DocsBarcelona 2021. Miradas inquietas

Tanto en Madrid como en Barcelona tienen lugar entre finales de mayo y principios de junio sendos festivales centrados en el mundo del documental, eso que antaño se definía como “una representación audiovisual de la realidad”. Y nos quedábamos tan anchos.

La realidad es el condenado mcguffin de una disciplina donde abunda el ensayo, la oda autorreferencial, el homenaje a los popes culturales y, a veces… si, hasta la dichosa realidad. Entiéndaseme: a nadie le importa ya si el documental se asienta en certezas incontestables o resulta más falso que una moneda de cuero. Lo importante es qué se hace con ese material, independientemente de su origen o de su carácter supuestamente fidedigno.

En el DocBarcelona pudimos ver un thriller armado a partir de un caso de desaparición (¿o rapto?) acaecido hace más de 25 años, una personalísima vuelta a Ítaca y una conversación -jamás acaecida con las cámaras por testigo- entre los icónicos y muy starlets Truman Capote y Tennessee Williams. 

Imagen del film El secreto del doctor Grinberg visto en el DocsBarcelona

El secreto del doctor Grinberg (Ida Cuéllar, 2020) nos cuenta el auge e inexplicado desvanecimiento de Jacobo Grinberg, un favorito entre lectores de la revista Más allá y seguidores del programa Cuarto Milenio. Este mexicano fue bautizado como “el Einstein de la conciencia”, siendo el autor de una teoría paracientífica (aunque a él le gustase mucho presumir de experimentos serios y laboratorio) que alguien decidió que era la coyunda perfecta entre cerebro y relatividad.

No me extenderé con qué quería decir exactamente Grinberg, porque a pesar de su neurastenia editorial (publicó más de 40 libros) ni el director de la presente es capaz de condensar sus logros o explicar con cierto rigor qué le hacía tan único y sensacional. Uno termina el filme con la sensación de que este chamanista venido a más gozó del beneplácito de las altas esferas, infalible altavoz cuando se trata de publicitar ideas que presumen de rupturistas y apestan a verborrea milenarista.

Independientemente del respeto que os merezca el doctor en cuestión, lo que quiere Cuéllar es contarnos el misterio, la razón primigenia por la que es merecedor de un documental que le ha llevado al realizador siete años de investigación. Y es que resulta que en 1994 el susodicho desapareció de la capa de la tierra, pocos meses antes de que su señora siguiese el mismo camino del anonimato sine die.

Y no hay mucho más, porque cualquier búsqueda generalista en Google nos da más o menos la misma información que este supuesto “secreto” aquí desvelado. Así que la historia se lanza a tumba abierta por las anchas avenidas de la conspiranoia: ¿asesinato pasional o una mucho más conveniente abducción por parte de la CIA para que llevase a la práctica sus teorías en algún complejo ultrasecreto?

Todo resulta de una naturaleza tan elucubradora que quien esto escribe sospechó desde la primera media hora que quizás se tratase de un falso documental. Pero no, el metraje avanza dando vueltas sobre los mismos argumentos y dejándonos con la misma duda del día después de sudesaparición: ni se sabe ni se sabrá el por qué, el cómo y el a dónde.

Si El secreto del doctor Grinberg se enmarcaría en esa espectacularización de la anécdota tan en boga, Objetos rebeldes (Carolina Arias Ortiz, 2020) vendría a ser una pieza de cámara cuidada, casi el extracto de un diario personal e intransferible.

Imagen del film Objetos rebeldes visto en el DocsBarcelona

La documentalista -pero antes que nada, antropóloga- vuelve a Costa Rica y renace en ella la fascinación por un resto arqueológico redundante que habita por doquier en la geografía patria: unas inmensas esferas de piedra pulimentadas con obsesión matemática. Los encuentros con una arqueóloga que lleva toda una vida estudiando el misterio coincidirán con esa extrañeza que arrastra el indiano vuelto a casa contra todo pronóstico.

La razón es casi luctuosa: el cáncer de un padre que apenas estuvo ahí y que la enfermedad trae de vuelta, dotándoles a ambos de una oportunidad única. Hora de desempolvar viejas fotografías, de remontarse a ese neolítico emocional que guarda una cierta similitud con esa obsesión humana por encontrarle un sentido a las acciones y vestigios dejados por nuestros antepasados.

Por último, un documental avant la lettre: Truman and Tennessee: An Intimate Conversation (Lisa Immordino Vreeland, 2020). Una absoluta delicia que armoniza, más que confrontar, a dos iconos pop de la cultura de la segunda mitad del siglo XX.

A un lado del ring, el enfant terrible y siempre viperino Truman Capote. Autor de Otras voces, otros ámbitos o El harpa de hierba pero, sobre todo, famoso por el mero hecho de merecerlo y quererlo ser. Y al otro lado el dramaturgo récord mundial de adaptaciones cinematográficas: Tennessee Williams, el azote del Sur derrotado pero no invicto, las bajas pasiones y la doble moral.

Ambos empezaron a petarlo finalizada la Segunda Guerra Mundial y disfrutaron de dos décadas de éxitos y reconocimiento tanto a nivel crítico como popular. Pero a mediados de los sesenta, fundido el uno tras el trabajo preparatorio de A sangre fría (1966) y encadenando el otro blufs en el exigente y cambiante Broadway… llegó el lento pero imparable declive que incluyó barbitúricos, alcohol, mucha fiesta y extravío definitivo en el territorio del chismorreo y la banalidad.

Nada merma lo más mínimo los logros de dos divas que se reconocían celosos del éxito ajeno, maledicentes, dispuestos a acaparar cualquier conversación en la que interviniesen. Quizás Williams fuese mucho más retraído (también era más de una década mayor que Capote), pero lo cierto es que ninguno de los dos se cortó a la hora de hablar de su homosexualidad, del papel que le daban al amor, a la búsqueda, a la experimentación continua en sus vidas.

Imagen del film Truman and Tennessee an Intimate Conversation vista en el DocsBarcelona

En lo personal llegaron incluso a compartir algún viaje vacacional, lo cual nos habla de una incuestionable afinidad. Pero es difícil discernir donde acaba la realidad y donde la leyenda -¡como en todo buen documental!-; en qué punto el halago es sincero y donde la memoria perversa de Capote opta por aguijonear los logros de su compañero de profesión y contemporáneo a su pesar.

La película de Immordino es un tributo único a dos genios, nutriéndose de materiales ajenos (entrevistas para la televisión, en su mayoría) y complementándolos con una dramatización de sus textos y pensamientos más íntimos. El resultado: una conversación íntima que realmente se debieron el uno al otro toda la vida, finalizadas ambas en el bienio 1983-84 en Nueva York y Los Ángeles, las dos ciudades norteamericanas que mejor definen el efímero reinado del neón y las guirnaldas. 

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