Cornell y sus cajas mágicas, del que fue pareja durante muchos años. Menudas dos mentes torturadas se juntaron. Ambos se inspiraron mútuamente en sus respectivos trabajos. Warhol y los suyos también pululan por ahí. Pero sobre todo está Yayoi Kusama, su voz, su arte, su palabra. Artista pluridisciplinar, incluso tiene una línea de moda, descubrimos también gracias a este libro que ha escrito varias novelas. Próximo destino sin duda: Seguir buceando y descubriendo el personal mundo que ha creado de la nada Yayoi Kusama.

 

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