El artista: el mercado del arte y la gran impostura

Los directores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat provienen de mundos bastante distintos: Cohn estudió Derecho y Duprat arquitectura. Paradójicamente, fue el videoarte el que los unió. Tras varias experiencias conjuntas en el contexto artístico y del cine experimental, pasaron a la televisión, donde rompieron unos cuantos moldes introduciendo, deconstruyendo y reconsiderando el concepto de reality (Televisión Abierta es el ejemplo más conocido) para acabar dirigiendo largometrajes de modo conjunto. Inclasificables comedias a medio camino entre el cine comercial y el cine de autor, desconcertantes documentales en los que no tenemos claro cuánta parte hay de ficción, osadas tentativas de transformar y ampliar aquello que entendemos como cine argentino.

El artista fue su primera película de ficción. Tras esta, siguieron otras como El hombre de al lado, Querida voy a comprar cigarrillos y vuelvo o El ciudadano ilustre, además de documentales como Yo Presidente o Todo sobre el asado. Obras que trascienden un –por otro lado innegable– interés por la idiosincrasia argentina para hablar, siempre desde el humor y la ironía, de conceptos tan universales como la impostura, la hipocresía de ciertos constructos sociales o el arte en la sociedad contemporánea.

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La premisa inicial de El artista es bastante sencilla. Jorge, taciturno y lacónico enfermero empleado en un geriátrico, ve como de repente cambia su vida al asumir la autoría de unos dibujos realizados por un anciano al que cuida. Porque el viejo Romano, sentado en silencio en su silla de ruedas, encuentra en el dibujo su principal (y casi única) vía de expresión. A partir de esta premisa, El artista nos narra el auge y posible caída (o no) de Jorge Ramírez, el nuevo niño mimado de la escena artística bonaerense. Jorge es un impostor, pero tan solo él y Romano lo saben. Romano (interpretado de modo impecable por el escritor Alberto Laiseca) se convierte de este modo en la silente gallina de los huevos de oro.

Como espectadores, observamos constantemente el proceso de realización de las obras, más nunca las obras en sí. Dicha ocultación de los dibujos realizados por Romano, me hace pensar en cierto arte conceptual en el que la obra final, después de todo, es lo de menos. Observamos la gestualidad de las manos del anciano, los materiales que utiliza, sus movimientos, su expresión ante el papel. Observamos también la mirada atenta de Jorge, apropiacionista inopinado que, contra todo pronóstico, logra dar el pego ante esa feria de vanidades compuesta por artistas, comisarios, coleccionistas y supuestos entendidos en arte contemporáneo.

El artista se erige como una afilada sátira que reflexiona sobre el mercado del arte, cobre el concepto de autoría, sobre los inaprensibles y retorcidos códigos que a menudo utiliza el lenguaje del arte contemporáneo y sobre el verdadero papel del artista en la sociedad. Andrés Duprat, hermano de Gastón y guionista del filme, no teme poner el dedo en la llaga. Como director del Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires, le bastan y sobran conocimientos artísticos para abordar toda una serie de temas que durante décadas han obsesionado a todos aquellos que conforman el contexto del arte. Y por suerte lo hace con soltura, mordacidad y una buena dosis de autocrítica.[1]

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[1] Para más información sobre el cine de Mariano Cohn y Gastón Duprat: http://contrapicado.net/article/art-must-be-beautiful-artist-must-be/

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