Euforia y desazón, o el discreto encanto de la decadencia

La semana pasada estuvimos en la Sala Beckett para ver una obra de esas que polarizan al público. Algunos la adorarán, otros la detestarán. Hubo quien salió en shock, hubo quien salió antes. Nosotros fuimos de los primeros.

Estamos hablando de Euforia y desazón, una creación del dramaturgo y director Sergio Boris con la compañía actoral El Eje, que podéis ver de miércoles a sábado a las 19:30 y domingos a las 18 h, hasta el 13 de octubre.

Al entrar en la sala, te encuentras con un escenario complejo y abigarrado, que recrea una academia para adultos que ha visto mejores días. En el escenario reina el desorden y una cierta sensación de decadencia, algo que se traslada a la narrativa de la obra.

desazón
1. f. Malestar físico vago.
2. f. picazón (‖ molestia y desasosiego).
3. f. Disgusto, pesadumbre, inquietud interior.
4. f. Desabrimiento, insipidez, falta de sabor y gusto.
5. f. Falta de sazón y tempero en las tierras que se cultivan.

Euforia hay, a momentos, pero es discreta y está dominada por la desazón. De las varias acepciones de la palabra, encontramos unas cuantas. La aparición de los primeros personajes está marcada por este ambiente de pesadumbre y desasosiego. Dos hermanos y un ex-alumno están instalados en permanencia en la academia, y el ambiente del lugar está marcado por sus personalidades, que tienen en común cierto aspecto de abandono. Por si fuera poco, el espacio está invadido por materiales dispersos de un taller mecánico.

Todo parece que puede cambiar con la aparición de una ex-alumna dispuesta a restablecer la prosperidad de la academia. Pero del dicho al hecho hay un trecho, y ella lleva consigo sus propias dificultades, su propia carga.

Para contribuir al ambiente global, un hecho reciente traumático sobrevuela el lugar: la fundadora del centro (y madre de los dos hermanos y una tercera hermana) ha sufrido un accidente y está ingresada en el hospital.

La última en aparecer es la hermana, que podría representar la única ventana de prosperidad de este entorno catapultado a la perdición.

Los diálogos a gritos de personas incapaces de escucharse generan una opresiva atmósfera de incomunicación beckettiana. El ex-alumno residente intentando examinarse tiene algo de kafkiano. Y el ambiente general me hizo pensar en la decadencia de Hanta, protagonista de la novela Una soledad demasiado ruidosa de Bohumil Hrabal.

Y como si fuera una versión arrabalera y más opresiva de El ángel exterminador de Buñuel, da la sensación de que nadie puede salir de aquí. Un ‘aquí’ que es un lugar pero también una condición, un estado mental anímico de haber perdido, de haber sido dejado al margen.

¿Logrará la academia recuperar sus días de gloria? ¿Conseguirá el ex-alumno aprobar su último examen y encontrar trabajo? ¿Servirá esto para que el hermano pequeño salga de su agujero? ¿Se superarán las adicciones? ¿Fructificará alguna especie de historia de amor?

En definitiva, una obra incómoda a la vez que fascinante, que nos traslada a un lugar dolorosamente real. Muy pero que muy recomendable.

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