Fusion Festival: el Woodstock del siglo XXI

El punto de partida es la libertad. Libertad personal, musical y creativa. Así es el Fusion Festival.
El estado de Mecklemburgo-Pomerania (noreste de Alemania) es el escenario de uno de los festivales más entrañables y singulares del país. El lema del festival es “Vier Tage Ferienkommunismus” (cuatro días de comunismo vacacional). Este concepto tan abstracto resume bastante bien el espíritu del festival.

El lector español puede intentar imaginarse qué pasaría si cogiéramos el Primavera Sound, el Sónar, el Azkena Rock Festival y el antiguo Doctor Music y los celebráramos al mismo tiempo en un antiguo aeropuerto militar soviético en medio de la naturaleza. Sin patrocinadores, sin marcas, sin gorilas de seguridad. Y por todas partes arte, detallismo y libertad. ¿Estamos ahí?
Más de uno se estará rompiendo la cabeza todavía con lo del comunismo vacacional. Tranquilos, no es un campo de trabajo stalinista. Lo del comunismo es sólo una metáfora. Pero al poner los pies en el festival, uno entiende por dónde van los tiros. Para empezar, los precios. El pase para todos los días (que suele agotarse a finales del año anterior) cuesta 70€. Los que no han conseguido pase pueden venir el domingo para disfrutar del último día y noche por tan solo 30€. Además, al entrar uno recibe una bolsa para la recogida colectiva de basura (al salir del festival se puede devolver la bolsa llena y la organización reembolsa 10€).
A eso hay que sumarle que los asistentes no están obligados a alimentarse de la comida y la bebida oficial del festival. Lo que sí que hay que tener en cuenta es que la comida del festival es vegetariana. Pero que no cunda el pánico: no hay restricciones ni controles de seguridad en la entrada, de modo que uno puede traerse todo lo que le venga en gana.
La organización solo prohíbe firmemente la entrada de perros, nazis, machistas y racistas.
Y entonces está la diversión: música de todo tipo, teatro, performance, cine, instalaciones… y el propio recinto, que ya da mucho juego. Los hangares del antiguo aeropuerto se utilizan como teatro, cine, bar… y por doquier se encuentran coches desballestados convertidos en sofás, chillouts en forma de redes que cuelgan de los árboles y todo tipo de rincones mágicos para descansar, para charlar, para estar.
A veces uno tiene la sensación de estar en el universo de Mad Max, sólo que rodeado de antiguos hippies, gente de una modernidad desenfadada, ciclistas, tipos disfrazados de oso, reinas del go-go, caras mutando al ritmo de ciertas sustancias, etc.

En cuanto a la música, aquí un servidor sólo pudo conseguir la entrada de un día, así que la experiencia se limitó al domingo. El cartel era hetereogéneo, con bandas y DJs de todo el mundo, evidentemente con una fuerte presencia alemana pero también con numerosas bandas españolas e hispanoamericanas. Quizá el estilo dominante sea la electrónica (fusionada y maridada con todo tipo de géneros), pero hay lugar también para el rock and roll, el punk, el metal, el dub, el beat-box, la música africana y todos los estilos imaginables.
De todos los conciertos que vi total o parcialmente, me quedo con el rap-rock noventero de Rainer von Vielen (www.rainervonvielen.de), el rock and roll descarnado de Birth of Joy (www.birthofjoy.com), la elegante fusión de electropop y bossanova de San Ima (www.sanima.net) y el punk postadolescente y cafre de las colombianas Polikarpa Y Sus Viciosas (https://soundcloud.com/polikarpa-y-sus-viciosas).