Exhibition: la respiración de una casa

La performer D y el arquitecto H llevan 20 años juntos, viviendo en una casa que están a punto de abandonar. Aunque ella es reacia a marcharse, él siente que han de superar el apego que tienen al edificio y provocar un cambio en su vida antes de que sea demasiado tarde.

 

La protagonista absoluta de Exhibition es sin duda la casa, que fue diseñada por el arquitecto James Melvin en 1969 y obsesionó a la directora durante mucho tiempo. La vida de H y D se desarrolla mayoritariamente entre sus muros. Con su diseño y estructura el edificio condiciona y conforma la relación entre ambos personajes. D, artista un tanto insegura respecto a su vida y su obra, mantiene una relación íntima con las paredes, con el suelo, con cada una de las esquinas que conforman la casa. Se acerca a ellas, sostiene un prolongado contacto, las vive, respira junto a ellas. Es más, respiran al unísono. H, en cambio, muestra una cierta necesidad de cambio. Sus triunfos en el mundo de la arquitectura le confieren una gran seguridad en sí mismo y parece no dudar ante la posibilidad del cambio. El secreto del éxito de su particular relación reside, probablemente, en la independencia que a pesar de todo ambos tienen, sintiéndose libres de estar solos cuando tienen la necesidad y sobrellevando como pueden la inseguridad que a veces esto produce. ¿Por qué tenemos a veces la necesidad de preguntarle al otro si todavía nos quiere? ¿Estamos seguros de que queremos oír la verdad o preferimos simplemente una respuesta tranquilizadora?

 

Exhibition

En su tercer largometraje, la directora Joanna Hogg no ha contado con actores profesionales para los dos papeles protagonistas, sino que se ha decantado por un artista conceptual (Liam Guillick) y una cantante (Viv Albertine, miembro de The Slits); una acertada decisión que dota al film de una inusual sensibilidad artística que supera los prejuicios que nos hacen fruncir el ceño cuando una obra cuestiona la narratividad canónica o el sentido de la perfección técnica. Su exploración intimista del entorno doméstico y su empático acercamiento al mundo del arte construyen una película alejada del habitual tono, entre cínico e irónico, que acostumbran a tener las películas que hablan sobre arte contemporáneo. No hay chistes sobre arte, no hay burlas, no hay artistas pretenciosos ni coleccionistas pedantes; tan solo una honestidad brutal y una cierta melancolía impregnada de humanidad.

 

En Exhibition, los intencionales silencios entre las conversaciones sirven para que podamos escuchar la respiración del edificio y los otros sonidos que se producen en su interior. Las elipsis conforman la relación entre H y D tanto o más que aquellos diálogos que presenciamos, y el proceso de abandonar la casa se convierte en el equivalente a abandonar una relación. Una relación que a lo largo de 20 años ha generado unos fuertes –y al mismo tiempo frágiles– lazos afectivos. Por eso, algunas secuencias las presenciamos a través de las ventanas, los ojos de la casa. Percibiendo así una realidad un tanto distorsionada por culpa de los reflejos. Una realidad que, como sucede con los recuerdos, nunca podremos observar con nitidez.
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