The White Lotus (T2), o la vita è brutta
Mike White lo ha vuelto a hacer. Un año más tarde de dejarnos atónitos con la primera temporada, llega una segunda entrega de esta ácida serie satírica.
Si en la primera entrega nos trasladábamos a un lujoso resort turísitico de Maui para comprobar como un puñado de ricos estadounidenses pueden ser totalmente infelices y caer bajo el peso de sus miserias en un incomparable paraíso hawaiano, ahora tenemos el lujo de hacer lo mismo en un contexto que nos resulta más próximo, en el corazón del Mediterráneo.
La segunda temporada tiene lugar en Sicilia, concretamente en el San Domenico Palace de Taormina, un palacio de la cadena Four Seasons donde los ricos de todo el mundo pueden recrearse en su vacío existencial en el marco incomparable de la costa del mar Jónico.
Evidentemente, hay paralelismos con la primera temporada. Si el episodio 1×01 empezaba con el odioso Shane Patton viendo cómo cargaban un ataúd en un avión, el 2×01 no está exento de un pequeño detalle funesto para darle un toque de malignidad adicional al paraíso.
A falta de un episodio para terminar esta segunda temporada, puedo afirmar que la entrega siciliana de The White Lotus no tiene nada que envidiar a la temporada original. Tenemos un reparto de lujo, con caras conocidas como Tom Hollander, F. Murray Abraham o Aubrey Plaza, una artista de la incomodidad que encaja a la perfección en esta serie.
Dos personajes repiten de la primera temporada, convirtiéndose en el enlace entre las dos narrativas: Tanya McQuoid (Jennifer Coolidge), una rica mimada sin muchas luces que parece vagar sin sentido por la vida en busca de momentos de una especie de supuesta autenticidad preconcebida. La acompaña su marido, Greg Hunt (Jon Gries), al que conoció en Maui. Además, Tanya llega al hotel con su joven asistente Portia (Haley Lu Richardson), que tratará de buscar su lugar en un entorno constante de incomodidad.
El resto de personajes no tiene desperdicio. Hay dos parejas de ricos que se van juntos de vacaciones y harán todo lo posible para conectar entre ellos pese a sus diferencias y a sus perversas relaciones de poder. Luego tenemos una escapada de la familia Di Grasso, un abuelo, un padre y un hijo que vuelan de EEUU a Sicilia para tratar de conectar con las raíces sicilianas de su familia. El abuelo no pierde oportunidad para flirtear con todo ser viviente, el padre trata de gestionar su matrimonio fallido mientras se deja llevar por el vicio, y el hijo trata de romper inocentemente la herencia patriarcal.
Luego tenemos a Lucia y Mia, dos jóvenes amigas locales que acuden al hotel para cazar a unas víctimas que destacan por su abundancia: hombres ricos sin escrúpulos que paguen por sus cuerpos. No faltan tampoco las pequeñas tramas del personal del hotel, protagonizadas por la directora Valentina, la recepcionista Isabella y el pianista Giuseppe.
Esta combinación asegura un generoso buffet libre de incomodidades y mezquindad, que es lo que esperará cualquier fan de la primera entrega. Evidentemente, uno empieza este periplo siciliano sabiendo exactamente lo que va a buscar y, por lo tanto, desaparece la sorpresa del descubrimiento que vivimos en Maui. Dicho esto, las tramas siguen siendo desoladoramente fascinantes, se plantean preguntas sutilísimas pero acuciantes que nos mantendrán en vilo (en especial con Tanya y sus nuevos amigos) y la expectativa del drama nos hace querer más y más.
La fórmula se repite, pero nos da igual. En resumen, se trata de otro buen repaso a los pecados capitales en una sátira maravillosa y cínica donde, una vez más, no se salva nadie. Todo ello en un entorno maravilloso, con una agradable alternancia entre inglés e italiano y con un nuevo repertorio de vacuidad y bajeza que resulta más embriagador que los vinos volcánicos del Etna. Imprescindible.