Viva Tom Cruise, muera ‘Top Gun’
“Tom Cruise y yo tenemos la misma ética: ofrecerle lo mejor al espectador”. Albert Serra
Tom Cruise, el joviejo que todos querríamos llegar a ser, vuelve este año por partida doble. Lo hace con sendos productos onlyfans -la enésima entrega de Misión Imposible y Top Gun Senior– que cumplen, sin duda alguna, con la humorada de Albert Serra: le dan a su público potencial exactamente aquello que ansía, sin que este sea capaz siquiera de verbalizarlo (bueno, quizás sí: con emoticonos).
¿Quién es este tipo apolíneo, pues? ¿Campeón del blockbuster pulido para un público generalista o villano irredento para el gafapasta reduccionista?
Confesémoslo: Tom Cruise ha acabado cayendo bien y eso que lo tenía todo para estar en cualquier top de muy odiables. Coleccionista de mujeres que le sacan tres palmos, cienciólogo, urdidor de monólogos motivacionales, gourmet de placentas filiales… no, demonios, mejor quedarnos en lo estrictamente profesional.
Cruise no tiene la leyenda bonachona de otros actores (Bill Murray o Keanu Reaves, pendientes de beatificación vaticana), pero se le reconoce el coraje de arriesgar su dinero en pos de un ideal de “cine total” muy del viejo Hollywood. Sin haber llegado todavía a firmar ninguna cinta en calidad de realizador, pero con el halo mítico de otros grandes actores-productores, Tom Cruise es reconocible como copartícipe necesario en todas sus películas. Un periplo que comienza en 1996 y que alcanza su punto álgido -en lo referente a injerencia- con la leyenda urbana de la expulsión de la sala de montaje del mismísimo John Woo durante la postproducción de Misión Imposible 2 (2000).
Aunque en la actualidad ya solo le interese proseguir con sus Jack Reachers y sus intrigas de espionaje y robos, a este tipo no le podemos negar el haber querido -y haber logrado- trabajar sencillamente con los mejores. La historia del cine norteamericano de los últimos 40 años tiene forzosamente su rostro: ha actuado a las órdenes de Francis Ford Coppola, Curtis Hanson, Ridley y Tony Scott, Martin Scorsese, Barry Levinson, Oliver Stone, Ron Howard, Rob Reiner, Sydney Pollack, Neil Jordan, Brian de Palma, Stanley Kubrick, Paul Thomas Anderson, Steven Spielberg, Michael Mann, Bryan Singer, Robert Redford… ¡di un nombre cualquiera! Si fuiste alguien en su momento, coincidiste con él sí o sí. Y no fue una casualidad: él te buscó.
Desde el cine para adolescentes al taquillazo de qualité (¿el mismo público objetivo que ha ido envejeciendo -pero mal- junto a su ídolo Dorian Gray?), Cruise se supo reinventar década y media antes que Matthew McConaughey… pero ahí sigue sin su Oscar, un empeño al que ya renunció hace casi 20 años.
Así que oigan: sombrerazo para el picapedrero y capitalista Tom Cruise en su búsqueda del Santo Grial mainstream sin tirar de dobles en las escenas de acción. Pero ahora… hablemos de Top Gun 2.
Christopher McQuarrie y Joseph Kosinski vendrían a ser sus dos directores en nómina, de los que ha echado mano de manera recurrente en la última década. Así ha ocurrido también en esta, porque problemas pandémicos de producción al margen, la secuela de Top Gun era un juguetito muy querido por el chico de Siracusa. Y claramente no era porque contase con un guion deslumbrante. No, qué va.
¿Recordáis la primera? Debíais de ir a EGB y si había alguien realmente gilipollas en vuestro curso a buen seguro que os recomendó encarecidamente aquella “pasada” reaganista. No pasa nada: no teníais discernimiento y solo sabíais que salía una chica muy mona, que había aviones de esos que teníamos que comprar para ser miembros premium de la OTAN y que los rusos eran malos, muy malos (vaya, la cosa no ha cambiado tanto).
Para más INRI el carísimo panfleto lo firmaba Tony Scott, que había rodado antes una cosa muy cochina que corría en VHS titulada El ansia (a la postre, su mejor película). Aunque entonces no lo supieseis, aquellos tics de anuncio de después de las campanadas iban a hacer fortuna, marcando fatídicamente la década.
Aunque con el tiempo el solipsismo cinéfilo se haya empeñado en encumbrar a Tony Scott como un autor de churros con un nosequé, lo cierto es que Top Gun (1986) era una de hazañas bélicas casi tan sonrojante como aquella Boinas Verdes (1968) de John Wayne. Lo único que quedó para los anales fue aquella tensión sexual no resuelta entre Val Kilmer y Tom Cruise, dos machos alfa incapaces de afrontar la verdadera naturaleza de su dependencia mutua.
Que Top Gun era olvidable y solo daba para chascarrillos en los guiones del joven Tarantino, pocos lo pusieron en duda. Pero el huevo de la serpiente ya estaba puesto: montaje sincopado, atardeceres dramáticos, motos haciendo de Rocinantes, Ray-Bans de mercadillo, chupas de aviador, profesoras cañón en la más pura tradición del porno soft, flexiones, dolor, atrofia muscular, más dolor y… éxtasis del chulo playa de baratillo.
35 años después, aquel héroe genuinamente americano (indisciplinado, patriota con iniciativa, llanero solitario sin una causa a la altura de su imbecilidad) ha vuelto para dejarnos claro una única cosa: Tom Cruise mola. Y a su alrededor, todo es accesorio.
La loca academia de aviadores superdotados no ha cambiado mucho: las generaciones se suceden pero el cociente intelectual no mejora. Ahora, eso sí, hay más diversidad en la leva: latinos, negros, alguna que otra mujer. Cruise no seduce a treintañeras, solo a cincuentonas que parecen tener 20. El enemigo incluso puede ser más abstracto: algún país pobre y lejano, por ejemplo, con cazas de quinta generación (¿?) y tecnología nuclear a puntito de caramelo. El héroe ya no es un niñato: se conforma con ser paternalista, como siempre lo ha sido el tío Sam.
Quizás esa sea la moraleja más triste del filme: lo poco que ha cambiado la estructura “clásica” que tiene que tener un guion cinematográfico para “ofrecerle lo mejor al espectador”. En otras palabras: Cruise no necesita tomarnos por idiotas porque dicha condición viene implícita desde el mismísimo momento en que pagamos por volver a ver la misma película de antaño, convencidos de poder revivir así las preciosas sensaciones de nuestro tiempo acneico.
Así pues, ¡por qué no!: que viva Tom Cruise, estandarte ahora de festivales de cine igualmente ombliguistas, azote del streaming, recauchutado con clase, último de los que manejan esa noblesse oblige de “solo trabajo para la Industria de verdad, católica, romana y apostólica”. De los pocos que se atreven a invertir en algo que no sean superhéroes, aunque siga obsesionado por seguir gustando. Ahí lo tenéis, sonriendo bajo las costuras, controlando su esquina habitual y susurrándote al oído que tiene “mierda de la buena”. Y en pantalla grande, nen.
Pero sobre todo, ¡muera Top Gun!, muera la nostalgia patológica de una audiencia dispuesta a plañir una y otra vez por la infancia perdida. Aunque solo sea por caridad, pensad en vuestros hijos. ¿De verdad queréis hacerles creer que lo mejor que dieron de sí los 80 fueron Karate Kid (1984), Los Goonies (1985) o Top Gun (1986)? ¿No justifica ese proselitismo lacrimógeno cualquier clase de maltrato que os pueda infligir vuestra descendencia?