Los Anillos de Poder, o la épica sin interés

Tras una larga espera llena de ilusión y anticipación, se ha estrenado El Señor de los Anillos: los Anillos de Poder (The Lord of the Rings: The Rings of Power), serie inspirada en el mítico universo creado por J. R. R. Tolkien, desarrollada por J.D. Payne y Patrick McKay para Amazon Studios y dirigida por Juan Antonio Bayona, Wayne Yip y Charlotte Brändström.

La serie está ambientada en la Segunda Edad de la Tierra Media, miles de años antes de los acontecimientos relatados en El Hobbit y en El Señor de los Anillos (que transcurren en la Tercera Edad). Algunos de los hechos se basan en apéndices y textos del Silmarillion de Tolkien, mientras que diversos personajes y tramas son creaciones de la productora.

Cuando pienso en esta serie, pienso en los dos grandes grupos en los que se dividen sus espectadores: los fans de Tolkien y los neófitos. Viendo los primeros episodios de la serie, resulta evidente que de ningún modo está logrando emocionar o incluso interesar al primer grupo, y tengo mis dudas sobre el segundo.

Los Anillos de Poder se estructura en cuatro tramas independientes, que transcurren en ubicaciones distintas del universo de Tolkien: Galadriel y su perseverante investigación sobre los restos de Sauron; Elrond y su amistad con el rey enano Durin; la comunidad de los pelosos y su encuentro con El Desconocido; el elfo silvano Arondir y la sanadora humana Bronwyn, y sus encuentros con los orcos (dicho sea de paso, Arondir y Bronwyn son personajes totalmente inventados que no aparecen en ningún texto de Tolkien). En el primer episodio se presentan estas tramas, que se van desarrollando en paralelo a lo largo de la serie.

Hay una diferencia muy importante entre la magistral adaptación que hizo Peter Jackson sobre la novela original (no así con el Hobbit, pero eso es un tema para tratar en otro momento) y lo que está suponiendo esta serie. Y es el interés. A pesar de que los frikis de ESDLA babeamos con los escenarios de la Tierra Media, no basta con ubicar tramas y personajes en universo conocido para generar interés. Y el problema es que las tramas carecen de él.

La trilogía original empieza con la representación de la Comarca, donde los entrañables y bondadosos hobbits viven en armonía. A medida que se va desvelando la amenaza de la Sombra, vamos descubriendo los diversos reinos que pueblan la Tierra Media: la longeva y sofisticada estirpe de los elfos, los valientes jinetes de Rohan o el próspero y ancestral reino de Gondor. Lo que tienen en común estos pueblos es su voluntad de defender la libertad y hacer frente al gran enemigo: la Sombra.

En cambio, en Los Anillos de Poder el espectador tiene dificultades para empatizar con los distintos pueblos representados, que parecen más bien centrados en sus respectivos ombligos. A los habitantes de las Tierras del Sur, a los que teóricamente hay que defender, se los representa como gente bastante oscura y con cierta afinidad con la Sombra. Incluso las gentes de Númenor, que Tolkien define como un reino esplendoroso comparable a la mítica Atlántida, se caracterizan por la arrogancia, la desconfianza y el racismo (el debate en el ágora de la ciudad sobre los elfos roza la lógica de los discursos trumpianos).

Un habitante ilustre de este reino es Isildur (Maxim Baldry), hijo de Elendil. Aunque sabemos que en el futuro le arrebatará el Anillo Único a Sauron durante la Guerra de la Última Alianza, aquí lo que vemos un mozalbete arrogante e insulso que hace que te vengan ganas de ver la caída de Númenor. Poniéndome cínico, uno de los personajes más carismáticos y respetables es Adar, el líder de los orcos.

Otro de los problemas principales de la serie es la representación de Galadriel (interpretada por Morfydd Clark). Si la Galadriel original era majestuosa y reservada, esta es impaciente y exaltada. Le da igual la diplomacia, y su comportamiento beligerante y rebelde no solo es impropio de un ser que ha vivido varios milenios, sino que roza lo vergonzoso. Parece pertenecer a una raza radicalmente a la de Elrond, que representa más acertadamente el carácter paciente, reflexivo y sensato de los elfos.

Sin duda, la serie tiene algunos buenos momentos, y he disfrutado en especial con la interacción entre Elrond y Durin en las entrañas del mítico reino de Khazad-Dûm. Sin embargo, en su conjunto me parece una serie entretenida sin más, que de momento no tiene suficiente épica para aguantar el peso del título. Claramente, las tramas parecen destinadas a culminar en una gran batalla, que seguramente disfrutaremos, pero la espera puede ser tediosa.

Si estás leyendo estas líneas y perteneces a la comunidad de fans de Tolkien, sé que como yo seguirás viendo la serie, consolándote con sus pequeños momentos de encanto y con sus paisajes maravillosos. Si, por lo contrario, te gusta la ficción fantástica pero no conoces o no te interesa demasiado El señor de los anillos, puedo sugerirte que no pierdas el tiempo con esta serie, y que en lugar de ello mires Vikings, The Last Kingdom o The Witcher.

El Señor de los Anillos: los Anillos de Poder hubiera podido ser una serie para gobernarlas a todas. Y, en cambio, está logrando ser una gran decepción para los fans a lo largo y ancho de la Tierra Media.

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