Pablo Ley: la verdad del mundo es inalcanzable

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Hoy tenemos el lujo de contar con un gran creador, un dramaturgo veterano con una carrera larga e interesantísima. Ha trabajado en textos mayúsculos como el Fausto de Goethe, para La Fura dels Baus, o como 2666, de Roberto Bolaño, que adaptó para su puesta en escena en el Teatre Lliure. Desde el 2008 trabaja en tándem con el director Josep Galindo en el llamado Projecte Galilei.

Con todos vosotros, Pablo Ley. Para empezar, le hemos sometido a nuestra entrevistaca. Le dimos la opción de responder de forma sucinta o extensa, y él se decantó por la profundidad. Sentaos y disfrutad.

¿Por qué teatro?

A veces digo que por casualidad. Porque coincidió que en la Facultad de Geografía e Historia, donde en los años 80 yo estudiaba Historia del Arte, impartía clases Ricard Salvat, gran agitador cultural (introductor de Brecht en Cataluña durante los años 60-70, comunista, intelectual brillante, hombre polémico, a veces difícil), que me transmitió una visión especialmente interesante del mundo del teatro (el teatro como bofetada cultural, social, ideológica, política…). Gracias a él entré a formar parte del Institut d’Experimentació Teatral de la Universitat de Barcelona donde empecé a escribir y dirigir teatro.

Hay otra respuesta, perfectamente compatible con la que acabo de dar. Y es ésta: porque el teatro aúna las dos vertientes que más me interesan de mi personalidad creativa. Por un lado, la escritura; por el otro, las artes plásticas. Juntando ambas cosas, y con el añadido del actor, aparece el teatro. En todo caso, desde hace 35 años, la fusión de la escritura, el arte y el teatro han sido el principal motor de mi vida.

¿Hacia dónde va tu teatro?

Me gusta entender el oficio de creador como un “camino de sabiduría”, siempre que entendamos la “sabiduría” de la forma más sencilla y honesta posible. Mi teatro me acompaña desde el principio en el descubrimiento del mundo y de mí mismo, me permite responderme a preguntas complejas que, de otro modo, quizá ni me llegaría a formular. O que, en caso de formularme, no llegaría jamás a responder de forma extensa. Es eso, tanto la pregunta como la respuesta extensa, lo que le ofrezco al público con todo el respeto y el amor del mundo. Al público lo percibo, fundamentalmente, como un compañero de viaje, alguien con quien comparto las misma inquietudes, las mismas preguntas, la búsqueda de idénticas respuestas. El mismo “camino de sabiduría”.

¿Qué dramaturgos te han influenciado más?

Tantos, que no me atrevo a destacar ninguno. En un repaso rápido: me encantan los griegos (sobre todo Esquilo, mucho Sófocles, cada vez más Eurípides), me encanta Shakespeare (analizándolo he aprendido gran parte de lo que sé), detesto los neoclásicos (aunque últimamente he empezado a no odiar a Racine), me encantan Büchner y Kleist, a Chéjov lo situaría entre los diez mejores autores dramáticos de todos los tiempos… y San Beckett es, sin duda, un grandísimo maestro. Y están Brecht, Pirandello, Valle-Inclán. Y está Artaud. Que todos ellos (y muchos más) forman parte de mi imaginario, es algo indiscutible. Pero contestar a la pregunta de en qué medida me han influido directamente me resulta imposible. De alguna manera soy hijo de sus palabras y de sus estrategias… pero soy, sobre todo, hijo de mis propios sueños (o de mis pesadillas).

¿Cuál es tu creador actual preferido y por qué?

En realidad, ninguno. Durante los años en que ejercí de crítico en El País me empapé de infinidad de grandísimos espectáculos. Me sigo alimentando de aquellas maravillas. Entiendo el teatro desde el escenario, nunca exclusivamente desde un texto, y esto es ya, de por sí, una declaración de principios. Entiendo que el teatro es un equipo, nunca un solo creador. Y entiendo el teatro como una forma de dinamitar la realidad (o de ponerla en crisis). Si tuviera que proponer tres nombres de gente que me ha impactado profundamente: Christoph Marthaler, Jan Fabre, Anne Teresa de Keersmaeker. No soy un conocedor de su obra, pero en algún momento de mi vida, alguna de sus obras me ha propinado una solemne bofetada cultural, intelectual, estética, creativa… Ahí están, aunque es posible que a esta misma pregunta mañana respondiera con otros nombres, igualmente importantes.

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Tras este breve interrogatorio, hemos hablado en profundidad sobre el espectáculo que se estrenó en el Grec y que ahora está haciendo temporada en el Teatre Eòlia, Digue’m la veritat, obra de la que incluimos un fragmento.

¿Cómo le explicarías Digue’m la veritat a alguien que todavía no la ha visto?

Digue’m la veritat es una exploración de la forma en que construimos la verdad, y para ello trato de poner en cuestión el mundo moderno, el mundo que hoy aparece en los diarios. Por eso la obra habla de Oriente Medio, de la religión, de las guerras actuales, del terrorismo, del papel de Occidente. Y por eso se abordan todas esas realidades desde miradas de especialista: una arqueóloga (el mundo casi puede decirse que empieza allí, en el Creciente Fértil), una traductora del árabe (aunque, en realidad, estudiosa de las lenguas semíticas antiguas, las lenguas nacidas de la destrucción de la Torre de Babel), un ex-misionero (alguien que ha reflexionado seriamente sobre la importancia de la idea de Dios y ha decidido abandonar la jerarquía de la Iglesia), una cooperante de Ingenieros Sin Fronteras (la forma moderna, y laica, de las misiones), una corresponsal de guerra (el periodismo como una forma de Biblia moderna), un fotógrafo de guerra (el ojo del mundo, tan fácil de manipular), y un militar (alguien cuya misión, en positivo, sería la de salvaguardar la paz). Todos esos puntos de vista se unen para ofrecernos una visión cuando menos extraña de la realidad presente. Es desde esta extrañeza desde donde deberíamos volver a repensarnos los hombres en tanto que colectividad humana, no como naciones, no como religiones, no como razas… sino como especie. Los seres humanos entendidos sin ninguna frontera que los separe y enfrente.

Digue’m la veritat es una obra coral creada de forma coral. ¿Cómo describirías tu experiencia a lo largo de este proceso?

De entrada diría que, más que nada, es un proceso híbrido, o anfibio. Es, al mismo tiempo, una forma convencional de escritura y un proceso creativo surgido en sala de ensayo. Una parte de los contenidos, en efecto, aparece a lo largo de improvisaciones. Sin embargo, la escritura que aprovecha estos materiales es, pese a todo, convencional, lo que yo llamo escritura de gabinete (la del dramaturgo en la soledad de su despacho en diálogo con sus propios fantasmas). Personalmente hubiese preferido que el trabajo hubiese surgido íntegro sobre el escenario, pero esto es algo que hubiese requerido una inversión de tiempo tan ingente por parte de todo el equipo que, al final, resultó inviable. Los actores aportan, sobre todo, su propia verdad… una verdad que propone un punto de vista diferente a la verdad de la ficción y genera un efecto distanciador absolutamente necesario en estos tiempos que corren. Tan absurdos, tan violentos, tan apocalípticos…

Ahora que hablamos de la creación coral, ¿podrías explicar cómo funciona la sinergia de creación con Josep Galindo?

Vengo trabajando ininterrumpidamente con Josep Galindo desde el año 2002. Empezamos trabajando juntos en la dramaturgia de la Ópera de Cuatro Cuartos, de Brecht, que estrenó Calixto Bieito en el Festival Grec. Luego hicimos diversos montajes de gran formato, como Homage to Catalonia, a partir de la obra de Orwell, o una versión del Quijote que estrenamos en Inglaterra. Y, desde 2008, iniciamos una andadura común como Projecte Galilei, con un tipo de teatro que nosotros definimos como teatro documental, empecinado en una mirada personal sobre la memoria histórica… De todos modos, a medio camino y casi por casualidad, nos vimos involucrados en el proceso fascinante de establecer y desarrollar las bases pedagógicas de la Escuela Superior de Arte Dramático Eòlia, un proyecto que ha absorbida una gran parte de nuestras energías creativas desde 2011… y es uno de los proyectos, ahora mismo, cuando estamos a punto de cerrar el ciclo, de los que me siento más orgulloso.

Dicho esto, resulta bastante evidente que nuestra concepción del teatro es afín. Entendemos que la dramaturgia y la dirección son sólo dos puntos de vista sobre un mismo proceso. Desde el principio hemos colaborado siempre desde el nacimiento de la idea hasta la ejecución final. Ello no quiere decir que no surjan discrepancias, pero no más allá de una fricción creativa que resulta beneficiosa para el desarrollo del proceso. Trabajar juntos resulta fácil porque tenemos ya un lenguaje común, unas estrategias de análisis y creación parecidas, una visión propia sobre los actores… Lo que no quita que crear siga siendo una aventura a ciegas. Sabes de donde partes y a dónde quisieras ir… nunca sabes hasta dónde llegarás. Ahí vuelvo a ese “camino de sabiduría” sencillo y honesto de que hablaba al principio.

Uno de los propósitos del Projecte Galilei es hacer teatro histórico-documental. ¿Qué se está documentando en Digue’m la veritat?

Hasta ahora hemos trabajado sobre todo la memoria histórica que nos afecta, a nosotros, como ciudadanos de este país roto por una Guerra Civil que nunca ha llegado a cicatrizar. Es ahí desde donde nosotros hablamos de memoria histórica. Nuestro punto de vista ha sido siempre el de los perdedores; incluso más, el de los perdedores de los perdedores: es decir, los olvidados. Por ejemplo, las mujeres embarazadas en los campos de refugiados de Argelès en La Maternitat d’Elna. Por ejemplo, la mujer bajo el franquismo, en Alícia ja no viu aquí – La dona a Espanya 1939-1981.

En el caso de Digue’m la veritat hay historia, pero se trata más bien de arqueología y antropología, de historia de la cultura y de las religiones. No es exactamente lo que solemos entender cuando hablamos de memoria histórica. De lo que se trata es de una reflexión sobre el hombre en el Creciente Fértil desde el Neolítico hasta la actualidad. Es allí donde empezó la agricultura, donde nacieron los dioses, donde se desarrollaron las religiones, donde nació la filosofía, donde empezó nuestra civilización. Y es allí donde, como consecuencia de ese largo camino, se producen, ahora mismo, los actuales conflictos que enfrentan el Islam y Occidente.

Trabajamos con materiales que todavía no son documentos históricos. Son materiales que, de momento, sólo sirven para elaborar las noticias (fragmentos dispares, inciertos, no contrastados de una realidad aún no interpretada). Trabajamos con su recepción, con su impacto, con su transformación en ideología, con lo que todo ellos supone de choque con esa forma inconsciente del pensar social que son las mentalidades. Lo que buscamos es despertar la incomodidad del público. Hacerle tomar consciencia de lo incierta que es la verdad que nos guía. No hablamos, por tanto, de memoria del pasado, sino de la construcción de la complejísima idea del presente (¡y del futuro!).

En el ensayo Notas sobre literatura, Adorno dice que “Sólo callando puede pronunciarse el nombre del desastre” para resumir la posición de la literatura en relación con la barbarie. ¿Cómo ves tú esta relación?

No sé si entiendo lo que quiere decir Adorno. Pero supongo que la respuesta a Adorno se encuentra, por ejemplo, en la escritura de Beckett. Alguien que nos deja totalmente huérfanos de referencias concretas para abrirnos los ojos al abismo del hombre contemporáneo. 1952, el tiempo en que se estrena Esperando a Godot, es a la vez el momento en que el hombre se halla frente a frente con las dos grandes tragedias del siglo XX: el Holocausto y la Bomba Atómica.

No me atrevo a (y sería, de hecho, un disparate) equiparar Esperando a Godot Digue’m la Veritat, aunque es verdad que también esta vez hay un personaje que, como Godot, no llega nunca. Pero el extrañamiento que buscamos es, en ocasiones beckettiano, otras, brechtiano, otras, pirandelliano. Y el texto no deja de ser un juguete dramatúrgico que va de un realismo a la Chéjov a la frialdad del Handke de Insultos al público. Al final, sin embargo, todo son juegos de referencias que el público no tiene ni por qué descubrir y que apelan, sobre todo, a su propio sentido de la realidad.

Lo innombrado, el desastre, estaría en el caso de Digue’m la Veritat en la capacidad de cada espectador de interpretar la realidad que nos ofrecen los periódicos. No es, desde luego, una verdad homogénea. Ni una verdad compacta. Ni, la mayoría de las veces, una verdad desinteresada. La barbarie está en la misma manipulación de la verdad.

En la línea de la pregunta anteriorse podría decir que Digue’m la veritat es una obra escrita pensando en los conflictos actuales. ¿Cómo te ha afectado la situación internacional como creador?

Hay una cosa que, cuando doy clases de dramaturgia, llamo “discurso fuerte” y es el discurso ideológico que subyace a todo texto referido a su propio presente. Nadie puede abstraerse de su presente… y, al final, toda evasión es inevitablemente un acto de irresponsabilidad social. En el caso de Digue’m la Veritat teníamos un espacio concreto, el Museo Arqueológico de Cataluña, donde estrenamos, y el tema general del Festival Grec 2015, que era la guerra. El simple hecho de juntar ambos universos de sentido da, inevitablemente, una reflexión sobre los conflictos actuales, pero también sobre el mundo surgido en torno al Mediterráneo y que, visto el catastrófico presente, es obvio que hemos de volver a reintegrar en nuestra concepción del mundo. Occidente le ha dado la espalda al Mediterráneo y es el mayor error que podía cometer. Occidente surge del Mediterráneo, es una idea nacida en el crisol de culturas del Mediterráneo. Pero también es obvio que vivimos en un conflicto ya milenario en ese mismo Mediterráneo. Ya en los Persas de Esquilo se vive esta confrontación. Roma se hundió en ella. La Edad Media la alargó en las cruzadas. Y luego vienen los turcos y la caída de Constantinopla. Y así hasta la Primera Guerra Mundial y Lawrence d’Arabia. Y luego el Holocausto e Israel. El presente es sólo un paso más en esta confrontación inacabable que es, sin embargo, tierra abonada para el nacer y renacer de las culturas que lo han conformado históricamente.

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Para mí, uno de los elementos más interesantes de Digue’m la veritat es la exploración de cierta naturaleza trascendente o mística inherente al ser humano. ¿Cómo crees que se vive actualmente este misticismo?

El tema de Dios, el mismo surgimiento de la idea de Dios, es algo que hace muchos años que me interesa y preocupa. Sinceramente, incluso siendo ateo (o cuando menos agnóstico), creo que resulta imposible describir el mundo sin ese fabuloso comodín conceptual que es la idea de Dios. En la última frontera de la ciencia volvemos a darnos de bruces con la idea de Dios. Porque las preguntas que nos hacen sentir el abismo de nuestra soledad universal siguen ahí, sin responder. Y, a la vista de esta guerra última, que es en el fondo una guerra de religión (como las que agitaron Europa en los siglo XVI y XVII) o contra la religión (como la del Racionalismo contra el Oscurantismo), es evidente que éste es un tema irresuelto. Mi propuesta en Digue’m la Veritat es la de una democracia de Dioses: “Que se sienten y hablen”, dice uno de los personajes. Hay que subir un peldaño más en la idea de Dios. El Dios surgido de las religiones del libro se ha vuelto absurdo, peligroso, sanguinario. Hace falta un Dios que nos englobe a todos, que nos haga vivir la búsqueda de una felicidad compatible para todos los hombres, las razas, las culturas. Probablemente sea éste el final de la guerra. La idea de un Dios no excluyente. Un Dios para todos. Aunque no me olvido de que esta guerra sigue siendo una guerra moderna en torno a los recursos estratégicos, la industria armamentística como motor de la economía, la geopolítica del poder.

En la tradición aristotélica de la catarsis, los espectadores vamos al teatro para que una obra nos impresione, nos fascine, nos eleve, nos asuste, nos conmueva, nos libere… ¿Cómo definirías tú el efecto que te gustaría que tuviera Digue’m la veritat?

La palabra que más veces he empleado para definir el sentimiento que viven los personajes de Digue’m la veritat -y que es el sentimiento que, en definitiva, me gustaría que invadiera al público- es la de estupefacción. En el fondo, la idea que tenemos del mundo se basa en la creencia de que aquello que afirman las ciencias es verdad. Creemos en el racionalismo sin darnos cuenta de que esa misma creencia es un acto de fe. Y ahí está la paradoja de nuestra visión del mundo, que es un constructo eminentemente irracional. Y también inestable, fragmentario, provisional, contradictorio, en ocasiones absurdo.

No sé si de ahí puede derivarse una forma de catarsis, que Aristóteles asociaba al terror y la compasión. La estupefacción nos planta ante el abismo del mundo. El abismo de nuestro desconocimiento del mundo, de su imprevisibilidad. Quizá para algunos espectadores, los que deciden aceptar el juego de los espejos que propongo, al final se produzca una forma de purificación, de catarsis. Pero hay algo que me ha sorprendido en la recepción de Digue’m la Veritat. Hay quien se siente atacado por poner en duda la verdad del mundo racional y su respuesta, como espectadores, es una especie de negación total, sin apelación posible. Algo así como un oscurantismo racionalista, una intransigencia inquisitorial de la razón materialista. Prefiero la actitud del espectador que cede al juego y acepta que hay otros mundos posibles.

¿Cuál es la verdad que se esconde detrás de Digue’m la veritat?

La verdad del mundo es inalcanzable, ésa es la verdad. Habitamos el sueño de la verdad. Un sueño sin puertas, en el que los teléfonos suenan en todas las habitaciones. Y, cuando descuelgas el auricular, nunca contesta nadie. Sólo nos queda andar por el pasillo infinito, de infinitas puertas, detrás de las cuales sucede lo que nos empeñamos en llamar historia. Lo que ocurre detrás de esas puertas es como lo sucedido en la habitación 237 de Kubrick, un lugar para el terror, la compasión, la estupefacción. O, como dice uno de los personajes de Digue’m la Veritat: “¿La verdad?… La verdad sólo la sabe Dios.”

 

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