‘Coma’, de Bertrand Bonello. Carta abierta a la enésima generación perdida

“Ya sé lo que vais a decir. ¿Qué vais a sacar de mi modernidad si todo lo que os espera es sobrevivir? Solo os digo esto: tomad lo que podáis”.

El caso de Bertrand Bonello y su intermitente paso por las carteleras españolas es ciertamente chocante. Máxime cuando se trata de un cineasta preciosista, capaz de sumir al respetable en prolongados estados de trance al ritmo conjugado de música y puesta en escena; dispuesto a abordar la actualidad de su país, las cuitas de las generaciones que le sobrevivirán… un autor muy por encima -en calidad y profundidad- de otros colegas franceses cuyos trabajos tienen asegurado el estreno (aunque el interés de los mismos resulte más que relativo).

Imagen del film Coma de Bertrand Bonello

En este sentido Nocturama (2016), su antepenúltima propuesta, quizás sea el caso más sangrante de película ninguneada al espectador (que no al cinéfilo: este seguro que logró verla de una manera u otra) de la última década. El sueño de cualquier profesor de ética, el regocijo de cualquier librepensador y la pesadilla, por supuesto, de los defensores del mensaje inequívoco y libre de grises. Nocturama estaba llena de rabia, de desesperanza, de soluciones terroristas. La propuesta kamikaze que se le hacía a toda una generación perdida no venía de parte de ningún contemporáneo… sino de un tipo de Niza camino ya de los 50.

En su última película Bonello no abandona esta línea de investigación y clara experimentación formal (con o sin la excusa de la radiografía social), pero es plenamente consciente de que tras la pandemia y el confinamiento debía de ofrecerles algo… siquiera un rayo de esperanza, digo, a esta quinta que ha visto hurtados un par de años de su vida, justamente en esa edad en la que uno todavía cree en la inmortalidad.

Coma es un ensayo en formato cinematográfico, un testamento-espejo en vida para su hija Anna, una libreta de apuntes donde compilar lo que debió de ser la pandemia para adolescentes en ciernes obligados a imaginarse un futuro o rememorar el pasado en un planeta con el presente bajo arresto domiciliario. Algunos lo lograron, otros simularon superarlo. Las consecuencias, en cualquier caso, nos resultarán evidentes a todos en muy poco tiempo.

Sola, sin la presencia de ningún adulto que la supervise, nuestra protagonista capea el temporal de los días idénticos de un modo no muy diferente a como lo hicimos tú y yo: zooms con las amigas, invención y representación de mundos interiores y consejos (más superfluos que obscenos) de influencers en ciernes.

Concretamente tiene como gurú a una tal Patricia Coma, emperrada en que “vivas mejor” gracias a ella. Y para lograr este fin todo vale: dietas extremas, frases de filósofos que siempre pueden significar una cosa o la contraria, clases de alemán, el significado subyacente en las canciones de Michael Jackson o hermosos objetos vacíos gentileza del capitalismo. Como el Revelador, un supuesto juego en formato solitario en el que nunca jamás vas a tener el derecho a… perder. Su objetivo es demostrarte que el libre albedrío es otro constructo que has aceptado sin rechistar: ¿y si todo estuviese escrito?

Imagen del film Coma de Bertrand Bonello

Todos estos inputs de diversa naturaleza y más que relativa valía le ayudan a nuestra chavala a componer los guiones para los muñecos articulados con los que ya no jugaba desde hacía años y que ahora se convierten en actores de culebrón dispuestos a recitar ripios propios y ajenos. La representación de deseos, represiones y miedos (desde la infidelidad a la llegada de Trump), la verbalización de la neurosis, la catarsis mil y una veces vista en realities absolutamente irreales.

El material con el que nutre sus días es variopinto (entrevistas a asesinos en serie, otro giliconsejo de la Coma), conformando ese zapping mental al que nos hemos acostumbrado desde la venida del teléfono móvil y la conversión de la tecnología en gigantesco mcguffin emocional. Todo lo importante -si alguna vez hubo algo digno de tal nombre- termina por desaparecer en la horquilla temporal que media entre dos consultas de la pantalla, entre dos verificaciones de que no, no hay mensajes nuevos. De que no existimos para nadie más. 

La Zona Libre, un bosque en mitad del roquedal por el que vagar en plano subjetivo, es el lugar de encuentro entre almas en pena y finados guturantes. Un limbo más que un purgatorio: aguardar, temer, inquirir.

Protagonista sin saberlo de aquél Gran Hermano en el que todos participamos a las puertas de la malhadada primavera de 2020, a nuestra nínfula le siguen las mil y una cámaras de vigilancia que velan “por tu seguridad”. En un inglés tan neutro como inquietante y sin abandonar su papel de observadores privilegiados, estas voces parecen contrariadas de verdad cuando la víctima huye, cuando empieza a vagar por las calles renunciando a su papelito en el show de Truman interplanetario.

Sí, el futuro da miedo. Y la receta de Bonello es bien sencilla: abandonarse a la incertidumbre mientras se suceden escenas de catástrofes medioambientales pretéritas o venideras. Entre bailes y abandonos, teatrales tentativas de autolesionarse (¿será el tedio el camino más seguro hacia la depresión?), soliloquios e inseguridades varias que todavía no se atreve a poner por escrito, Bonello aconseja a la joven convertir este tránsito por el desierto (entre el día y la noche, entre el ayer y el mañana) en una búsqueda incansable de la poesía, lo único que nos dará cierto consuelo al amanecer.

Imagen del film Coma de Bertrand Bonello

Bonello juega a desaprenderlo todo: tontea con los formatos, se encierra en habitaciones para revivir conversaciones y sensaciones experimentadas con su círculo más íntimo y opta por una búsqueda en mitad de la confusión, muy de amateur. Su rigor intelectual sale indemne: cualquier medio es válido con tal de transmitir un cierto estado de ánimo, el resultante de este encierro físico con preocupantes secuelas en forma de cárcel mental autoimpuesta.

Pero sobre todo, Coma va por ellos: por los jóvenes o por los que temieron dejar de serlo de repente, acosados por progenitores mucho más aterrados que ellos mismos. No os corresponde el limbo (el lugar al que iban los muertos que todavía no tenían uso de razón) porque estáis terrible y dolorosamente vivos. Olvidad pronto y volved al gran mundo, tan imperfecto e infecto como antes de la pandemia.

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