‘La amiga estupenda’ (T1), de Saverio Costanzo. ¿Mutua admiración o envidia cochina?

Si os van las películas río, los melodramas sostenidos en el tiempo, los pulsos interminables entre dos personajes que no se sabe si son complementarios o contrapuestos… esta es indudablemente vuestra serie.

La amiga estupenda tiene ese aire de novelón decimonónico, de ajuste de cuentas con todo un país, de despertar a la (perra) vida de dos mujeres en el marco “incomparable” de una barriada marginal cercana a Nápoles. Las protagonistas, Elena y Lila, comienzan su duelo silencioso en la mismísima escuela. Las dos despuntan, las dos obtienen excelentes calificaciones escolares. Las dos se observan y se marcan desde las distancias cortas, porque las dos, de una extraña y enfermiza manera… se admiran tanto como se temen.

Este enfrentamiento sin que tercie siquiera declaración de guerra oficial es el que vertebra la narrativa de esta costosa coproducción entre la HBO y la RAI, adaptación del ciclo de novelas homónimo de Elena Ferrante, pseudónimo tras el que se esconde… ¿quién? Porque lo cierto es que tras cuatro novelas publicadas desde 2011 (Dos amigas, Un mal nombre, Las deudas del cuerpo y La niña perdida), sigue sin conocerse quién está detrás de uno de los nombres más exitosos de las letras europeas.

Mucho -y todo bueno- se ha dicho sobre el referente literario. El sustrato de la primera temporada es, por supuesto, el libro que abre la tetralogía. Y no, no nos hallamos ante un culebrón con ínfulas: la réplica televisiva -innegablemente muy literaria, sensación reforzada por una poderosa voz en off– aspira a crónica de postguerra, a égloga del desarrollismo, a retrato del chanchullo, la lucha de clases y la vendetta perpetua.

Por buscar dos referentes muy italianos, yo le veo aires a Rocco y sus hermanos (Luchino Visconti, 1960) y a Novecento (Bernardo Bertolucci, 1976). De la primera hereda esa obsesión por la familia, sus referentes y sus némesis, sus jerarquías, sus versos libres. No uno, sino múltiples núcleos familiares que sobreviven en pisos idénticos, en bloques análogos, con empleos igual de mal pagados. Un vulgo autoconvencido de su triste sino en un barrio-campo de concentración del que parece imposible salir para ver el mar, visitar la capital o, simplemente, huir un rato de la cochina realidad.

De Novecento tendría la misma ambición; la de ofrecernos un fresco histórico que comienza precisamente allí donde lo dejara Bertolucci: a mediados de los años 50 (y, suponemos, se prolongará hasta nuestros días). Está claro que vamos a ver envejecer a las dos protagonistas, separándose y reencontrándose de manera no tan aleatoria como pudiera parecer a lo largo de muchas décadas. En esta primera entrega, repito, la cosa se centra en la infancia y adolescencia de esta clase media-baja apelotonada en apenas un par de kilómetros cuadrados.

Los italianos han sido siempre muy hábiles a la hora de fusionar lo local y lo universal y está claro que esta jugada ha sido muy bien medida. Atención si no a los apellidos de algunos de los productores ejecutivos: Rossi, Corbucci, Sorrentino, De Laurentiis. Un auténtico quién es quién en el cine italiano de los últimos sesenta años.

La amiga estupenda no sabemos muy bien cuál de las dos es. Porque ambas parecen vivir a través de los ojos y los anhelos de la otra: nunca están del todo satisfechas consigo mismas, porque siempre están comparando sus logros con los de la competidora. Elena es inteligente, constante, comedida, prudente hasta decir basta. Lila posee una inteligencia natural que se eleva un grado por encima de la de Elena: es sencillamente brillante. Autodidacta, rencorosa, ambiciosa.

La partida se juega en un territorio no apto para la disidencia: la colmena de extrarradio donde no hay secretos (vamos, que no existe la intimidad) ni rencores soterrados (pues tarde o temprano se manifiestan de manera abrupta y violenta). Los coprotagonistas son dos familias enriquecidas tras la guerra y lo suficientemente bien situadas como para tener negocio propio: la charcutería y el café-degustación. No hay muchos más lugares a los que ir, pero lo que está claro es que traspasar sus umbrales equivale casi a un posicionamiento político, a una toma de partido.

La juventud del barrio trata de sobreponerse a esta guerra fría, a esta calma tensa. Las dos estirpes más favorecidas fardan de ir a la última: moda, peluquería semanal, deportivo y cualquier otra declinación de la modernidad más estéril. Y en lontananza, Lila y Elena siguen a lo suyo: queriendo ser más que la otra, queriendo tener lo que la otra. ¿Alrededor de cuál de estos dos núcleos de pugna y poder orbita el barrio entero?

Mientras lo averiguamos hay tiempo para todo: alegatos a favor de la lectura, un fabuloso capítulo pulmón (el verano en Ischia, genuina tocata y fuga), desfile de perversos sin disimulo, algún crimen con marchamo de Corleone y elogio del zapato como objeto de lujo.

Una gozada que le reconcilia a uno con el clasicismo cinematográfico y el arte de contar historias.

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