‘Wet Hot American Summer’. ¿Y si los 80, después de todo, hubiesen molado?
1981. Aquél fatídico año, William Holden, el líder del Grupo Salvaje, moría tras resbalar con una alfombra a resultas de uno de sus desmanes etílicos. Terrible. Pero eso no fue todo. Un par de publicitarios sevillanos le daban los últimos retoques a la que sería mascota oficial del mundial de fútbol del año siguiente: una naranja con la cara arrebolada y un esférico bajo el brazo (valga la redundancia).
Pero también hubo una efeméride poco publicitada. En 1981 arrancó el campamento de verano Pinewood. Ya sabéis: uno de esos lugares donde los padres aparcan a sus adolescentes en ciernes para que aprendan –merced a las malas compañías- dos o tres cosas sobre la vida. Lo que hay que hacer con tal de ahorrarse una larga explicación…
Wet Hot American Summer, la penúltima comedia de la sembradísima Netflix, es una perita en dulce para cualquier cuarentón dispuesto a recordar –sin ira- su educación sentimental. Una máquina del tiempo que nos devuelve a aquella horrísona década donde el mal gusto logró ser tendencia, cualquier canción una excusa para encender el mechero y pasarse una litrona el colmo de la contracultura post-punk. ¡Ah, chavales!
En su formato televisivo, Wet Hot… es un chiste de cuatro horas dividido en ocho partes y donde cabe la nostalgia, la crueldad, el homenaje cinéfilo (de El vengador tóxico a Veredicto final, de Los albóndigas en remojo a las películas de Chuck Norris, de Porky’s a Karate Kid, de A Chorus Line a Juegos de guerra o Phenomena) y cualquier declinación del concepto “humor”: absurdo, catártico, de sal gorda, meta-meta-todo.
Pero pongámonos en antecedentes. Este primer día de campistas, monitores y padres preguntones no es otra cosa que la precuela de una peliculita homónima que está a punto de cumplir los 15 años y que se ganó la condición de “filme de culto” quizás por la sencilla razón de que en su momento nadie la vio (me incluyo). Detrás de aquella apología de jovenzuelos convertidos en sacos de hormonas obsesionados con estrenarse estaban David Wain y Michael Showalter, rescatados gloriosamente por Netflix –junto a prácticamente todo el elenco original- para ver qué paso una semana antes de los hechos descritos en aquella… sin importar un carajo lo envejecidos que en realidad estén hoy en día los actores en cuestión.
La notable fauna que habita estos bungalows, ensucia el bosque cercano y se pirra por las pulseras hechas de cuentas de plástico está formada, entre otros, por estos diez arquetipos imperecederos, que podrían haber salido de cruzar el cine de Wes Anderson con el de John Landis:
1.- El pagafantas vocacional. Maleable por una novia bipolar, que lo mismo le ruega que la posea que lo ignora con notable alevosía y regodeo sádico. Encomiable por su capacidad de autosacrificio: logra que su futurible (a la que apenas ha cogido de la mano) lo moldee a su imagen y semejanza, dejándose influir por su dudoso gusto en materia de moda.
2.- El Tony Manero en prácticas. Sensible, rebelde, chabacano. El hombre convencido de que se puede conquistar a cualquier mujer a base de… pedos. Una rara avis impermeable a lo políticamente correcto. Imaginaos que Torrente fuese además resultón.
3.- El amigo vacilón que dice mojar siempre (pero que es tan virgen como tú). Su aparente seguridad en sí mismo será su perdición, auténtico imán para convencidas de su precocidad (in vino veritas, eso sí). Una fachada a mantener a costa de las propias aspiraciones.
4.- La (ambiciosa) periodista musical. Una auténtica camaleón dispuesta a todo con tal de hacerse con una exclusiva que cambie el curso de su existencia. Enfundada en sus vaqueros y con su melena al viento, no tiene problema en convertirse en una chica de 16 curiosa y “con ganas de experimentar”. La ambición rubia, trocando los diamantes monroenianos por una Fender Stratocaster.
5.- El veterano del Vietnam. Imprescindible. Traumado, desconocedor de sus cualidades para la lucha. Una máquina de matar reconvertida en personaje anodino, pero siempre a la espera de su oportunidad… como si Rambo hubiese acabado como concursante de MasterChef.
6.- El pringado enamoradizo (y no me digas que no sabes de quién estoy hablando). Un Woody Allen en potencia: desgarbado, canijo y con una fe inexplicable en sus propias posibilidades. Como siempre, encontrará una chica cándida e ingenua con la que compartir inseguridades.
7.- El coreógrafo venido de las Europas. Todo campamento tiene que tener su función teatral, con los inevitables números musicales. Y cómo no, alguien dispuesto a elevar la media de esta pandilla de patosos. Porque la fama cuesta.
8.- El asesino a sueldo del presidente Ronald Reagan. El quinto jinete del Apocalipsis, empecinado en evitar que algún ecologista coñazo le arruine un buen negocio al líder del mundo libre.
9.- La estrella caída del rock and roll. Pudo tenerlo todo. Pero no. Su autoexigencia lo condenó a la misantropía y ahora mora en una cabaña aislada, regodeándose en su atasco creativo. Este Jim Morrison haciendo de Simón del desierto sólo necesita que alguien vuelva a confiar en él, que le digan que vale mucho…
10.- El chico-robot. A principios de los ochenta todos entendimos que sería necesario incorporar una nueva figura a nuestro círculo más íntimo: el amigo informático. Un tipo capaz de memorizar datos incomprensibles, recitar unos y ceros y quedarse quieto súbitamente, compilando, con la mirada perdida.
¿No os parece un casting imbatible? Os puedo asegurar que están todos los que son, que hoy en día es lo mismo que decir… todas esas caras vistas en otras series de televisión (Mad Men, Big Bang Theory, The Good Wife) apoyando y respaldando con enorme generosidad al reparto original de la película (creciditos para sus respectivos roles, pero… ¿hay algo más encantador que ver a cuarentonas haciendo de nímfulas y a cincuentones metiendo tripa mientras se palpan la próstata?). Así que a los entonces semidesconocidos Paul Rudd, Elizabeth Banks o Bradley Cooper se les suma ahora una legión de “consolidados” dispuestos a regalarse un cameo memorable.
¿El resultado? Pues absolutamente hilarante. Wet Hot American Summer está a la altura de alguno de mis hitos cómicos catódico-internaúticos (Arrested Development o Bored to Death) y demuestra lo que se puede hacer con mucho dinero, un poquito de coherencia en la generación de contenidos originales y un puñado de actores con muchas, muchas ganas de disfrutar.