Visto en el D’A 2015 (II): ‘The duke of Burgundy’ de Peter Strickland

“Hay que estar dispuesto a dejarse llevar por el mundo abstracto. Hay que querer perderse en él. Si no, se tendrá la sensación de frustración”. David Lynch

El provocar extrañeza entre la audiencia ha sido, desde los orígenes del propio arte cinematográfico, una motivación de primer orden a la hora de ponerse a rodar. De Méliès a Lynch, muchos de nuestros directores favoritos manejan este argumento primordial: la desubicación, el no contarlo todo, el dejarnos mal cuerpo recurriendo a nuestra memoria cinéfila. Fascinar a través de la imagen puede ser una pretensión legítima, pero al cabo del año podemos contar con los dedos de una mano las películas que realmente lo logran.

Y sí, estamos ante una de ellas. The duke of Burgundy plantea al espectador dos enigmas (que no tiene el mal gusto de resolver). Por un lado: ¿cuál es la naturaleza exacta de las relaciones entre las dos protagonistas? Y por otro: ¿en qué mundo más jodidamente extraño habitan?

Sobre el primer particular parecemos tener pocas dudas. Dos mujeres que se aman, sí, pero obsesionadas por la puesta en escena de sus encuentros. Una ejerce de dominante, la otra disfruta de su rol sumiso. La dinámica de la repetición –la reiteración de sus escarceos amorosos con idéntico prólogo- comienza a plantearnos las primeras dudas: ¿seguro que ambas disfrutan? ¿Hasta qué punto la representación ha substituido a la expresión sincera del amor?

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La segunda pregunta es igual de apasionante. ¿En qué país, en qué época… en qué mundo estamos? Cualquier debate intelectual parece estar copado por un único asunto: la vida y milagros de los insectos. La entomología se ha enseñoreado del resto de las ciencias -¡incluso de la literatura misma!- y la “modernez” se vehicula y se expresa a través de la observación de especímenes, su clasificación, la enumeración de sus diferencias. El modo de brillar en sociedad pasa por estudiar a polillas, mariposas, arácnidos y saltamontes.

Ligado a este hecho –ya de por sí chocante-, uno todavía más inquietante: ¿qué ha sido de los hombres? Las mujeres son las que acuden a las conferencias de temática coleóptera, las ponentes, las carpinteras, las… los huecos entre la audiencia son rellenados con maniquíes, no sabemos si con la intención de cubrir ausencias o, simple y llanamente, de hacer bulto.

Mientras el espectador ya anda suficientemente entretenido tratando de desenmarañar tanto intríngulis (extrañado, vamos), Peter Strickland aprovecha para proyectar sombras sobre la pareja y su –no tan amplio como imaginábamos- catálogo de preámbulos. La sumisa resulta no serlo tanto: ella es la que impone la escenografía, marca los tempos y reclama, continuamente, que su ama no se salga del papel. Para esta última el esfuerzo comienza a resultar agotador…

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Visualmente desbordante, The duke of Burgundy arranca con unos títulos de crédito que bien podrían pertenecer a un filme de los englobados en el free cinema, continúa con un tono pastoral a Las dos inglesas y el amor (François Truffaut, 1971) y deriva en una fantasmagoría de la Hammer con fugas experimentales. Acostumbrado a mimar el sonido de sus películas (véase la todavía más radical Berberian Sound Studio (2012)), Strickland encuentra nuevas e inverosímiles similitudes entre el mundo animal y el siempre chocante ser humano. Los complejos rituales de apareamiento de Cynthia y Evelyn devienen así una transposición fascinada de ese mundo de insectos, los más abundantes de entre los seres vivos conocidos. Y los mismos que parecen observarlas en recíproco interés, rebotando en el cristal de las ventanas o compartiendo esa crisálida-vivienda en la que las dos mujeres pasan más tiempo separadas que juntas.

En definitiva, un cuento gótico absorbente y muy perverso que hará las delicias de los seguidores de Roman Polanski o Shohei Imamura, con incontables homenajes al cine de bajo presupuesto (tanto erótico como de terror) y un “principio de extrañeza” llevado hasta sus últimas consecuencias: cuánto más sórdida sea la temática, más hermoso se puede llegar a hacer un filme.

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