Seward, keep going get hurt

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Cuatro años ya desde que los vimos la primera vez. Cuatro años creciendo con ellos. Desde esos primeros conciertos que veíamos entre sorprendidos y anonadados. Sabíamos que estábamos viendo algo diferente, algo grande. Seward. Celebraron su cuarto aniversario con la presentación de su nuevo disco Home Was Chapter Twenty Six dentro del Festival del Mil.leni en la sala 2 de l’Auditori. No nos molestemos en definirlos. Es casi imposible. Amalgama de sonidos, entre el blues, el rock, el jazz y el folk, difíciles de etiquetar, ni falta que les hace. Son Seward y punto. Un sonido propio y único. Sorprendente desde la primera escucha. Pocos grupos hay así en este país. Barcelona, se les queda pequeña y la península más aún. Europa los llama y ellos se marchan. Tienen confirmadas varias actuaciones en los festivales Exit (Serbia), Pohoda (Eslovaquia) y Sziget (Hungría), todo ello tras su paso por el Paradiso de Amsterdam (¡quién los hubiera visto en ese templo del sonido!) y el Festival Eurosonic Noordeslag en Holanda.

Aquí de momento nos regalan una actuación espectacular. La retina retiene momentos impresionantes, de aguantar la respiración, de sonreír, de no poder quedarte quieto en la butaca. Maldita butaca. De cabezas balanceándose al ritmo de la música frenética. Pero me estoy adelantando. La noche empezó con una pequeña lamparita encendida en mitad del escenario, con los músicos saliendo a oscura a sentarse en el suelo y alrededor de unas luces que se fueron encendiendo a medida que se iban sentado los cinco. Un acústico, sentido, sencillo, entregado. De estos cinco músicos. La voz desgarrada y desatada de Adriano Galante, la guitarra que crea mundos de Jordi Matas que aporta una nueva intensidad a su sonido, el ritmo desenfrenado del bajo de Martín Leiton, las atmósferas que crean los efectos y guitarras de Pablo Schvarzman y los juegos (¡madre, pero qué juegos!) a la batería y las percusiones de un pletórico Juan R. Berbín.

 

Tras la tranquilidad del acústico, explosiones sonoras, intensidad desbocada y desgarrada. Casi como si estuviéramos propulsados al espacio exterior. Empieza la cuenta atrás y nos disparan su furia en éxtasis, su música, sus almas, las nuestras. Todas juntas en un todo. Cuenta explicarlo, como una comunión de sensaciones y emociones. Cuando la música provoca cosas así, te dan ganas de llorar de la emoción. Y no estoy exagerando. La intensidad subía por momentos, canción tras canción. Los gritos de Adriano, sus movimientos impredecibles sobre el escenario, su voz gritando una y otra vez: “Keep Going, get hurt”. La unión entre estos cinco músicos, excelentes todos y cada uno de ellos. Conectados, los unos con los otros. Se veía la energía fluir entre ellos y hacia nosotros. Interpretando, expresando con su música y con sus cuerpos lo que nos cuentan, las historias de la canciones de Seward.

 

Creo no equivocarme cuando digo que son algo único. Mientras los ves, lo sabes, lo sientes. Estás viendo algo que no vas a ver muchas veces. Algo, que va más allá de lo imaginable y es real, y lo estás viviendo. Y hay gente que no lo sabe. Y te preguntas. ¿Pero qué mundo es este? Deberían correr a los cuatro vientos y gritarlo. Las palabras se las llevaría el viento, pero la música, su música las atraparía. Porque nadie que los haya visto, puede quedar indiferente. Sobre el escenario se transforman. Nos transforman. Nos hacen sentir y emocionarnos. Y no te das cuenta y ha pasado una hora y media de éxtasis musical. De Adriano entre el público, sentado en una butaca, atrapado en el escenario y huyendo de él, en la balconada cantándonos en la distancia, como declarándose a nosotros. Su público. Y mientras el resto de la banda, sonríe sobre el escenario entregándose en cada segundo, en cada nota y cada acorde. Y se acaba la noche, se apagan las últimas notas y nos levantamos para aplaudir a rabiar. Se lo merecen. Son grandes.

 

Fotografías y vídeos: Jordi Vidal

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