“Videofilia (y otros síndromes virales)”: Y la carne se hizo píxel
Intentad imaginar, por un momento, cómo sería vuestra vida sin ordenadores, webcams, smartphones o tablets. Intentad imaginarla sin Internet ni redes sociales: sin Skype, sin Whatsapp, sin chats, sin e-mails, sin programas de descarga P2P, sin Facebook, sin Twitter, sin Instagram. Intentad imaginarla sin Youtube, sin Porntube, sin Chatroulette, sin CAM4, sin cibersexo. Intentad imaginarla sin memes, sin GIFS, sin trending topics, sin vídeos virales, sin troyanos, sin bugs, sin virus informáticos. ¿Habéis sido capaces? Supongo que no.
Percibimos en Videofilia (y otros síndromes virales) la mirada de quien presencia el fin del mundo. Al menos, del mundo tal y como lo conocíamos antes de la irrupción digital. La película de Juan Daniel Molero retrata de manera corrosiva pero no sin cierto humor a una generación que vive rodeada constantemente de pantallas e imágenes. La separación entre mundo real y mundo virtual ha dejado ya de tener sentido porque la realidad se ha pixelado. Nos empeñamos en pretender alcanzar un cánon académico autoimpuesto en el pasado; una estructura de planteamiento, nudo y desenlace que no nos pertenece y que tal vez nunca nos perteneció. La fragmentación se ha convertido en el estado natural de las cosas. El hipertexto nos guía en una interminable deriva de la que sabemos que no seremos capaces de salir. Somos avatares en un videojuego de plataformas, pero ignoramos hacia dónde nos tenemos que dirigir para subir de nivel. Nos dejamos distraer por la publicidad que se disfraza de noticia, y en nuestra casa ya no entra la luz porque en todas las ventanas hay cortinas de humo que nos impiden alcanzar una supuesta verdad. Nos obsesionamos, no ya por lo que hacemos, sino por pretender que quede un registro en la red de todo aquello que hacemos. Un rastro que sólo puede ser efímero; un rastro que inevitablemente acabará por desaparecer, sepultado por cientos de miles de millones de rastros que se superponen a él cada día, cada hora, cada minuto, cada segundo. Generamos imágenes y las amontonamos de manera indiscriminada en ese vertedero infinito que es Internet. Imágenes fijas, imágenes en movimiento, imágenes manipuladas, imágenes efímeras, imágenes caducas. Imágenes que nacieron con la única finalidad de ser vistas durante un breve (brevísimo) espacio de tiempo y después ser olvidadas, sin más.
¿Es una verdad ese fin del mundo pronosticado por los Mayas? ¿Puede un virus informático acabar con el presente que conocemos? ¿En qué medida puede la realidad ser modificada por los procesos digitales? ¿Cuál es la distancia que hay entre la pantalla y la persona que hay al otro lado de la pantalla? ¿Hasta qué punto podríamos hablar de un proceso de democratización de las imágenes? ¿Es la progresiva digitalización de la experiencia sexual un proceso irreversible?
La protagonista de Videofilia (y otros síndromes virales) se llama Luz. Como la luz que irrumpe cada nuevo día cuando asoma el sol. Como la luz que entra por el objetivo cuando se abre el obturador de una cámara fotográfica. Cuando Luz conoce a Junior éste se está masturbando, una actividad como cualquier otra para ser realizada delante del ordenador. Se les hace raro conocerse en persona. Las personas son raras, las imágenes de las personas tal vez un poquito menos. Junior sabe lo del fin del mundo, lo de las conspiraciones, lo del control. Junior sabe que va a pasar algo gordo, que todo hasta hoy ha sido una gran mentira perpetrada por unos pocos. A Junior le obsesionan el porno y también el apocalipsis. Luz se deja llevar por la intuición, no le importa ir un poco a la deriva. Tal vez las drogas le ayuden a entender mejor la realidad, si es que dicha realidad existe. Todo el mundo habla de ella, así que sería raro que no existiera. Aunque claro, nunca se sabe. De repente, un virus informático empieza a devorar las imágenes y las regurgita pixeladas y distorsionadas. No sabemos en qué medida afectará a nuestro sistema, las consecuencias son imprevisibles, al igual que el final de la película. Tal vez, después de todo, algo hay de verdad en ese fin del mundo del que todos hablan.
Juan Daniel Molero se sirve de una estética low-fi, un escaso presupuesto y un equipo técnico reducido para reflexionar sobre el cambio que se ha impuesto en nuestras vidas tras la irrupción de las nuevas tecnologías digitales. El origen de Internet queda ya lejos, al igual que queda lejos la estética del net.art implantada por pioneros como Olia Lialina, Jodi, Vuk Cosic o Natalie Bookchin. ¿Lejos? ¿O tal vez no tanto? Al fin y al cabo, un píxel siempre será un píxel, por mucho que lo intentamos redefinir, ¿no?