“Fish & cat”. Manual para dinamitar géneros y etiquetas, o cómo un slasher puede convertirse en otra cosa que no tiene nada que ver
Las frases promocionales que acompañan el exitoso peregrinaje de Fish & Cat por numerosos festivales alrededor del mundo la definen como “uno de los primeros slashers iraníes”. Nada más y nada menos. Esperamos pues, un psicópata con muchas ganas de matar, un grupo de víctimas (probablemente adolescentes) preparadas para sufrir, y sobre todo mucha, mucha, mucha sangre. O al menos, eso es lo que nos ha ofrecido este género desde sus orígenes, allá por los años 70.
Pero… ¿qué sucede cuando el director juega con las expectativas de un público que cree estar rotundamente seguro de conocer las reglas del juego? ¿qué ocurre cuándo resulta que la película que estamos viendo no se adapta a los cánones establecidos sino que recorre caminos inhóspitos conformados a partir de las combinaciones más inverosímiles e inesperadas? ¿qué pasaría si imaginásemos un hipotético crossover entre Elephant, Rashomon y Once Upon a Time in Anatolia?
Además de “definirla” como un slasher iraní, también podríamos decir que el segundo largometraje de Shahram Mokri es un monumental plano secuencia de 134 minutos de duración y no estaríamos mintiendo en absoluto. Aunque claro, tampoco estaríamos diciendo toda la verdad. ¿Y cuál es la verdad? La verdad en este caso es demasiado intrincada e inabarcable. La verdad está compuesta por tantos puntos de vista como personajes. La verdad se encuentra saturada de infinitos matices que hacen de Fish & Cat una película arriesgada e inclasificable. Pero voy a dejar de hablar de “la verdad” como si supiese de lo que estoy hablando para intentar centrarme en la cuestión que nos ocupa.
Shahram Mokri tuvo a una veintena de actores ensayando el filme durante unas cuantas semanas, como si de una ciclópea obra de teatro con virtuosa coreografía incluida se tratase. Ninguno de esos actores podía cometer el más mínimo error durante 134 minutos. Ni un solo lapsus de memoria, ni un solo paso en falso. Un naipe mal colocado y todo el castillo se habría venido abajo de modo estrepitoso. Y todo esto en Irán, un país donde el director no encontraba cámaras digitales capaces de registrar tamaña proeza y donde la censura más radical dificulta constantemente la libre expresión de cineastas y artistas en general.
Nos encontramos pues, ante una representativa muestra de innegable virtuosismo fílmico; de esas que incitan a rebuscar detrás, a exigir un “cómo se hizo”, a destripar la maquinaria para intentar entender su fascinante funcionamiento. Pero el riesgo de dicho virtuosismo suele ser, como bien sabemos, que el alarde técnico se convierta en el fin y no en el medio, que los fuegos artificiales no tengan propósito alguno y el espectáculo sea tan deslumbrante como vacuo. Que la maniobra se quede en lo complicado sin llegar a lo complejo, sabiendo que el matiz de diferencia es extremadamente sutil y a veces no demasiado claro. Es este un riesgo patente y elevado, aunque por suerte no ineludible. Porque Fish & Cat es virtuosista y ambiciosa, sí; pero también es un ejemplo de impecable dominio narrativo, un artefacto capaz de transformar el típico slasher por todos conocido en algo imprevisible, sorprendente y desconcertante.
Mokri utiliza (casi)todos los elementos clave del género (asesinos de mirada aviesa y ropa manchada con sangre, adolescentes que sospechan sin saber muy bien de qué, persecuciones en tensión creciente, sonido angustioso de cuchillos afilados…); pero de repente, da un inesperado giro de 180 grados y empieza a pasear con soltura por otros géneros, desarrollando con pasmosa habilidad el conflicto entre los numerosos personajes. Fish & Cat se acerca de este modo al drama, a la historia de amor, al cine fantástico y también, por qué no decirlo, al musical. Sí, en efecto, he dicho musical. El joven director iraní juguetea de modo pícaro con las expectativas del público. Por eso, aquellos personajes que en el minuto diez no parecían más que meros secundarios, en el minuto veinte pasan a protagonizar una nueva historia. Y así sucesivamente, conformando un mapa geográfico más y más prolijo a medida que avanza el relato.
¿He dicho que el relato avanza? Perdón, ha sido un lapsus, no era mi intención, es la costumbre, asociar un plano secuencia a un tiempo lineal que transcurre hacia adelante de modo inevitable. Pero claro, habíamos quedado en que los códigos cinematográficos ya establecidos no nos iban a servir para hablar de Fish & Cat. Así que prescindamos de todo lo aprendido y recorramos cámara en mano ese inolvidable plano secuencia sin imaginarnos siquiera cuál será el devenir de los personajes.