Visto en el D’A 2022 (VI)

Libertad, libertad, libertad

I.Ahed’s knee (Nadav Lapid, 2021)

Y, el cineasta protagonista de Ahed’s Knee está enfadado. Muy enfadado. Está enfadado con su pueblo, Israel. Está enfadado con el gobierno, con la censura, con la falta de libertad de expresión. Está enfadado porque sus ciudadanos, resignados y sumisos, permiten sin rechistar que las libertades sean cada día un poco menores que el anterior. Su nueva película, un biopic experimental (¿o tal vez una obra de videoarte?) sobre la activista palestina Ahed Tamimi no encontrará financiación alguna. De hecho, si no quiere problemas con la ley tendrá que rodarla en secreto. Pero de momento, y antes de empezar dicho rodaje, viajará hasta Sapir, pequeña comunidad rural en medio de la nada en cuya biblioteca presentará su anterior película. Allí se topará con la joven Yahalom, responsable del sistema de bibliotecas públicas de Israel y encargada de organizar su visita a Sapir. La relación entre ambos, amigable al principio, irá cargándose de una incómoda tensión (sí, también sexual) a medida que avance la trama y se vaya evidenciando el control que el gobierno israelí tiene sobre las actividades culturales del país. 

Si la puesta en escena de Sinónimos (2019) ya resultó desconcertante para muchos espectadores, con Ahed’s knee el director lleva al límite algunas secuencias cuya finalidad no es otra que la de reflejar la inestabilidad, la frustración, la ira y la impotencia del enervado cineasta. Del cineasta protagonista de la película, sí, pero también del propio Lapid, que es bien consciente de que la libertad de expresión en Israel no está pasando por su mejor momento (según la Clasificación Mundial de la Libertad de Prensa realizada por Reporteros Sin Fronteras, en 2021 Israel ocupaba el puesto 86 de un total de 180 países). Por eso la cámara, nerviosa e inquieta, oscila todo el tiempo, porque Lapid necesita desahogarse, hacer terapia y descargar su rabia. Arriba y abajo, a izquierda y derecha. Los planos se cortan de modo brusco y repentino mientras el cineasta se comporta de un modo imprevisible, violento y arrebatado. Y, que siempre dice lo que piensa, no siempre piensa lo que dice. O mejor dicho, no siempre piensa en las consecuencias de lo que dice. Está acostumbrado a tener problemas por ello, y aun más en un país como Israel. Harto de la hipocresía de su gobierno, se niega a aceptar esa censura subyacente que se impone en cualquier acto cultural. ¿Por qué el gobierno ha de decirle de qué temas puede o no puede hablar? Ante una situación como esta, la única opción es la de la rebelión. La de alzar la voz y gritar, caiga quien caiga, pase lo que pase.

¿Estamos ante una comedia? ¿Un drama? ¿Una sátira política? ¿Un musical? Probablemente, un poco de todo. En Ahed’s knee, Lapid renuncia a un uso convencional de los códigos cinematográficos convirtiendo en un imprevisible experimento lo que podría haber sido un ejemplo más de cine de denuncia social. Una propuesta arriesgada que, si bien no satisfará los gustos más convencionales, sí que permanecerá durante mucho tiempo en la memoria de todos aquellos que la hayan visto. Para bien o para mal.  

II.France (Bruno Dumont, 2021)

Y si el cineasta independiente protagonista de Ahed’s knee lucha contra la censura en Israel, a casi 5.000 kilómetros de distancia la célebre periodista France de Meurs se sitúa en el polo opuesto, exprimiendo al máximo las posibilidades del sensacionalismo y manipulando la realidad a su gusto para así conseguir un mayor impacto en el espectador. Estrella indiscutible del papel couché francés y presentadora de un programa de televisión en prime time, France lo tiene todo. Es joven, es rica, es bonita, es inteligente y es lo suficientemente cínica como para dedicarse a su profesión sin remordimientos. Protagonista indiscutible de todos sus reportajes, France llora ante la cámara siempre que es necesario, se mete en una patera llena de inmigrantes, llama la atención del Presidente de la República para incendiar las redes sociales o explota la tristeza de una mujer que, sin saberlo, estuvo veinte años casada con un asesino. Cualquier cosa con tal de convertirse en trending topic y conseguir más seguidores, con tal de que su cara aparezca en las marquesinas de los autobuses y en las portadas de las revistas. Pero la fama, como todos sabemos, tiene un lado oscuro. Cualquier error que France cometa tendrá sus consecuencias, y el atropello involuntario de un joven inmigrante se convertirá en su pesadilla particular. Bueno, en la primera de las muchas que vendrán.

Al ver France, no puedo evitar acordarme de Christine, filme de Antonio Campos que recrea la vida de la periodista norteamericana Christine Chubbuck y su suicidio en directo ante las cámaras. Sí, lo sé, el tono de ambas películas no tiene aparentemente nada que ver (Campos se inclinó en su puesta en escena por la sobriedad más extrema), pero el mundo que retratan es el mismo. Un mundo en el que la espectacularización de la violencia y la banalización de la tragedia están a la orden del día. Un mundo en el que hacer negocio a partir del drama es más que habitual. Un mundo en el que los mass media dejan de lado la ética periodística para sobrevolar con avidez la carroña y sacar el mayor partido posible de la desgracia ajena.

Lo admitimos desde el primer visionado: France no es una película precisamente sutil. De hecho, Dumont juega desde la primera secuencia a todo lo contrario. Tanto el argumento como la puesta en escena o las interpretaciones en France son grotescas, molestas, abrumadoras y excesivas. El filme incomoda con sus silencios, alargados más de lo estricta y supuestamente necesario, y también con su banda sonora. Su argumento, rocambolesco hasta decir basta, puede resultar estrambótico y poco creíble para muchos, pero es justamente ese exceso el que funciona como metáfora de los incontables fracasos de un país que presume de democracia mientras aplica la violencia policial en las manifestaciones. País representante de un cierto europeísmo de centro derecha políticamente correcto pero éticamente cuestionable; país ambiguo, contradictorio y orgulloso de no se sabe muy bien qué. Y como ese país, la propia France se tambalea cada vez más y es entonces cuando la sátira deviene drama. Los cimientos de su cinismo no son tan sólidos como parecían y a veces, solo a veces, France parece que se cuestiona la integridad de sus actos. ¿Son auténticas sus lágrimas o no son más que parte de la pantomima? ¿Somos capaces como espectadores de averiguar dónde acaba su interpretación y dónde empieza su vida? ¿Y si todo forma parte al fin y al cabo de lo mismo?

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