El Reportaje. Luppi, grande.
Federico Luppi es uno de esos actores que no necesita presentación. Grande. Sus interpretaciones dejan huella como sus trabajos con Adolfo Aristarain o Guillermo del Toro. En el cine de nuestras tierras es un habitual, tanto que parece más un actor de aquí que argentino. A sus 79 años mantiene el pulso firme sobre el escenario encarnando en El Reportaje a este general de la dictadura argentina entrevistado para un programa de televisión.
Vemos un escenario prácticamente vacío. Un gran sillón casi majestuoso copa nuestra atención. Al lado una mesita. En frente, una silla más modesta y una cámara de televisión. Parece un plató televisivo pero estamos en una cárcel argentina. Una periodista entra en la sala, comprueba las luces y el sonido. Espera al general. Una vez sentada, este entra en escena. Vestido con su uniforme, esposado y acompañado por un guardia (Juanjo Andréu), testigo silencioso de su entrevista. Este general era el responsable de la censura cultural del régimen. El crimen por el que es entrevistado, el incendio del teatro El Picadero de Buenos Aires. El teatro fue misteriosamente quemado una noche de julio de 1981. El teatro era el mal, el teatro era peligroso y la iniciativa del Teatro Abierto más todavía. ¿Dar voz a la oposición aunque sea desde un pequeño teatro? Imposible. Esta mayor Luppi, son ya 79 años, pero guarda en su interior esa fuerza que le ha caracterizado siempre. La fuerza de convencernos que es quien dice ser. Los actores son mentirosos, lo dice el general, cuentan mentiras y lo peor de todo, nos hacen creérnoslas. Este es el poder del gran
actor, hacernos creer que un actor argentino es un despreciable y odioso general golpista con unas ideas tan alejadas de las suyas propias. Un general que ama el teatro, que se deleita adorando a autores como Jardiel Poncela o actrices como la española Lola Membrives o de los argentinos Alicia Palanco y Luis Conti que están desaparecidos desde 1976. La hipocresía máxima de un personaje que intenta justificar lo injustificable y en el que sus propias mentiras, a fuerza de tanto decirlas, no ha conseguido ni creérselas. Santiago Varela pone en boca de este odioso general frases para el recuerdo, contradicciones e inverosimilitudes de aquel que cree que su discurso es la única verdad del universo por muy ridícula que sea. La mayor parte de la obra es un monólogo colosal por obra y gracia de Federico Luppi, con algunos apuntes en el momento justo de la periodista, interpretada por Susana Hornos, la propia esposa del actor. Hora y veinte minutos en los que la obra se sustenta sobre la mirada y la voz de un actor impresionante. Sentado sobre su majestuoso sillón, creyéndose un dios, cuando es simplemente un mortal: solo, triste y abandonado pudriéndose en una cárcel. El mejor sitio donde podría estar.