La sustancia, o la aceptación radical de la edad
¿Alguna vez has soñado con una mejor versión de ti mismo? Seguir siendo tú, solo que mejor en todos los sentidos. Hay un producto nuevo que podrías probar… se llama La Sustancia. A mí me cambió la vida. Con La Sustancia, puedes generar otro tú. Un tú más joven, más bello, más perfecto. Solo tienes que compartir el tiempo: una semana para uno, una semana para el otro. Un equilibrio perfecto de siete días cada uno. Es fácil, ¿verdad? Lo es, si respetas el equilibrio… ¿Qué podría salir mal?
Esta es la premisa inicial de La sustancia (Coralie Fargeat, 2024), la película de terror psicológico y horror corporal que no puedes perderte.
Demi Moore interpreta magistralmente a Elisabeth Sparkle, una estrella que empieza a estar entrada en años para los estándares de Hollywood. Tras años de carrera, éxitos y glamour, Elisabeth ha quedado relegada a dirigir una clase de fitness en un programa de televisión diurno. Todo empieza a ir mal cuando cumple los 50 años. Su productor, Harvey (interpretado del modo más grotesco, exagerado y desagradable posible por Dennis Quaid) cancela el programa. Es hora de dar paso a una figura más joven.
Justo cuando empieza a desesperarse viendo cómo se desploma toda su vida, Elizabeth se entera de un producto misterioso llamado La Sustancia. Un producto capaz de crear una versión más joven de ella misma, lo cual le permitirá continuar trabajando en una industria obsesionada por los cuerpos jóvenes.
Claro que no todo es tan fácil. Esta sustancia tiene unas reglas muy estrictas. Solo hay que activar el otro yo una vez. Además, el yo original y el otro yo deben alternarse cada siete días sin excepción. Sin excepción. ¿Ha quedado claro? Sin excepción. ¿Qué pasa si…? ¡Sin excepción! Y sobre todo, no olvides la regla más importante: no sois dos personas, sino la misma.
Como todos los sueños inducidos por sustancias extrañas, al principio todo va bien. Pero el equilibrio es delicadísimo, y el mínimo abuso pasa factura.
En la sala de estar de la casa de Elisabeth hay una fotografía gigantesca enmarcada. Un retrato de la actriz en el apogeo de su juventud y belleza. Es fácil asociarlo con el retrato de Dorian Gray, que iba envejeciendo y deformándose mientras el aristócrata se entregaba a una vida de hedonismo desenfrenado.
Al principio, como espectador esperaba que el yo original y el otro yo compartieran las mismas vivencias, la misma experiencia, los mismos recuerdos. Pero parece que el yo original y el otro yo se distancian cada vez más, convirtiéndose en antagonistas.
Mientras el otro yo, Sue (interpretado perturbadoramente bien por Margaret Qualley), se entrega a la celebración del vitalismo, la juventud y la fama, Elisabeth se va convirtiendo en un retrato de Dorian Gray viviente.
La sustancia te lleva por un pequeño catálogo de géneros y estilos, desde el terror psicológico al gore más desvergonzado, sin perder nunca de vista el mensaje: la obsesión de la sociedad por la juventud y una industria que exige unos estándares de belleza insostenibles. Y de paso, hace un pequeño tributo a un sinfín de iconos cinematográficos, desde La mosca de John Carpenter a Carrie de Brian De Palma, pasando por El hombre elefante de David Lynch.
En definitiva, una película perturbadora como pocas, a la vez que absolutamente brillante. Una interpretación memorable de Demi Moore, una estética impoluta, una tensión que se puede cortar con un bisturí y una trama pesadillesca que resulta irresistible. Ah, y también algo de odio, amargura, sangre y agujas. Imprescindible.