5ª Muestra de Cine Alemán Actual: Stefan Zweig y el germanófilo de Liverpool
“El artista que cree en la justicia nunca puede fascinar a las masas ni darles eslóganes. El intelectual debe permanecer cerca de sus libros. Ningún intelectual ha estado preparado para lo que requiere el liderazgo popular” Stefan Zweig
El mes pasado nos dejamos caer por la Filmoteca de Catalunya para ver un par de filmes encuadrados dentro de la muy sugerente quinta Muestra de Cine Alemán Actual. Despertaron nuestra curiosidad Stefan Zweig: Adiós a Europa (Vor der Morgenröte, Maria Schrader, 2016) y B-Movie: Lust & Sound in West-Berlin 1979-1989 (íd., Jörg A. Hoppe, Heiko Kange y Klaus Maeck, 2015). Las historias de un alemán al que le arrebataron la patria y de un inglés que la encontró, precisamente, en la capital de la antigua RFA.
El primero de todos -y que sirvió para inaugurar el certamen- es un atípico biopic alrededor de la figura del escritor Stefan Zweig, al que seguiremos en su exilio americano, comenzado en 1934. La directora escoge cinco momentos muy puntuales de su periplo: su llegada al Brasil, su asistencia a un congreso de escritores en Buenos Aires, su episódica estancia en Nueva York, su visita a una plantación de caña de azúcar durante la preparación de una novela –de nuevo, en tierras brasileras- y su establecimiento definitivo en un enclave carioca más recóndito.
El prólogo, con el plano fijo de una enorme mesa alrededor de la cuál se sentarán en breve la legión de politicastros, fuerzas vivas y admiradores varios que no cesan de abrumarlo con agasajos, fija con precisión el tono desencantado de todo lo que veremos a continuación. Stefan rebota de prohombre en prohombre, estrecha manos mecánicamente, hace comentarios que tienen la obligación de ser brillantes, se deshace en agradecimientos hacia unos anfitriones a los que les interesa su obra, sí, pero también conocer la opinión que le merece el curso de los acontecimientos en su país.
El conflicto bélico que acabará conociéndose como Segunda Guerra Mundial está a punto de estallar y el número –y la calidad- de los intelectuales, científicos y artistas alemanes exiliados no deja de aumentar. Los que ya se han ido deben de servir de cabeza de puente para los que están por llegar y los contrincantes de antaño –en el plano de las ideas- se ven en la tesitura de tener que pedir favores… favores en los que posiblemente les vaya la vida. Stefan acumula misivas y siente recaer sobre sus espaldas el enorme peso de de la desesperanza ajena.
Paradójicamente, Zweig –judío, filósofo, antibelicista convencido- nunca hizo declaraciones incendiarias en contra de aquél régimen que se lo quitó todo, a excepción del prestigio. Inmerso en un ambiente de obligado activismo y acosado por las preguntas de los periodistas, su honestidad podía sonar a contemporización, a medias tintas, a equidistancia ladina. Nada más lejos de la realidad: en el filme Stefan es un hombre que ve casi obsceno pretender erigirse en héroe antinazi, cuando intuye que las proclamas de voz engolada –a miles de kilómetros del huevo de la serpiente- bien pudieran pasar por ejercicios de fariseísmo. El autor de La estrella bajo el bosque o Carta de una desconocida no puede ni quiere dejar de ser austríaco, por deleznables que ahora sean los supuestos líderes de su nación.
Un conflicto interior doloroso –que sabe matizar muy bien el actor Josef Fader a través de una mirada progresivamente desapasionada- y que se cobra su precio en lo personal (su divorcio, la imposibilidad de dedicarse exclusivamente a su arte, los largos viajes en avión, las mil y una recepciones), conociendo, además, de un triste epílogo: su suicidio junto a la que sería su segunda esposa, Charlotte Elisabeth Altmann, en Petrópolis. Y es que Stefan no pudo sobreponerse a aquél adiós a Europa, despidiéndose en una fecha –febrero de 1942, posiblemente el peor momento para el bando aliado- en la que el desastre se le debió de antojar definitivo.
La segunda película de la actriz, guionista y directora Maria Schrader acompaña a un grande de la literatura europea durante sus últimos cinco años de existencia, indagando –a través de cinco grandes momentos, de cinco grandes cuadros que perfilan su compromiso sin necesidad de “teatralizarlo” delante de los micrófonos- en las razones de su terrible desencanto. Un hombre que lo único que quería era seguir escribiendo y al que todo el mundo parecía exigirle lecciones morales –a él, maestro del estudio psicologista-.
Por contraste, B-Movie: Lust & Sound in West-Berlin 1979-1989 podría definirse como un lúdico itinerario de vuelta del exilio emprendido por el austríaco Zweig. Porque si este recaló en la capital de Inglaterra en una de las primeras paradas de su adiós al continente, el protagonista de B-Movie abandona la Gran Bretaña cuatro décadas después para sumergirse en la efervescencia cultural de la llamada a ser siguiente capital de Europa… Berlín, por supuesto.
Con un ritmo y unas ganas de gustar que parecen el cruce perfecto entre 24 Hour Party People (Michael Winterbottom, 2002) y un documental de la BBC, Mark Reeder, maestro de ceremonias, nos empuja dentro de sus clubs de referencia, regalándonos un tour sin igual por el panorama contracultural del Berlín oeste de finales de los setenta-mediados de los ochenta; aquél para el que el telón de acero y la guerra fría ya no eran mas que un chiste malo de alambradas, puestos de control, militares desorientados y un muro histérico que utilizar como lienzo improvisado o atrezzo para las performances.
En aquél paraíso okupa germinó un punk con denominación de origen, así como una legión de grupos provocadores y originales –siendo lo de menos su adscripción genérica- que se nutrieron del surrealismo que rodearon a aquellos tiempos (preámbulo del derrumbe del bloque comunista) y a aquél lugar (la futura capital de Alemania en detrimento de Bonn se hallaba cuarteada y con una “tierra de nadie” a base de bloques abandonados en los que habitar y buscarse la vida). ¿Que como evolucionó todo esto –o degeneró, según a quién preguntéis- en la Love Parade y similares? Las respuestas, aquí.
Un filme loco y divertido, pero también un testimonio impagable de la “movida” germana. Plagado de cameos impagables (de Nina Hagen a Nick Cave) y con un inteligente –y por una vez, muy natural- machihembrado entre el metraje documental (Super 8 mediante) y la “reconstrucción” desacomplejada y gamberra. Y es que Mark Reeder, el fundador del sello de música electrónica MFS, tiene una biografía no menos apasionante que la del Berlín de aquella década: técnico de sonido, actor en películas gore, doblador de porno y, sobretodo… criatura de la noche con su propio uniforme y su propia agenda.