Visto en el D’A 2016 (V): ‘Happy Hour’, de Ryusuke Hamaguchi. Ser japonesa, hoy.

“Frecuentemente la familia no sólo no respalda sino que se convierte en un gran obstáculo. Cualquier acción innovadora es interpretada como un ataque a la institución familiar y son pocos los varones que la entienden”. Mariko Kuno Fujiwara, directora del Instituto para la Vida y el Bienestar.

Algunos todavía se sorprenden cuando nos llegan alegatos feministas (humanistas, diría yo) elaborados desde países del supuesto primer mundo. Como si no tocase, como si estuviese fuera de lugar y tal. Como si el pertenecer al escogido grupo de las naciones más favorecidas afectase en algo a la condición de explotada de la mujer (española, ¡qué te voy a contar que no sepas!)

El actual primer ministro del Japón, Shinzo Abe, ha lanzado un ambicioso programa para incorporar a la mujer nipona al mercado laboral. Ante el progresivo envejecimiento de la nación –y por qué negarlo, la disminución en la misma proporción del sueldo del pater familias, acostumbrado a ser la única fuente de ingresos de la unidad familiar- la tradicional y patriarcal superestructura se resquebraja. O se aumenta el número de cotizantes o Japón tendrá que abordar su antepenúltimo tabú: incrementar las cuotas de población inmigrante, mantenidas desde hace décadas por debajo de un ridículo 5%.

Pero aún en el supuesto de que la mujer pueda incorporarse decisivamente –ya no digo en condiciones de igualdad: ¿en qué país lo está?- a la fuerza de trabajo… ¿está dispuesto el macho de ojos rasgados a dejar de disfrutar de sus prebendas? ¿Es de esperar cierto grado de generosidad sin un marco legal que proteja y ampare a las más débiles? ¿Lograrán liberarse del onna-daigaku, esa obediencia ciega a todo lo masculino, herencia directa del confucianismo? (1)

maxresdefault

Hamaguchi lo tiene claro: o las japonesas buscan y provocan el conflicto o lo tienen jodido. Pero que mucho. Prueba de ello es que un filme tan “necesario” (terrible, terrible, lo sé) se haya tenido que financiar a través de una iniciativa de crowdfunding, partiendo de un curso fundamentado en improvisaciones y con actrices no profesionales en los principales roles. Inquietante.

Happy Hour podría haber sido un panfleto efectista y directo, purito cine social, tope comprometido. Lleno de razón, pero demasiado obvio en la elaboración de un discurso alrededor del descontento y la frustración de todo un sexo. Con heroínas tremendas tomando decisiones trágicas pero justas. Con hombres malotes ejerciendo de antagonistas incapaces de trascender su mera condición de personajes de ficción.

Para evitar eso –la falta de sutileza, que siempre se traduce en una falta de verosimilitud- el realizador se toma su tiempo. Vaya si se lo toma: ¡más de cinco horas de película! Cinco horas que no desaprovecha perpetrando la habitual ‘cinta-río’ con envejecimientos repentinos de las protagonistas o sucesos truculentos que provocan la caída del caballo, la concienciación y la incorporación a la lucha.

Cuatro mujeres con realidades bien diversas. Maternidad y trabajo, planteadas casi de manera excluyente: he aquí la madre a tiempo completo, la enfermera curada de espanto, la organizadora de saraos culturales, la obrera en una fábrica conservera. Una está divorciada, la otra lo estará pronto y las otras dos… también se hallan en vías de cambiar las reglas de un juego en el que han comprobado que siempre pierden.

Y no es de extrañar. El machismo en la sociedad japonesa se manifiesta a través de cuatro actitudes que distan mucho de ser arquetípicas; sofisticadas formas de ejercer la opresión. A saber:

1.- El marido salaryman. Como es él el que trae el dinero a casa (¿os suena el argumento, tan de la generación de nuestros padres?) exige que la ama de casa a perpetuidad le planche las camisas, acueste al niño y le tenga la cena preparada, llegue a la hora que llegue. En su defensa podríamos argumentar que este hombre carpetovetónico no ha conocido ninguna otra realidad y que posiblemente fuese su propia madre la que le educase en el ejercicio del terror. Sólo que aquí será la suegra –en casa del hijo de manera temporal- la que le enseñe a la aprendiz de esclava que el déspota puede no tener razón. Y que quizás haya que recordárselo a base de collejas.

2.- El posesivo legalista. Si te ampara la ley –tanto da si esta es o no justa- lo tienes mucho más fácil. No importa que seas un eminente científico capaz de deslumbrar a la audiencia con tu sensibilidad o tu capacidad para el pensamiento abstracto: jamás se te ocurrirá poner en tela de juicio un sistema que te proporciona el bastón de mando, el poder absoluto. Ella permanecerá a tu lado, te ame o no. ¿Por qué? Porque se lo puedes imponer.

3.- El marido obsesivo / progresista de boquilla. Este hasta parece que escuche, oye (sólo lo parece). No tardarás en tener la desagradable sensación de que lo único importante en su vida es su trabajo: sólo empatiza con la gente en tanto y cuanto le puedan servir para incrementar su prestigio social.

4.- El comeollas impenitente. Fornicador vocacional –tanto da con quién- que utiliza las perniciosas herramientas que proporciona la autoayuda para convencerte de que es él a quién necesitas… no se sabe muy bien para qué.

Film-2015-HappyHour-001

Estos cuatro idiotas (culturales o autodidactas) se las apañan a las mil maravillas para hacer aflorar la infelicidad en sus respectivas parejas. Unas mujeres que se descubren un buen día teniendo que pedir permiso para ir de fin de semana con sus amigas, ser todavía más excelentes en sus trabajos, tener celos, no tenerlos o… o salir huyendo.

Demasiadas disculpas, demasiados agradecimientos. El registro formal del lenguaje japonés se revela una cárcel de oro construida a base de palabras y expresiones vacuas, una letanía cuya repetición las condena a vivir en el absurdo. Como encorajina la enfermera veterana a su nueva ayudante: “ya está bien de disculparse. No lo hagas si no lo sientes de verdad”.

Sentir. Volver a hacerlo, vamos. Ese es el camino recorrido por el cuarteto. Un camino que requiere tiempo, porque no es una cuestión de milagros o epifanías. Aprender a sentir desprecio por quién sólo te regala su condescendencia. Aprender las posibilidades infinitas del libre albedrío (y ejercerlo, sin tener miedo a las consecuencias).

Happy Hour se articula en torno a larguísimas escenas que rondan la hora de duración. En la primera de ellas, las cuatro féminas en proceso de desencanto participan en un taller cuyo único propósito es experimentar el placer del tacto, del contacto con los demás.

Cuando parecen estar a punto de recobrar la dignidad, el director nos devuelve a la cruda realidad: la de un juicio casi surrealista, la de un divorcio que se puede obstaculizar si el macho herido apela al honor y otras monsergas. En ese callejón sin salida la mujer se ve obligada a mentir, a idear estratagemas con las que dar esquinazo a un sistema absurdo.

happy-hour-02

Por último, la larguísima noche de autos durante la cuál asistimos a una velada literaria con lectura incluida. Un ejercicio de sinceridad en el que, apelando a la erótica, una mujer tiene la única oportunidad de decir exactamente lo que siente. Aunque el hombre a quién van dirigidas esas palabras –una ameba emocional- no se entere. Una noche en Kobe para el desquite, las confesiones, las luces de neón y la infidelidad.

Y sobrevolando estos tres actos, el último romance adolescente puro. El que vive el hijo de una de ellas –con embarazo no deseado incluido-, ultrajado por unos adultos que sacrifican el incipiente amor de los más pequeños en aras de… de la armonía imposible, la preeminencia del apellido, la perpetuación del disimulo.

La hora feliz. El irónico contrapunto a una existencia programada por unos usos sociales cuya pervivencia ya nadie entiende… excepto los hombres –petulantes, quisquillosos, ladinos- a los que les permite seguir disfrutando su fantasía de superioridad.

(1): http://www.politicaexterior.com/articulos/politica-exterior/la-revolucion-silenciosa-de-la-mujer-japonesa/

You may also like