Oscars 2014: ¡salve, oh, gran héroe americano!
Este año la cosa va de superhéroes. De los que no llevan capa: fondones, alopécicos, a la moda o descamisados, urbanitas o del terruño. Todos quieren estar revestidos de esa dignidad que parece rezumar de la cotidianidad… y, sin embargo, llevan a cabo gestas igual de increíbles que las de sus homólogos enmascarados. Las nueve nominadas a mejor película renuncian a cualquier proclama comunal: prima el individuo, el David contra Goliat. Y es que esto es Industria, señores, e Industria es sinónimo de ideologización. (Arty, eso sí).
En La gran estafa americana (una de las peores propuestas a votación) nos encontramos a la única pareja que logra un beneficio yendo a pachas. Aunque eso sólo lo sepamos al final. Porque la ventaja comparativa la logran compitiendo el uno contra el otro, pensando únicamente en el lucro personal. Teoría fundamental del capitalismo, capítulo primero.
En Gravity, la Bullock demuestra coraje. ¿Que qué es el coraje? Pues al parecer esos arrestos que le echamos cuando nos hallamos en situaciones límite. Según Hollywood, enfrentado a decisiones críticas, hasta el más ramplón y deprimido de los científicos es capaz de convertirse en la teniente Ripley y saltar de vehículo orbitante en vehículo orbitante hasta el desastre final.
12 años de esclavitud abunda en esa idea. Solomon Northup es víctima de un atropello, de la madre de todas las injusticias, del pecado original del propio estado norteamericano. Al principio, hasta lucha en contra de la fatalidad. Sólo un ratito, en realidad. Acabará bajando los brazos –cualquier lo haría, con la amenaza continua de morir a palos o colgado de un árbol- y esperando la venido del Salvador (Brad Pitt, el genuino liberal yanqui), con el cuál podrá sincerarse y obtener a cambio… ¿su libertad? ¿Seguro?
El lobo de Wall Street convierte el oprobio en gran espectáculo. Si ya lo hizo con los gángsters, ¿por qué no probarlo con el sistema financiero? Scorsese se pasa de frenada: Jordan Belfort no somos todos, amigo. Pero su corredor de bolsa desfasado tiene esas dosis justa de escapismo que le pedimos al “gran cine”: permitirnos habitar durante un par de horas en la piel de otros. Aunque sean unos hijos de puta, claro.
¿Qué aporta Capitán Phillips a este recital solista? Ah, sí: la integridad. Hay que ver cómo se crece el hombre de la calle enfrentado al Mal. Ya. Sólo que ese “Mal” ahora resulta que son… los pobres. Ah, no, que llevan kalashnikovs (entonces son terroristas, ¿no?). Capitán Phillips puede que sea una buena película, pero su drama se fundamenta en un dilema moral planteado al revés.
Quizás Nebraska pueda sustraerse a este discurso alienista que trato de sostener. Después de todo, Bruce Dern obtiene la ayuda de su hijo y emprende un viaje hacia un horizonte sin recompensa. Lo hace por dinero, claro está. Pero lo hace con la esperanza de dejar algo –más allá de la remembranza de un alcoholismo crónico- a sus desencantados descendientes.
En Dallas Buyers Club, Joe contra el volcán. Joe es un tejano al que se le diagnostica SIDA y el volcán es la administración estadounidense prisionera de la danza macabra auspiciada por las farmaceúticas. En Her, un solitario desengañado y desenganchado del mundo que se enamora de la voz de su modernísimo sistema operativo. Y en Philomena, una madre coraje empeñada en reencontrar a su hijo. La guerra está perdida. Así que el cine apuesta por ganar batallas aisladas. Por los individuos, vamos.
Ni la familia está ya para muchas alegrías. El sacrosanto clan hace aguas: en Blue Jasmine, una ególatra compulsiva no encontrará ni tan siquiera consuelo entre las cuatro paredes donde habita la hermana desfavorecida. Y en Agosto, una madre dominante y retorcida asistirá impertérrita a la diáspora definitiva de sus tres hijas (Meryl Streep dando una clase magistral de cómo ser Meryl Streep: miradas perdidas, llanto sostenido, tacos, pastillas y un cáncer. Le faltó poner acento bielorruso).
Pero entremos en el detalle, ahondemos en la estupefacción. Podríamos empezar por Dallas Buyers Club, con sus increíbles seis nominaciones (¡incluyendo mejor película!). La historia nos retrotrae hasta la América de los rodeos, el sombrero y el tabaco de picadura. El SIDA asola los Estados Unidos y la ignorancia y los prejuicios hacen el resto. ¿Qué pasaría si algún paleto gozosamente heterosexual padeciese el VIH?
Y poco más. Porque hasta Jared Leto está mejor que el últimamente inconmensurable Matthew McConaughey. Parece como si este tratase de repetir la jugada de su compañero de reparto en True Detective, Woody Harrelson, en El escándalo de Larry Flynt. Un papel diseñado para obtener una nominación (incluye proeza de adelgazamiento, esas aberraciones físicas que se confunden con una buena actuación) y con el esquema habitual de degradación, epifanía y expiación. Se droga, bebe mucho, va de putas y también tiene una enfermedad terminal. Pero no se nos explica cómo pasa de homófobo cuasi-analfabeto a genio de la automedicación (¿sostiene Dallas Buyers Club que la cura al SIDA no fue cosa de galenos, sino que la hallaron médicos sin licencia y ventajistas? Lo que le faltaba por oír a un país tan aficionado al frasco sin receta).
Tampoco nos gusta La gran estafa americana, esa apología vintage rodada “a lo Scorsese” y quedándose a medio camino entre Fiebre del sábado noche y Dos tontos muy tontos. Personajes supuestamente freaks y con motivaciones inverosímiles que se emparejan –o no- y timan a quién no deben. En fin, como pasarse una tarde en el Lost and found de Barcelona, rodeado de tipos con gafas tintadas que sueltan frases vacías con el convencimiento de estar parafraseando a Hegel.
No sabemos cuál de todas sus nominaciones es más ridícula: si la de Jennifer Lawrence como mejor actriz de reparto o la de mejor guión original para el ínclito David O. Russell. Casi preferiríamos que le diesen de una vez la estatuilla a mejor dirección (¿¿??) al susodicho y dejasen de darnos la tabarra con un realizador tan gris.
En estas mismas páginas ya hemos hablado de la maniquea 12 años de esclavitud, la cinta que tiene más números de salir triunfante en esta edición de los Oscars. Steve McQueen nos dejó fríos con esta historia que repugna sin indignar, abordando un “gran tema” desde una pretendida distancia intelectual –pero con alarmantes “fugas” hacia el más comercial de los tremendismos-.
Philomena es otra de esas películas que ya hemos visto; llamarla telefilme sería honrarla en exceso. Ya nos suena esa relación entre el periodista cínico que decide -¡por fin!- involucrarse y la madre soltera que sale del armario (sólo espera medio siglo para airear su tragedia, la mujer). Ni el pirotécnico final eleva una cinta que sólo se recordará por la sentida actuación de Judi Dench.
Capitán Phillips aspira a crónica de nuestro tiempo, a documentos TV dramatizado (eso que tan bien le funcionó a su autor en Domingo sangriento o United 93). Pero aquí naufraga y lo hace, precisamente, por no mojarse. Paul Greengrass equivoca el enemigo y se lo juega todo a la inmensa capacidad que tiene Tom Hanks para empatizar con cualquier ser vivo. En lo estrictamente cinematográfico, nos encantaría que Barkhad Abdi se llevase el Oscar al mejor actor de reparto por hacer de cabecilla somalí con una inteligencia natural para lidiar con crisis en aguas internacionales.
Entramos en el repaso de nuestras favoritas. El lobo de Wall Street es una de ellas. No nos escandalizaría que Leonardo di Caprio –el Cristiano Ronaldo del cine- viese lustrado su enorme ego. Que sí, que está muy bien. Y Scorsese también sería un digno ganador como mejor director, con muchos más méritos que en la olvidable Infiltrados. Con todo, no le perdonamos el habernos reído con las hazañas cocainómanas de uno de los muchos tipos que se quedaron con nuestro dinero. Con tan poca clase, además.
De Nebraska nos gusta todo. La dirección resultona y sosegada de Alexander Payne, el tempo, los secundarios televisivos, la hermosa fotografía y una emoción que no requiere de moqueo. Bruce Dern está sublime en su decrepitud y para los anales queda esa última cabalgata a lomos de su ranchera, brillante premio de consolación a una vida que no fue tal. Y cómo ayuda el blanco y negro, demonios.
Her podría haber sido una distopía cruel y contundente, pero terminará confundida con una comedia romántica interpretada por el Joaquin Phoenix más naif que uno recuerda. Ese futuro cercano en el que la misantropía tecnológica puede llevar a que nos colemos por una cosa tan intangible como la voz que gobierna nuestro ordenador, convertida la humanidad en conspicuos tamagotchis de la inteligencia artificial más sexy –y si no sabéis a lo que me refiero es que no habéis escuchado a Scarlet Johansson en la versión original-. La película de Spike Jonze tiene un buen guión –lástima que le toque competir con el de Woody Allen-, una banda sonora idónea para transmitir genuina tristeza hipster y un excelente diseño de producción.
Aunque, paradójicamente, poco nos recuerda su depurado estilo al icono indie de Adaptation o Donde viven los monstruos. Esa parece ser la condición “no escrita” para que uno de nuestros favoritos obtenga el beneplácito de la Academia: ser uno mismo… lo menos posible. Aunque en realidad no sabemos muy bien quién engaña a quién, porque tras esta masculinización del arquetipo Meg Ryan se esconde uno de los personajes más desesperados del cine contemporáneo: el de un ingenuo y solitario escritor de cartas que vende cercanía, cordialidad y buenos sentimientos entre una clientela que ya no ejerce el amor… lo habla. Un Cyrano de Bergerac mercenario, incapaz de desprenderse de su romanticismo demodé y abrazar, por qué no, aquello que tiene mucho más a mano. Pero qué miedo que da lo real, carajo.
¿Será el año de la ciencia ficción disfrazada de presente imperfecto? Apostamos por la virguería desbocada de Gravity, una propuesta absolutamente original (si, he dicho “original” a pesar de su aparente simpleza argumental) que no ha acabado de ser plato para todos los gustos. Cuarón firma la dirección más innovadora, la película más ambiciosa y radical surgida en los últimos tiempos de las entretelas de Hollywood. Aunque su pericia tampoco pueda contrarrestar lo evidente: no hay ninguna actuación memorable en gravedad cero.
2013 fue un gran año de cine, sí. Pero las películas norteamericanas que más nos gustaron apenas atesoran un par de nominaciones; tal es el caso de Antes del anochecer y A propósito de Llewyn Davis. Así las cosas, sólo nos queda irnos a la cama y esperar que al día siguiente nos levantemos con alguna alegría. ¿Premiarán a The act of killing y La gran belleza? Ojalá. Y si no… joder, qué más dará.