DOCS BARCELONA. Festival Internacional de Cine Documental 2015. Cualquier tiempo pasado (y III)

Llegamos al último día de la decimoctava edición del Docs Barcelona hablando de tres películas, muy distintas en apariencia, pero que comparten un común denominador. La chilena Tea Time, ganadora del premio Docs Barcelona TV3 a la mejor película, documenta los encuentros de un grupo de amigas que una vez al mes, indefectiblemente, desde hace más de medio siglo, se reúnen para tomar el té. Bajo una premisa tan aparentemente sencilla, la directora Maite Alberdi propone una reflexión (de apariencia ligera pero en absoluto trivial) sobre el paso del tiempo, la muerte, las diferencias generacionales, la religión, el peso de la moral o las relaciones de pareja. La cámara se convierte en una participante más de la reunión, una participante silenciosa e invisible que registra la evolución de la amistad a lo largo del tiempo entre este grupo de amigas que, a pesar de ser más reducido a cada año que pasa (el tiempo no perdona y la muerte acecha a la vuelta de la esquina), conservan intactos su sentido del humor y sus ganas de seguir reuniéndose. El diálogo implica, inherentemente, la diversidad de opiniones. La diferencia de caracteres marca las conversaciones. Afortunadamente cada una de ellas es única, diferente a todas las demás. Pero una de las cosas que las une es una preocupación común: encontrar el equilibrio entre la conservación de los apreciados recuerdos y la valoración del inestimable presente. No vivir de fotos amarillas, pero tampoco olvidar que el futuro se construye en base al pasado, que no se puede partir de cero porque somos incapaces de olvidar lo vivido.

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Esta persistencia en conservar el recuerdo recorre también el metraje de Alentejo, Alentejo, documental que describe el esfuerzo de algunos alentejanos por conservar su cante tradicional. Un cante transmitido de forma oral, de generación en generación, cantado originariamente por mineros y granjeros.

Alentejo, región situada al sur de Portugal, sufre, como tantos otros lugares, las consecuencias de la crisis económica. Muchos de sus habitantes se ven obligados a emigrar a ciudades grandes en busca de trabajo y el empeño en conservar las tradiciones se convierte en la lucha de unos pocos, cada vez menos. Percibimos la melancolía, el intento de recuperar algunos recuerdos que se desvanecen de modo progresivo. ¿Cómo era la vida en Alentejo en el pasado, cuando los ancianos que hablan a cámara eran los jóvenes del mañana? Me acuerdo inevitablemente de Vidrios Partidos, el capítulo de Centro Histórico dirigido por Víctor Erice, reflexión sobre el ocaso de la industria textil en Guimarães. En ambas películas hay una búsqueda sincera de respuestas, un intento de conciliar el pasado con el presente, una añoranza por un pasado irrecuperable, por un tiempo que jamás podremos saber si fue o no mejor que este presente que nos ocupa.

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Al igual que la vida de las amigas de Tea Time o la de los alentejanos que intentan conservar su cante, la de Bob y Marcel también está repleta de recuerdos. Una vez atravesado el ecuador de la vida, las remembranzas pesan más que los planes de futuro. Y si estos desaparecen del calendario por completo, la posibilidad del suicidio se convierte en un modo como cualquier otro de acabar con la desidia que arrastra el anodino paso del tiempo. Ne me quitte pas, tragicomedia cotidiana de tintes beckettianos, detiene la mirada en dos antihéroes alcohólicos cuyas vidas se han desestructurado. Dos hombres de mediana edad que conviven como pueden con la sensación de fracaso y se aferran a su amistad con todas sus fuerzas. Tal vez, porque es el último clavo ardiendo que les queda.

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