Lo mejor del año. Las listas más tontas

Vale, lo he vuelto a hacer. Me prometí a mi mismo que ya estaba bien, que debía madurar, que a fin de cuentas formaba parte de mis buenos propósitos de principios de año (exactamente desde 1993). Pero la carne es débil. Y de la vanidad de vanidades ya ni hablemos.

Así que sí: hubo lista con las mejores películas de 2019. ¡Por supuesto! Y se la envié a todos cuantos me la pidieron, incluso a algunos que no y que a partir de hoy tendrán clasificada mi dirección de correo electrónico como spam malicioso. Cuantas más recopilaciones aparecían en medios especializados y aledaños, más me venía arriba: acabé imprimiendo cien copias y repartiéndolas por la calle, a lo testigo de Jehová proselitista. Porque este top no es un top cualquiera, amigos: es una declaración de principios, un manifiesto, una meada en rededor para delimitar y marcar territorio. ¿Cómo eludirlo? ¿Cómo acallar el propio ego? ¿Cuándo dejaré de escuchar voces?

Pero eso no es todo. Las listas se hacen para poder leer las de los demás sin complejo de inferioridad. Y de esta lectura detenida, con alevoso ánimo comparativo, podemos llegar a la conclusión de que existen 10 tipologías bien definidas entre los creadores de opinión, los hacedores del canon, los meros opinadores y los juntaletras reconvertidos (ahí entra un servidor de ustedes). He aquí un intento de taxonomía (en 2021 prometo hacer otra lista mejorando esta lista. De verdad. Lo puedo dejar cuando quiera):

  • La lista ponderada, seria, cerebral, impoluta. Un ejercicio de masoquismo es estado puro: no hay comedias, porque ese sería un síntoma imperdonable de debilidad, de falta de altura intelectual. Todos son dramas terribles a poder ser rodados cámara en mano, pegados a la crisma del protagonista. Trauma concatenado: sietemesino, abandonado, vendido por un bono bus, desahuciado, timado, sigue esperando la visita del comercial de Círculo de Lectores, trastorno mental en ciernes (sólo puede ver Telecinco), incomprensión, miedo, nausea, ETS, presidente de mesa electoral. Nada vale la pena, la humanidad es un asco, Nietzsche ha muerto, me duele el duodeno. Más que un top 10 es una receta suicida, un mix imposible entre canción de Victor Manuel, Laura Pausini y Marilyn Manson. (Sí, su selección anual incluye la última película de Albert Serra).
  • El amante del cine mayoritario, el defensor de “la voluntad del pueblo”. Si es de Marvel, es casi seguro que pueda considerarse una obra maestra. La Filmoteca le parece una boutade, un ejercicio vintage sólo apto para cursis, nonagenarios y amantes del vinilo. Las pelis buenas hay que verlas “como Dios manda”. Suele ir al Phenomena (“¡a ver cuando dejan de ponerlas con letreritos para leer debajo, caguen sos!”) y se sabe de memoria las recaudaciones de las películas “que importan” en la primer semana, quién se enrolló con quién durante el rodaje y el sistema de sonido utilizado, que siempre permite poner de relieve sutilezas de entendido (“¿te fijaste en cómo se escuchaba la mecha consumiéndose por el cuarto canal justo antes de la explosión del puente? ¡Aprende, Bergman!”). (Sí, en su top está Avengers: Endgame)
  • El que se hace el interesante y sabe exactamente lo que tiene que poner para pasar por… ¿interesante? Se dedica básicamente a recopilar listas ajenas (las de sus críticos de cabecera, casi siempre profesores de universidad que dicen cosas como “hecho cinematográfico”, “música diegética”, “agnosia visual” o “¡recórcholis!”) y busca un equilibrio imposible entre alta cultura, serie B reivindicable y homenaje anacrónico a “las nuevas olas”. (Sí, en su lista está la última de Woody Allen, que ahora sí, es “su película definitiva”).
  • El troll autoproclamado. Odia las listas porque son una pruebas más de “la alienación capitalista” y se dedica a rebuscar títulos que siembran la polémica entre gentiles bienpensantes y demás gente con demasiado tiempo libre. Odia la última de Tarantino (“Bruce Lee era Dios, payaso”), la última de Scorsese (“digitalizar a de Niro ha sido tu última canallada”) y la última de Almodóvar (“si le duele la espalda que se vaya al fisio y deje de tocar los cojones”). (Sí, en su lista está Los muertos no mueren de Jim Jarmusch por “un dominio del humor inteligente no apto para ignorantes”).
  • El cinéfilo pureta. Más allá del umbral del dolor: los tops de Caimán le parecen una concesión intolerable al cine comercial; la gente de Lumière, una banda de vendidos al sistema (nunca han hablado de Ibrahim Mark Collester III, el famoso hacedor de películas documentales rodadas con descartes de filmes porno eslovacos que sólo se pueden proyectar del revés y desincronizadas). ¿Godard? Tuvo sus momentos, pero también cedió a las presiones del medio: a partir de 1959 se traiciona a sí mismo. No es que no hayas visto ninguna de las diez películas que te propone: es que son directamente inencontrables. Algunas, incluso puedes dudar legítimamente que existan.
  • El que de hecho ya no ve cine y llena su lista de series, “experiencias visuales” disfrutadas a contracorriente en exposiciones temporales, videoclips y videojuegos cañeros. El audiovisual es para él una experiencia “meta-trans-post-ultra”, como que “muy muy” (¿¿??). La exhibición cinematográfica ha muerto. Los circuitos de distribución clásicos han muerto. Todo ha muerto, él lo ha enterrado y ha llegado a la conclusión de que las mejores películas del año no son películas. Puedes criticarle, pero sólo demostrarás estrechez de miras y estar anclado en “el bucle melancólico del 4K”. (Sí, en su lista está la videoinstalación de Víctor Erice para el Museo de Bellas Artes de Bilbao y 7 series de Netflix “de las que nadie ve”).
  • El festivalero. Su lista está compuesta exclusivamente por películas vistas en esos sitios donde “el cine sí importa, lejos de los perversos circuitos comerciales”. Ha estado en el Festival de Torrelodones, en la I Muestra de Cine Experimental de Néjar, en el Matalebreras Film Festival y en el ORGASM (Ourense Rueda con las Gónadas Asimétricas Soserías Multiculturales). (Sí, también incluye entre sus imprescindibles el Premio del Público de Sundance: “No sin mi iPhone (o sea, qué fuerte los problemas del primer mundo, papi”)
  • El desubicado. Le han explicado varias veces la dinámica de la lista (que las películas tienen que haberse estrenado ese mismo año, por ejemplo) pero no da una: reivindica “descubrimientos” (estrenos de hace un lustro), ñoñerías recién descubiertas en La 2 y un par de películas vistas en la Filmoteca dentro del ciclo Cine alemán de entreguerras. (Sí, en su lista está “Bailando con lobos”, una “honda reflexión sobre el imperialismo norteamericano”).
  • El especializado. Le gusta el cine asiático. O el congoleño. O el indie neozelandés, pongamos. Pero que mucho, ¿eh? Y aprovecha la ocasión para reivindicar esa “cinematografía sin par, silenciada por oscuros intereses”. Así que sus diez películas son de por allí, ya sabes: costumbrismo exótico, concienciadas denuncias sobre los peligros de la globalización, thrillers povera y ficciones románticas a la turca. Todas co-producciones francesas. (´si, en su lista está “El pequeño Kakarkum y su viaje al país de los elefantes-dioses”).
  • El que no hace listas. Porque él es así: distinto, montaraz, maldito. Y porque se opone a esta aberración, a esta “cosificación del sagrado dogma impuesto por Homero”. Cuando va al supermercado no lleva nada apuntado, todo de cabeza, a buen recaudo del Gran Hermano. Porque a él no lo engañan: se empieza haciendo listas y se acaba quemando libros. ¡Gírate, gírate ahora! ¡¿Ves como nos siguen?!

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