‘We Come as Friends’, de Hubert Sauper: brevísima relación de la destrucción de África
Hace diez años el austríaco Hubert Sauper sacudió nuestras conciencias (a prueba de balas por sobreexposición a telediarios) con un filme plagado de revelaciones insoportables. Se tituló La pesadilla de Darwin y cualquiera que lo viese no volvería a comprar pescado en el mercado sin preguntar, siquiera tímidamente: “oye, reina… ¿estos filetes de panga de donde dices que vienen?”.
¿Qué ha estado haciendo este hombre durante la última década? Pues pateándose el continente africano en una avioneta diseñada por él mismo, recabando un material impagable que nos permite entender lo que nadie nos cuenta. Otro viaje al corazón de las tinieblas contado con rigor e indignación, porque no está de más que nos lo recuerden de vez en cuando: así irrumpimos en África, así la hicimos nuestra. Viniendo como amigos, al viejo estilo de John Wayne: con la Biblia en una mano y el rifle en la otra.
Sauper se centra en los otrora conocidos como nubios, orgullosos faraones negros del Antiguo Egipto y habitantes del Sudán actual. Un país con una superficie equivalente a cuatro Españas, con un sinfín de recursos naturales que explican, justamente, su estado de desvalimiento internacional: oro, cinc, tugsteno… ah, sí, y petróleo. Por supuesto. Un puzzle de 600 tribus y 400 lenguas que sus eternos colonizadores se han encargado de vender como irresoluble. He aquí su triste historia reciente.
Sudán se acabó dividiendo en dos en el verano de 2011, naciendo así la República de Sudán del Sur. La escisión fue el resultado de un largo desacuerdo que se remontaba al año 1955, con la Primera Guerra Civil Sudanesa. 16 años de conflicto y apenas 10 de paz antes de… la Segunda Guerra Civil Sudanesa, comenzada en 1983. Entre 1955 y 2005, Sudán estuvo 39 años en Guerra Civil. Como consecuencia directa del conflicto murieron dos millones y medio de personas. Y como epílogo tuvo el conocido eufemísticamente como “conflicto de Darfur”: la limpieza étnica que practicaron los musulmanes de origen árabe contra los musulmanes negros. Otros 400.000 muertos. Tras lo cuál arrancó la guerra entre Sudán y el Chad, fruto de la crisis de refugiados que…
Un cuento de nunca acabar que a muchos les distrae de los verdaderos protagonistas del litigio: las habituales superpotencias que se dedican a echar pulsos a miles de kilómetros de su opinión pública. Chinos y norteamericanos, en este caso. Los unos exportan desenvoltura y solvencia técnica a precios competitivos, los otros… seguridad y cristianismo, cóctel idóneo para mantener dóciles (y depauperados) a millones de africanos convencidos de las dotes gestoras del hombre blanco, el único que puede librarles de la eterna pesadilla tribal (esa que perpetuaron al dividir todo el continente atendiendo únicamente a sus intereses creados).
Desactivadores de minas que se montan powerpoints resultones donde lo mismo sale una amiga en bikini que una detonación controlada, mientras el aguerrido suicida se sincera ante la cámara: “algo le pasará a esta gente para llevar 200 años de retraso”. Sí, hijo, sí. A esta gente lo que le pasa eres tú.
Reuniones de cooperantes e inversores donde descubrimos las “motivaciones” (nada ocultas) de los recién llegados: vender armas y crear un “entorno de inversión seguro”; incluyendo sofisticados sistemas para que los aviones presidenciales –donde viaja el corrupto elegido por occidente- no vuelen por los aires… sin autorización expresa de Washington.
Misioneros psicóticos venidos de la Texas profunda a los que les choca la falta de decoro de sus adoctrinados, a los que regalan aquello que realmente necesitan: aparatos de radio solares que cacarean la Biblia en el idioma aborigen.
Orgullosos trabajadores de Naciones Unidas que ejercen de virreyes en un país donde el local tiene claro a qué puesto de trabajo puede optar: personal de limpieza en los complejos que el “pacificador” construye en las tierras que antes le expropia. Apátridas que presumen de patria, mercenarios que se vanaglorian de sus ideales.
Divide y vencerás. Mientras por estas latitudes nos seguimos preguntando atónitos qué puede general tanto radicalismo, tanta locura homicida, películas como la de Hubert nos miran a los ojos y nos devuelven, bien a las claras, la imagen distorsionada de esa verdad creada a imagen y semejanza de nuestros prejuicios. Les dotamos del derecho a la autodeterminación… pero siguen sin poder elegir quienes les gobiernan.
Como la aventurera tripulación de la nave Star Trek, los grandes intereses corporativos (apenas camuflados bajo banderas nacionales) se embarcan en la conquista de “nuevos mundos, nuevas civilizaciones, para llegar donde ningún hombre ha llegado jamás”. No son planetas perdidos en sistemas solares inalcanzables… pero casi. Se trata de países fuera del tiempo (en tanto y cuanto carecen de presente y de futuro) y de los que nunca sabemos nada. Bueno, miento: nos llega que son muy bárbaros, que de vez en cuando se matan entre ellos (con las armas que les regalamos), que se muestran pertinaces y muy reluctantes a ser civilizados. Nos decimos a nosotros mismos –cuál Spocks enrocados en su lógica- que no hay explicación, que algo harán mal, que cómo ayudarlos si no se dejan. Como si la pobreza crónica respondiese a una especie de pecado original.
La nueva Sudán del Sur (el estado soberano más joven) es un sueño para los “emprendedores con conciencia social”, oye. Uno de los países más pobres del mundo, católico (erradicado ya el pernicioso animismo), educados en inglés merced a la Constitución de 2011. Con una deuda (convenientemente impagable) de 38.000 millones de dólares. Una economía que depende en un 98% del petróleo, el cuál sigue fluyendo sin problemas a través de larguísimos oleoductos hasta los puertos situados en el país vecino, en las costas del mar Rojo. Porque pase lo que pase, business must go on. Diez millones de personas que poder movilizar para defender refinerías, mientras hacemos imbebibles sus aguas, envenenamos sus campos y los convertimos en refugiados en su propia tierra.
La justicia universal ha acabado siendo como esa internacional que suena en el panel de mando de la aeronave de Hubert: un himno a los desarrapados que la mayoría confunde ya con una canción de cuna. Nana que mece nuestras conciencias, renombra nuestros ideales…
¿Estamos en guerra contra el terror? Oh, sí, por supuesto. Qué miedo más cerval despierta en nosotros los que no tienen nada que perder, como si su desvalimiento no fuese resultado directo de nuestro desinterés. Así que concluiré con una frase del mismísimo Papa de Roma (si alguien me hubiese dicho hace 20 años que acabaría una crítica de cine parafraseándolo…), que en su reciente gira keniata ha dicho que “la violencia, los conflictos y el terrorismo nacen de la pobreza y la frustración”.
Si queréis saber quién ejerce realmente la violencia y en qué bando se acumula la frustración, no os perdáis We Come as Friends.