Rogue One, tenemos esperanza en el futuro
Rogue One: A Star Wars Story
Dirigida por Gareth Edwards
Con Felicity Jones, Diego Luna, Ben Mendelsohn, Donnie Yen, Alan Tudyk, Riz Ahmed, Jiang Wen, Mads Mikkelsen y Forest Whitaker
Relativamente poco tiempo después del estreno del Episodio VII de la mayor saga cinematográfica de la historia, llega una película situada en el mismo universo, y que relata un pequeño episodio dentro de los grandes acontecimientos de la saga.
Esto de por sí ya facilita las cosas. El desafío de contar esta historia era mucho menor que continuar con la saga; un reto al que J.J. Abrams se enfrentó de forma conservadora en el Episodio VII. En este caso, se trataba únicamente de contar cómo un pequeño grupo de rebeldes descubrieron el punto flaco de la Estrella de la Muerte y consiguieron los planos para que la Rebelión lograra destruirla.
Rogue One, al igual que el Episodio VII, ha despertado tanto críticas como alabanzas. Y es que el nivel de exigencia de los fans acérrimos es altísimo. Tan alto, que si en 2017 volviera a estrenarse el Episodio IV, estoy seguro que recibiría hostias como panes.
Me imagino que para un director de cine, enfrentarse al desafío de una nueva película de Star Wars tiene que ser como preparar una paella por primera vez con la receta de tu tío difunto. Es decir, conoces los ingredientes, conoces los procedimientos, pero te enfrentas al desafío de hacerlo tan bien como lo hacía él. Y sin tener su toque mágico. Porque que nadie se engañe. Si la trilogía original de Star Wars se convirtió en la joya de culto masivo que todos conocemos y adoramos, fue debido a una serie de coincidencias maravillosas, gracias a las cuales George Lucas y su gran equipo creativo logró entretejer una historia novedosa y absolutamente hipnótica. Intentar repetir la fórmula sería tan absurdo como pedirle a un escritor que escriba algo de la talla del Señor de los Anillos o a un pintor que haga un segundo Guernica.
Por lo tanto, cada nueva entrega del universo Star Wars se enfrentará al mismo desafío: contar una historia nueva, sorprendente y atractiva, pero con suficientes elementos clásicos como para que sea inmediatamente reconocible como material de Star Wars. Ahí es nada. Un corsé con el que no resultará nada fácil vestirse.
En el caso de Rogue One, mi veredicto es el siguiente: a pesar de los fallos, consigue el efecto deseado.
Fallos tiene unos cuantos. Como por ejemplo el ligero extrañamiento que generan los personajes generados por ordenador (¿era realmente necesario?). O la interpretación más bien flojilla de uno de los protagonistas, Diego Luna. O la ligera sensación de videojuego que uno tiene en algunos momentos (como en las muertes de Chirrut Imwe y su compañero). O la omisión de los bothanos, una raza de antropoides peludos que, en palabras de Mon Monthma en el Episodio IV, fueron esenciales para conseguir los planos. Etc.
Pero luego está todo lo demás.
Rogue One es, en esencia, una buena película de Star Wars. Logra trasladarnos a ese universo maravilloso, sumergirnos en él, arrastrarnos por sus acontecimientos vertiginosos y, en definitiva, vivir durante dos horas de nuestra vida en esa galaxia muy, muy lejana.
Evidentemente, no faltan todos los guiños a la trilogía original, que sirven para que los viejos fans reconozcamos el universo. Como el vigía del planeta Yavin. O los dos tipos con los que Jyn y Cassian se tropiezan en Jedha, clientes habituales de la cantina de Mos Eisley. O la leche azul que se bebe en casa de los Erso, que es la misma bebida que tomaban los tíos de Luke en Tatooine. O el juego de tablero que se juega en la guarida de Saw Guerrera, el Dejarik, que es una versión física del juego holográfico con el que va equipado el halcón Milenario. O la famosa frase “I have a bad feeling about this”, que aparece en todas las entregas de la saga.
Dicho todo esto, Rogue One funciona muy bien por si sola. Es una buena película de acción dentro del universo de Star Wars, en el que se dejan de lado los dramas familiares de los Skywalker y se centra la atención en el aspecto más bélico de este universo.
El punto de partida es la historia de un ingeniero brillante obligado a trabajar para el Imperio. Y las peripecias de un grupo misceláneo de rebeldes para conseguir los planos de la terrible estación espacial imperial.
Un grupo de rebeldes que parece una versión ligeramente desgarbada de los Siete Magníficos: la heroína con grandes motivaciones, el droide asesino imperial reprogramado, el agente rebelde con pocos modales, un ex-piloto imperial renegado, un monje guerrero creyente en la Fuerza que parece el hermano galáctico de Zatoichi, y su protector, un asesino con un bláster de repetición pesado.
Pero a pesar de los clichés, toda esta trama funciona de maravilla. A destacar el emocionante monólogo de Cassian (Diego Luna), en el que ponen las cartas sobre la mesa y sacan a relucir el lado menos reluciente de la rebelión: la Alianza Rebelde está formada por muchos asesinos y tipos misceláneos de moral dudosa. Gente desesperada huyendo hacia adelante, unidos para hacer frente a un mal mayor. Una motivación más grande que la vida que los lleva a hacer lo imposible y a sacrificarse por la causa correcta. Todo ello con un nivel de frenetismo impresionante.
Un pequeño detalle más. Me parecieron especialmente atractivas las apariciones de Darth Vader, tanto en su espectacular hogar del planeta Mustafar, y en la tremenda escena final.
En conclusión, Rogue One es un producto muy recomendable para disfrutar del universo Star Wars, que por su frescura y su dinamismo supera al propio Episodio VII (que, pese a gustarme, no deja de ser una copia estructural del Episodio IV por parte de un poco atrevido J.J. Abrams). Es más, mirad lo que os digo. De cara al futuro, tengo más esperanzas en los one-shots del universo Star Wars como éste que en la continuación exigente y encorsetada de la saga.