Grauzone Festival. La oscuridad sobre Den Haag.
La nieve caía suavemente sobre la tierra de los tulipanes, cubriéndola de un manto puro y blanco, que aún así no hacía variar el ritmo de los habitantes del país. El tren surcaba el camino entre Amsterdam y Den Haag, puntualmente y nos dejaba en la ciudad que acogía por primera vez el Grauzone Festival. Un evento multidisciplinar que se había celebrado en Amsterdam y que trasladaba su sede este año. Cine, conciertos y spoken word, unidos en un todo bañado por un denominador común, la música. Tres motivos me movían a desplazarme al país holandés: Lydia Lunch, Martin Rev y Jehnny Beth. Mereció la pena.
La mítica sala Paard van Troje (caballo de Troya para los no entendidos en la lengua del holandés errante) acogía junto al Koorenhuis este festival que trasladaba su sede desde la capital. La oscuridad se hizo con la ciudad, la de una música inspirada en raíces negras en las que Joy Division se sentirían como en casa. Por momentos parecíamos estar en los 80, en un Berlín dividido por un telón de acero. Los suecos Agent Side Grinder desplegaron su encanto tenebroso en la sala grande de un festival en el que brillaron las mujeres con luz propia.
De la inclemente e irreverente Lydia Lunch poco se puede decir que su trabajo no ejemplifique. Más allá de su carrera musical, Lunch es conocida por sus spoken words. Shows de intensidad emocional desproporcionada en los que la americana se desgarra viva. Poesía, lamento, grito, cinismo y denuncia al ritmo de un mantra: “Freedom is an hallucination”, que nos subyugó sin remedio. Entre poema y poema, un buen lingotazo de una bebida que ofreció a algunas de las personas del público a las que se acercaba, increpaba, acariciaba el rostro y sonreía. Inquietante y directa a partes iguales, Lydia Lunch habla sin pelos en la lengua. Por suerte para nosotros.
La sueca Anna von Hausswolff y su banda llenaron la sala grande de emociones desatadas, música torrencial, gritos desaforados e inmensidad. Al teclado o a la guitarra, dirigiendo a su banda y con una voz que traspasa, Anna von Hausswolff ofreció un concierto espectacular en el que fue la protagonista absoluta. No es de extrañar que Michael Gira y sus Swans se la lleven de gira. La orgía de ruido es descomunal y efectiva. Su voz a capella pone la piel de gallina creando con su música además atmósferas emocionales y ambientes espectaculares.
El festival también nos ofreció la oportunidad de ver a una leyenda. Martin Rev saltaba al escenario con su teclado y un micro para ofrecer un concierto en el que revisó temas propios y algunos de Suicide. Su primer concierto tras la muerte de su media naranja musical, Alan Vega y una de las pocas actuaciones que ofrece el músico neoyorquino. Este show fue una oportunidad única de verle en directo. El sintetizador como muro de sonido arrasador, letras casi ininteligibles y un Rev que parecía ignorar al público mientras tocaba. Era curioso ver como algunos miembros del público abandonaban la sala poco a poco, huyendo de un músico que está más allá de las convenciones y que parece decir, yo hago lo que me da la gana y que os den. Espectacular.
La perla de la noche fue sin duda Jehnny Beth con un show especial sin su banda, Savages. Sola y ante el piano, Beth tocó temas que, ella misma confesó, era la primera vez que tocaba para extraños. Desnuda, sencilla y directa. Emocional y exquisita. Las canciones de Beth al piano muestran una sensibilidad diferente a la garra y la rabia con las que interpreta los temas de Savages. Quizás incluso con un toque más luminoso. Entre las composiciones propias también sonaron algunas versiones como la impresionante “The Wild One” de Thin Lizzy, perfecta al piano. En “The River” nos cantaba la banda sonora de su vida, las fiestas que vivió en Londres, las noches eternas. Acabó la actuación con un tema de Savages, “Adore”, emocionalmente magistral. Asistimos en silencio a su actuación, con el respeto de saber que estás viendo algo especial. Gracias por este momento. Esperemos que siga actuando al piano en solitario y junto a su banda, con ambos tiene mucho que decir. El festival continuaba pero después de la belleza musical que acabábamos de presenciar no quedaba más que salir a la noche y dejar que la nieve nos cubriese de camino al hotel. El broche perfecto. Lo sublime de la sencillez.