Euphoria, o el salvaje costumbrismo millenial
HBO ha emitido ya la primera temporada de Euphoria, de Sam Levinson. Se trata de una serie dramática de adolescentes pudientes que viven sus vidas a tope.
Euphoria parte de la resabida premisa de una comunidad de estudiantes de institutos de clase media-alta. Pero haciendo hincapié en el lado más salvaje de la vida. Con estética de videoclip, alto contenido sexual y mucha mala leche.
Afortunadamente, la serie se sustenta en buenas interpretaciones, especialmente a cargo de las dos protagonistas principales, Zendaya y Hunter Schafer.
Euphoria está contada desde el punto de vista de Rue Bennett (Zendaya), una chica de 17 años que es tan adorable como perturbadora. Esta adolescente en crisis acaba de volver de pasar un verano en rehabilitación, después de que su hermana menor la encontrara cubierta con su propio vómito debido a una sobredosis de drogas.
Rue es una tipa dura, cínica y resistente. Y sobre todo, muy yonqui. Pasa buena parte de su tiempo buscando escapar a través de sustancias químicas. No tanto para alcanzar un estado de euforia, sino para huir de la triste realidad.
A su alrededor tiene una variopinta caterva de compañeros de instituto. A destacar el personaje de Jules, una criatura tan fascinante como castigada, que le da una visibilidad necesaria al colectivo trans.
No faltan los perfiles típicos de series de adolescentes, como la cheerleader o el líder del equipo de fútbol americano. Solo que en este caso (Maddy y Nate) son personajes bastante oscuros. Sumisa ella y sádico él. Luego está la amiga poco agraciada físicamente que descubrirá su vocación gracias a una web de porno, el camello medio retrasado pero de buen corazón, la sex bomb en busca del amor puro… y por último están los padres, a cual más acabado.
Viéndola, no he podido evitar pensar en Kids, la mítica película de Larry Clark de 1995. Solo que en una versión menos callejera y sucia, más de urbanización ajardinada.
Euphoria no necesita una gran trama para fascinar. Se vale de historias sencillas y de valores clásicos como la amistad, la confianza y el amor. Tampoco basa su mérito en los excesos de sexo y drogas. Aquí la clave está en ver más allá de la purpurina y el mdma, y entregarse a estas vidas machacadas. Poco a poco, sentirás la atracción del abismo y no podrás vivir sin saber qué le ocurre hoy a Rue y compañía.
Paralelamente a las tramas relacionales y a los conflictos de poliamor y confianza, hay una historia de sordidez familiar y violencia sistémica que atrapa bastante. Tengo que reconocer que esperaba un final de temporada más épico para las expectativas que crea esta trama, pero tampoco podemos engañarnos: esto no es Breaking Bad. Además, supongo que tendrán que guardarse cartuchos para la segunda temporada.
Pero por encima de todo esto, la acertada Zendaya brilla como un mirror ball roto en una discoteca de lujo destruida por un terremoto. Es una cicerone entrañable, que te lleva de la mano por los vaivenes de esta comunidad que tan mal lleva el contacto con la cruda realidad.