‘Un polvo desafortunado o porno loco’ (Radu Jude, 2021) Encuesta sobre el amor y el odio
“Fuera de las bibliotecas, surgen los carniceros”
Desde Rumanía nos llega una película rodada desde el principio mismo de extrañeza, ese que se ha adueñado (¿fue en aquél lejano-cercano marzo de 2020?) de la mirada de cualquier espectador (no solo cinematográfico: también del de la vida misma). Esa sensación inquietante de no haber sido el protagonista de una distopía de proximidad y bajo presupuesto, sino de haber hecho de mero secundario en una performance colectiva alrededor de la paranoia y el miedo.
Y por eso -porque algún día los más jóvenes del lugar nos preguntarán si esto ocurrió de verdad- son necesarias las historias paridas con urgencia, entre lo instantáneo y lo imprevisto, a rebufo de un confinamiento que no se ha demostrado precisamente fértil en lo que a creatividad audiovisual se refiere. Radu Jude logra comunicarnos esa sensación de hartazgo a pie de calle, de broma mancomunada sostenida durante demasiado tiempo.
Más que de Rumanía, esta cinta cáustica podría venir firmada por algún director griego de la última y malrollera hornada. Ya sabéis: esos que con una casa, tres árboles y dos alienados te montan un teatrillo del absurdo donde todo -y digo todo- puede llegar a ocurrir. Porque sin llegar a extremos tan surrealistas (por entendernos: es más berlanguiana que buñueliana, sobre todo en su tercio final), estamos ante una obra en la que es difícil no quedarse en algún momento con la boca abierta, extasiado por lo libérrimo de la propuesta.
Una libertad formal -la que reivindica el autor, la que reivindica la protagonista- que nos lleva a uno de los arranques más “en crudo” del cine reciente: un acto sexual explícito que desencadena un juicio alrededor de algo que jamás debería de ser enjuiciado. Pero como ya hemos dicho… corren tiempos extraños.
Una profesora asiste estupefacta a su linchamiento moral a resultas de un video sexual que acaba colgado de un conocido portal pornográfico. Ni más ni menos que un momento de intimidad en el que demuestra bastante más creatividad sicalíptica que el común de sus compatriotas.
Tras este prólogo proceloso -un encuentro sexual inmortalizado para futuras lujurias parejiles de sofá y alpargata-, asistimos a la peregrinación de la susodicha por varios barrios de Bucarest, todo un manifiesto feísta a costa de una de las capitales más genuinamente antiestéticas de Europa. Su propósito es preparar el terreno visitando primero a la directora del centro ante la expectativa de una reunión-careo frente al profesorado y padres de alumnos.
La cámara explora la ciudad con aquél espíritu juguetón de nuestras primeras incursiones al exterior tras el encierro forzoso: un barrido mientras la protagonista cruza el semáforo, paradita frente a una ruina en ciernes, el anonadamiento que provoca un brote primaveral entre tanto gris o el estallido de una discusión por razones banales que delata el grado de estrés del ciudadano medio o… o quizás la simple manifestación de un cuadro sicopático (cualquier altercado entre los dos sexos termina solicitando un servicio sexual o tildando de puta a una desconocida) .
Nada le falta, en apariencia, a esta jornada particular de nuestra docente en el disparadero: el rito de la peregrinación a un supermercado con medidas covid más o menos interpretables, la compra de un juguete para el hijo que desconoce que su madre se ha convertido en una porn star por obra y gracia de la lujuria ajena, algún debate cuñadil en la cola de la farmacia. Una sociedad que quiere ser europea pero en la cuál todavía persisten los tics de la dictadura soviética (y que quizás sea la parábola que esconde ese polvo desafortunado convertido en cuestión de Estado por mediocres que añoran a su comisario político).
Ese espíritu compilador explota definitivamente en el segundo tramo del filme, un inventariado cínico (¿o un gabinete de curiosidades pueriles?) que haría las delicias de von Trier, Seidl y compañía. De la A a la Z, he aquí un breve diccionario para entender…. los escasos dos grados de separación que median entre lo sublime y la idiocia más absoluta. La historia de Rumanía (héroes nacionales, dictadores siempre mediocres), parecidos razonables, paralelismos perversos.
Así conoceremos del “pragmatismo” rumano en aquél 23 de agosto de 1944 (fecha en la que Rumanía puso fin a su alianza con el régimen nazi, golpe de Estado mediante), el continuo papel represor del ejercito durante el último siglo y medio, la querencia por los chistes de rubias, la falta de compromiso con la libertad de la iglesia ortodoxa, el brutalismo de la arquitectura soviética, Atenea, Medusa y el sentido de ser del cine, las elevadas cifras de maltrato infantil, el mal gusto, las perversidades del montaje cinematográfico, el cómo toda revolución termina por devenir bien de consumo… una visión sombría del mundo que incluye la definición misma de la “eficiencia” (una empresa de pompas fúnebres situada exactamente en frente de las urgencias del hospital clínico de Bucarest).
Antes de proponernos varios desenlaces posibles, asistimos al tercio final de la función. Un pandemónium a costa de la indefensa profesora, aupada a la hoguera en el patio del colegio y franqueada por dos docenas de pirómanos a caballo de sus bajos instintos. No hay matiz que valga: la doble moral a la rumana incluye juicio sumario, ensañamiento y corolarios perversos a costa del papel de la mujer, la enseñanza reglada y la definición de lo perverso. No falta de nada: desde el imbécil enamorado de su chascarrillo -que repite con una insistencia patológica- a la campeona de la ética y sus alrededores, pasando por el piloto de avión machirulo, la checa enteradilla y chic o las citas robadas -gentileza del smartphone– que parecen darle siempre la razón a uno.
Una escena alargada de manera dolorosa, más allá del sentido mismo de lo catártico. No hay defensa posible ante este bombardeo de prejuicios nacionales; solo nos queda el sonrojo y la carcajada estentórea. Porque la “broma” que plantea el director sabemos que no es tal: Un polvo desafortunado… es un ajuste de cuentas con sus compatriotas, una intervención con excusa bufa que no deja títere con cabeza. El escándalo no radica para nada en lo explícito: el escándalo consiste en todo lo que debería de escandalizarnos y no lo hace.
Desesperanzadora e inmisericorde, la película de Radu quizás puede verse dentro de unos años como otra de esas profecías filmadas en las que ya estaba listado todo lo que fallaba. Y que puede resumirse en que ’empatía’ sea en su país la palabra más buscada en el diccionario en linea… después de ‘mamada’.
Pues eso.