Visto en el D’A 2022 (III). Joanna Hogg
The Souvenir (I y II) (Joanna Hogg, 2019 y 2021)
El reflejo del recuerdo en el espejo
En The Souvenir, óleo sobre papel pintado por Jean-Honoré Fragonard en el S XVIII, una joven llamada Julie graba la inicial de su amante en la corteza de un árbol mientras su perro Spaniel la vigila con atención. No es baladí que The Souvenir (I y II) sea también el título del díptico autobiográfico filmado por Joanna Hogg. En una de las secuencias de la película, la protagonista (también llamada Julie), recibe de parte de su amante Anthony una lámina en la que podemos ver el óleo pintado por Fragonard. Hay una inmediata identificación de la protagonista del filme con la joven de la pintura, y esta se irá intensificando a medida que pase el metraje. Pero un souvenir es también un recuerdo. O mejor dicho, un objeto que nos permite recordar un momento o lugar determinado; un activador de la memoria, por así decirlo. Y The Souvenir es una película –o mejor dicho, dos– en las que ciertos objetos tienen un papel fundamental; como ya sucedió en Exhibition, filme anterior de Hogg en el que la casa en la que vivían los protagonistas se convertía en un personaje más. Tal vez, el más importante. En este caso, la vida de Julie estará habitada por numerosos objetos de capital importancia: desde la lámina de Fragonard pasando por una pequeña vasija de porcelana realizada por su madre, un retrato de su amante, una chaqueta, o esa cámara que devendrá herramienta fundamental para que la protagonista desarrolle finalmente su propio lenguaje.
Julie (interpretada por la hija de Tilda Swinton, Honor Swinton Byrne) es una joven, motivada y talentosa estudiante de cine de clase alta en la Inglaterra de los años ochenta. Su vida transcurre con normalidad y sin aparentes problemas en su piso de Knightsbridge hasta que irrumpe en ella el misterioso Anthony (Tom Burke), con quien mantendrá una relación obsesiva que la acercará a un peligroso abismo. Anthony es elegante, carismático, sofisticado, divertido e inteligente. Un dandy de los años ochenta algo mayor que ella. A veces algo prepotente, altanero y distante, sí, ¿pero no forma acaso parte de su encanto? Afirma trabajar en el consulado, aunque nunca da detalles sobre su ocupación concreta, ni siquiera a sus propios padres. Se ausenta durante largos periodos de tiempo y después reaparece. Le gustan los restaurantes caros y los hoteles lujosos, pero ¿a quién no? A veces pide dinero a personas de confianza, como Julie. Pero esa confianza progresivamente se desvanece y Julie, la inocente Julie, empieza a sospechar cuando las señales son ya demasiado obvias: los comentarios de los amigos de Anthony, las marcas de pinchazos en el brazo, su comportamiento algo errático, sus mentiras poco consistentes, los indicios de adicción… ¿Cómo reaccionar cuando la persona que amas no es quien afirma ser? ¿Cómo asimilar que desconoces por completo a aquel con quien convives? ¿Es más fácil afrontar el problema de frente o esconder la cabeza debajo del ala y esperar a que lleguen tiempos mejores? ¿Y qué sucede si esos tiempos mejores no llegan y la tragedia sobreviene de modo inevitable?
Filmar una película autobiográfica no es tarea sencilla, y mucho menos si en ella has de retratar tus errores y debilidades de juventud. Hogg podría haber caído en el tremendismo y el drama exacerbado, subrayar la tristeza y desesperación mediante música de violines, todo ello con la finalidad de sonsacarle algunas lágrimas al desprevenido espectador. Afortunadamente, opta por elegir el camino diametralmente opuesto: el de la sutileza, las procesiones que van por dentro y los silencios desgarradores. Un camino arriesgado, algo incómodo y poco condescendiente para con el espectador, pero mucho más sincero que el elegido por la mayoría.
A diferencia de su madre, Honor Swinton Byrne no era actriz profesional sino estudiante de psicología, y eso es justamente lo que Joanna Hogg estaba buscando para su alter ego en pantalla. Además, es su madrina, ya que ella y Tilda Swinton son amigas desde hace años. Es tal vez esta relación de cercanía e intimidad la que le permitió a Honor construir el personaje de Julie a base de improvisaciones, secuencias más guionizadas, pinceladas de ficción y numerosos recuerdos de la juventud de Hogg. Junto a Honor, la propia Tilda Swinton en el papel de su resignada madre. Algo controladora pero al mismo tiempo entrañable. Frágil, con un eterno halo de tristeza en su rostro, siempre preocupada por su hija, a quien el futuro se le empieza a enturbiar de un modo incontrolable. Así, madre e hija (en la película y en la vida real) contribuyen a construir este juego de espejos en los que realidad y ficción se entremezclan fundiéndose en un todo inseparable y logrando un inexplicable pero hermoso equilibrio.
Y si la primera parte de The Souvenir narra la relación de Julie con Anthony, la segunda nos habla del duelo y la superación del mismo. De cómo el amor por el cine permite a la protagonista seguir hacia adelante, pasar página y continuar con su vida a pesar de lo ocurrido. Sin olvidar jamás, eso sí, a quien ha sido fundamental en su vida, teniéndolo siempre presente. De este modo, Hogg introduce un filme dentro de otro y la película/trabajo de fin de carrera de Julie sirve a la directora como excusa para hablar del cine (¿qué es el cine? ¿para qué sirve el cine? ¿por qué hacer cine? ¿cómo hacer cine? ¿desde dónde hacer cine?) y de la vida (¿cómo enfrentarnos a una pérdida? ¿cómo relacionarnos con los demás? ¿cómo saber si conocemos al otro?). Julie, que optó por esconder la cabeza debajo del ala cuando Anthony estaba vivo, decide ahora enfrentarse a sus fantasmas y contar su historia en esa película que le permitirá graduarse. Tal vez, en un intento desesperado de llegar a comprender lo que pasó, de conocer de verdad a Anthony, del que tan poco sabía.
A lo largo de las dos entregas de The Souvenir, asistimos a un profundo proceso de transformación. Julie, ingenua veinteañera que se enamora de modo incondicional de alguien que no es quien afirma ser, aprenderá con el paso del tiempo a gestionar sus sentimientos, a sobrellevar el duelo y a expresarse mediante el lenguaje de la cámara. Observará mientras llora la caída del Muro de Berlín y la luz del televisor iluminará su rostro. Cumplirá treinta años rodeada de sus amigos y compañeros de carrera. Se dará cuenta de que el dolor forma parte de la vida y de que los recuerdos también necesitan su propio espacio para habitar.