VISTO EN EL D’A 2022 (II): Alcarrás y Dúo

D'A Film Festival Alcarràs

Parece que fue ayer cuando se celebró la primera edición del Festival de Cinema d’Autor de Barcelona, pero en realidad ha alcanzado ya nada menos que su duodécima edición. Desde entonces y gracias a él, hemos podido ver en las salas de cine de Barcelona filmografías como las de Guy Maddin, Mia Hansen-Love, Claire Denis, Bertrand Bonello, Denis Coté, Sharunas Bartas, Amat Escalante, Nobuhiro Suwa, Christophe Honoré, Jessica Hausner o muchos otros. Un recorrido por el cine de autor que poco a poco se va convirtiendo en inabarcable. Nos gustaría hablar de los 80 largometrajes programados para este año, pero dada la imposibilidad de la omnipresencia, nos limitaremos a hacer una selección (obviamente personal y subjetiva) de aquellos títulos que, por una u otra razón, vayan captando nuestra atención.    

Alcarrás (Carla Simón, 2022)

La irreprochable legitimidad de una causa

No sucede a menudo, pero de vez en cuando aparecen películas que despiertan una especie de consenso generalizado. El filme en cuestión, a menudo una producción humilde, creada con un gran esfuerzo, una gran cantidad de tiempo y mucha, mucha voluntad, logra estrenarse y, poco a poco, ir triunfando en distintos festivales, incluso internacionales. Es entonces cuando lo local deviene universal, cuando lo personal se transforma en político.  La crítica empieza a resaltar sus innegables virtudes y el público, cada vez mayor, coincide en su opinión. La empatía hacia los personajes es casi generalizada, los valores humanos que se resaltan en el filme son incuestionables, y el tema abordado resulta urgente además de importante. Las masas, que al principio eran un grupo pequeño pero con el paso de los meses han ido creciendo, se preparan para hacer la ola y aplaudir durante veinte minutos tras cada proyección. La película sobrevive durante meses en cartel desafiando las dinámicas aceleracionistas que renuevan la programación de los cines casi cada semana. Las voces disidentes, escasas ya desde el principio, se acallan cada vez más y al final no son más que un murmullo casi inaudible. En ese preciso momento, la película deviene milagro. Era el caso de Estiu 1993 y parece que será también el caso de Alcarrás. En esta última, la defensa de la agricultura de proximidad en una sociedad neoliberal y globalizada que solo busca la máxima rentabilidad con el mínimo esfuerzo se convierte en un acto de resiliencia, en un gesto político incontestable. El amor a una tierra sin la que no podríamos subsistir, el respeto por unos frutos que, al fin y al cabo, son los que nos alimentan. ¿Cómo se podría estar en contra de un mensaje así? ¿Cómo podría cuestionarse sin despertar suspicacias? Y si a todo ello le sumas una reflexión sobre las estructuras familiares, sus contradicciones, su fragilidad y su fuerza, o la capacidad de las mismas para superar adversidades, es más que probable que la fórmula funcione a la perfección. Sin necesidad de que sea especialmente original, sin necesidad siquiera de evitar los lugares comunes.

Pero no me malinterpretéis; Alcarrás tiene virtudes, muchísimas, y también algunos defectos de los que probablemente poco se hablará. Admitamos que, a partir de ahora, será difícil ser objetivos. Al ganar nada menos que un Oso de Oro en el Festival de Berlín, el filme ha despertado el adormecido orgullo de todos aquellos catalanes cinéfilos que, como los seguidores incondicionales de un equipo de fútbol, gritaron de emoción al ver a Carla Simón alzar la preciada estatuilla entre sus manos. ¿Cómo estar en desacuerdo con un hito como este y todo lo que representa? ¿No se construye la historia del cine (español y catalán) a base de acontecimientos como Alcarrás?

 Imagen del film Alcarràs de Carla Simón

Dúo (Meritxell Colell, 2022)

El fin de una etapa es el inicio de otra

Tras años de cambios, convulsiones y revoluciones digitales, parece que por fin algo está cambiando en el panorama del cine español. Sobre todo en ese cine español que se realiza, si no al margen completamente de la industria, al menos sí con una mayor libertad creativa y voluntad de riesgo. Las mujeres, cada vez más presentes, alzan su voz y demuestran que tienen mucho que decir. Las historias se vuelven más heterogéneas, los puntos de vista más plurales y el mundo del cine un poquito (solo un poquito) más inclusivo. La precariedad, eso sí, sigue estando ahí. La mayoría de estos proyectos se realizan con presupuestos escasos y gracias al esfuerzo sobrehumano de varias personas durante mucho tiempo. Pero la transformación de una sociedad es una carrera de fondo, nadie dijo que fuese fácil. Tal vez dentro de un tiempo (mucho, probablemente), podamos llevarle la contraria a Lucrecia Martel y afirmar, por fin, que el cine ya no está en manos de una sola clase social. Pero por el momento, centrémonos en avanzar paso a paso y realizar una transformación progresiva. Tal vez lenta, sí, pero siempre imparable, por favor.

Cuatro años después de Con el viento y dos después de Transoceánicas ( hermoso filme epistolar realizado junto a Lucía Vassallo), Meritxell Colell regresa con Dúo y retoma la historia de Mónica, coreógrafa y bailarina que esta vez viaja por la cordillera de los Andes con su pareja realizando un espectáculo de danza. Dicho viaje permitirá a ambos reflexionar sobre su relación, o más bien lo que queda de ella después de 25 años. Sobre el peso de los recuerdos y las palabras, sobre la importancia de los gestos, de todo aquello que se dice y todo aquello que se calla.

Se trata, sin duda, de una película reflexiva, poética, contemplativa y también algo melancólica. Un intento desesperado de retratar aquello intangible, aquello que se desintegra y desaparece, aquello de lo que siempre hablamos pero nunca sabemos cómo definir. Una película que aborda las relaciones de pareja de un modo poco complaciente; que hurga en las heridas, aparentemente insignificantes, que el paso del tiempo va provocando sin que nos demos cuenta. Heridas que, sin ser mortales, van erosionando cuerpo y alma. Despacio, muy despacio, casi sin hacer ruido. Gestos, palabras, susurros, miradas, distancias cada vez mayores, silencios arropados por un paisaje estremecedor. Por esas montañas, casi infinitas, capaces de transformar a cualquier ser humano en algo insignificante.

Y de fondo, en un segundo plano pero siempre presentes, los habitantes de todos aquellos pueblos que los protagonistas van recorriendo. Consideraciones sobre el público y su relación con el arte. El espectador presenciando una danza que a su vez representa el fin de una historia de amor.

Al ver Dúo, pienso sin poder evitarlo en Marina Abramović y Ulay. Pienso en The Lovers: the Great Wall Walk, aquel gesto convertido en performance que sirvió para poner punto y final a una relación, amorosa y profesional, después de más de una década. Un significativo gesto de acercamiento mutuo que, contradictoriamente, implicaba una separación final. Los amantes, cada uno desde un extremo de la Gran Muralla China, la recorrieron para encontrarse en el centro por última vez y decirse adiós con un último abrazo. En el caso de Dúo no hay Muralla China, pero sí cordilleras con una impresionante presencia. Y, aunque la separación entre ambos personajes no sea física, la distancia entre ambos se hace evidente al percibir su dolor. Dolor que solo se verá mitigado con la aceptación del cambio pero que, probablemente, nunca desaparecerá por completo.

Imagen de Dúo de Meritxell Colell

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