AMERICANA FILM FESTIVAL 2023 ( y III)
3. Feminismos y desavenencias
Asistí a la proyección de Palm Trees and Powerlines sin saber apenas nada de su argumento y salí de la misma con el estómago revuelto, el ceño fruncido y un tanto furiosa, lo reconozco. Muy probablemente su directora, Jamie Dack, sea feminista, no lo niego, pero su película me demostró (una vez más) que existen varias maneras de entender el feminismo y algunas parecen estar bastante alejadas de otras. Nada que reprochar a las interpretaciones de sus protagonistas: tanto la joven debutante Lily McIerny como Jonathan Tucker y Gretchen Mol cumplen su labor con solvencia creando unos personajes verosímiles y dotando a la película de un tono naturalista que hace que su final sea más que contundente. Nada que objetar tampoco, a su puesta en escena o su fotografía. Al modo en que se desarrolla la historia, sin prisa, pero sin pausa. A ese ritmo pausado que te sumerge lentamente en un infierno emocional. Al juego metafórico entre interiores y exteriores, al modo de mostrar una América profunda sumida en el tedio veraniego. Al retrato que el filme hace de la adolescencia, basado en pequeños detalles y gestos mínimos. La crítica internacional aplaude a Jamie Dack por todas estas razones y hasta aquí estoy perfectamente de acuerdo en todo. ¿Qué es, entonces, lo que me enervó a la salida del filme? Todavía lo estoy procesando, la verdad.
El resumen de la historia, por poner al lector en antecedentes, es la siguiente. Lea pasa sus vacaciones de verano rodeada de una cierta desidia existencial. Toma el sol con una amiga en el jardín trasero de casa, busca tutoriales de maquillaje en internet, se despreocupa de su futuro laboral y sale de fiesta con sus amigos; algo por otro lado bastante habitual en las chicas de 17 años. El caso es que Lea, cual caperucita imprudente, vuelve una noche sola a casa y Tom, lobo feroz con piel de treintañero musculoso, la empieza a seguir en su coche e intenta entablar conversación con ella. Contra todo pronóstico, Caperuc… perdón, Lea, cae en la burda trampa del guapo y musculoso lobo feroz y empiezan una relación amorosa que sus amigos (y los espectadores) no acaban de ver con buenos ojos. Los días pasan, pero la obsesión de Lea por Tom le impide ver la cruda y obvia realidad: Tom no es en absoluto el príncipe azul que ella imagina. Pero claro, el embrujo ya ha surtido efecto y no hay vuelta atrás.
Comprendo que Palm Trees and Powerlines pueda surgir de una necesidad muy personal y profunda de su directora; la de denunciar unos delitos muy graves que, incluso a día de hoy ocurren constantemente hasta en las mejores familias. Pero, ¿no podría parecer que el filme, de algún modo, castiga la liberación sexual de las jóvenes y las incita a quedarse encerradas en casa para que los depredadores no las ataquen? ¿No es acaso esa actitud de miedo la que llevan las feministas años combatiendo? Quédate en casa y no te pasará nada, nos dicen. Lleva una falda más larga y nadie te violará, nos dicen. Nunca hables con desconocidos, bajo ningún concepto. Especialmente, si tienen pene. Durante generaciones hemos crecido con el miedo en nuestro interior. Tan asimilado lo teníamos que no nos dimos cuenta de que siempre estuvo ahí. Ahora, por fin, parece que en algunas sociedades (no en todas, no lo olvidemos), se empieza a hablar del tema. Pero mientras tanto, los viejos cuentos con moralina siguen siendo contados, una y otra vez. Como Caperucita Roja, como Palm Trees and Powerlines, como tantas otras historias aleccionadoras en las que las mujeres siempre llevan las de perder y muchas veces, es incluso por su culpa, por su culpa, por su gran culpa.
En el extremo opuesto de esa “elegante advertencia” a las mujeres que es Palm Trees and Powerlines se sitúa Sharp Stick, el regreso de Lena Dunham a la dirección de largometrajes tras Tiny Furniture, protagonizada por ella misma y su propia madre, la artista Laurie Simmons. El título de su nuevo filme ha sido traducido en España como Los caminos del sexo (sí, en serio), y este hecho es probablemente una pista fundamental para conocer las intenciones de Dunham con su segundo largo. Se trata, indiscutiblemente, de una comedia de descubrimiento y liberación sexual. Gamberra, a ratos un tanto absurda y sin moralina, para más señas. Un filme que pone el dedo en la llaga al reirse sin complejos de muchos de los tabús que rodean el tema del sexo, especialmente para las mujeres. Sharp Stick narra la historia de Sarah Jo, una hermosa joven, extremadamente naif, que a los 26 años todavía se comporta como una niña y, para más inri, vive con su madre y su hermana. En este hogar tan atípico se respira un ambiente de plena liberación sexual, pero a pesar de todo ello Sarah Jo todavía es virgen. Eso sí, no por mucho tiempo.
A menudo, los filmes que relatan el despertar sexual de sus protagonistas acostumbran a tener un aire solemne i reverencial, casi sagrado: la importancia de la primera vez, la inseguridad, los traumas que puede provocar si sucede con la persona equivocada, su importancia como ritual de paso a la edad adulta, los misterios que entraña el cuerpo ajeno… También abundan esos casos en los que dicha situación se retrata de un modo sórdido y perturbador, en efecto. Pero ninguna de estas dos opciones es la elegida por Dunham, que opta por la vía de la carcajada y el desconcierto, con un resultado de irreverente comedia coming-of-age, tal vez algo irregular pero profundamente auténtica y desprejuiciada. Una obra que, a pesar de su aparente ligereza, nos permite reflexionar sobre muchos de los principales tabús de nuestra sociedad contemporánea.