Asuntos de familia (postiza): interpretar lo insubstituible
Separadas casi una década entre sí, una ficción (Alps (Yorgos Lanthimos, 2011)) y un documental (Family Romance LLC (Werner Herzog, 2019)) abordaban las posibilidades de completar la familia de uno tirando de banquillo: la substitución como autoengaño, como prórroga imposible antes de afrontar el inevitable duelo. Hablamos concretamente de contratar los servicios de un esforzado doble de nuestro ser querido -muerto, desaparecido o quizás demasiado impresentable como para seguir conviviendo con él- y simular a partir de ahí una querencia postiza, interrumpida tiempo ha por la fatalidad.
Para el griego Lanthimos, Alps fue otra excusa para explorar las dinámicas de dominación. Si en Canino (2010) eran los padres los que imponían un régimen del terror, aquí es un cuarteto igualmente desamparado el que opta por el amor mercenario y la trascendencia a través de las vidas ajenas.
Antes de afrontar la grandeza y decadencia de su pequeño comercio, lo cierto es que sus vidas ya contaban con un fuerte componente sadomasoquista. Una gimnasta rítmica y su entrenador, dos trabajadores del sector sanitario. Un día a día de exigencia y drama cercano en el que pueden captar discretamente a sus clientes: seres solitarios o familias súbitamente truncadas a los que ofertar sus trabajados personajes que deben de recordar… a aquellos que conocían de siempre.
Una ciega necesitada de role playing traumático, los progenitores de una deportista de élite o un tipo gris que echa de menos a otro tipo gris al que podía llamar amigo, con o sin su gorra de capitán mercante. Todos quieren lo inasible: recrear sensaciones, diálogos, flashes de intimidad. Pocos quieren redimirse o cambiar el pasado; se conforman con volver al bucle y escuchar otra vez -aunque sea mecánicamente y en boca de un perfecto desconocido- aquello que no pudieron perdonar o que tanto bien les hizo.
Entre los integrantes de esta cordillera suiza existe una extraña y elíptica relación de dependencia y abuso. El líder del movimiento (que se bautiza a sí mismo con el nombre de Mont Blanc, el más distinguible de los picos alpinos) es un detallista obsesivo, dispuesto a castigar a cualquiera de su staff que incumpla las normas contractuales.
Porque lo cierto es que la sexualidad -latente o manifiesta- acaba gobernando la mayoría de relaciones teatralizadas. El abandonado sólo quiere volver a vivir aquella discusión que terminó con un polvo de reconciliación. La ciega se quiere volver a sentir víctima legítima, pescando a los amantes en el lecho conyugal. Y los padres de la hija muerta se empeñan en que la substituta prosiga el romance con su antiguo novio.
Lo insubstituible para Lanthimos es el abrazo, pero también la coyunda. Esa cercanía imposible con alguien ajeno al bagaje sentimental de supervivientes y purgados y que queda reducida a prostitución litúrgica, a compendio de gestos, miradas y puesta en escena forzada.
Desplazamos este foco en pos de la familia parcheada hasta el otro extremo del mundo: ese Japón convertido en La Zona para realizadores alemanes superdotados para la filosofía (nobleza obliga).
No sabemos si es verdad eso que dicen de que Herzog aceptó hacer el mandaloniano a cambio de pasta fresca para este proyecto. Lo que sí nos queda bien claro desde el principio es que Ishii, el esquizofrénico protagonista del filme, es un habitante por méritos propios del Universo Werner.
Un universo plagado de tipos solitarios convencidos de su unicidad -a veces, demasiado convencidos- y donde el hombre se pone a prueba a sí mismo y a sus expectativas del mundo…. para, las más de las veces, fracasar estrepitosamente.
Fernando León de Aranoa ya le halló una triste vis cómica a este tipo de constructos (Familia (1997)), pero es Herzog quien va decididamente más allá apostando por la realidad y convirtiéndolo en repulsivo reflejo del ritmo alocado de los tiempos. Porque la situación planteada es muy de distopía próxima: el día a día de una empresa nipona que se dedica a ofertar servicios sustitutivos de parentela variada (repito: esto va en serio, ya está ocurriendo). Y no solo eso, porque la oferta es variopinta: el cliente podrá también revivir las inolvidables sensaciones de algún momentazo de antaño, sentirse vip por un día entre las abarrotadas calles de Shinjuku o delegar en otros una reprimenda monumental del jefe.
Pero lo que más le fascina al alemán es el pacto tácito, entre surrealista y cruel. Estos “profesionales” que hacen de padre ausente de la novia o de figura paterna con la que parchear una adolescencia infeliz. ¿En qué cabeza cabe que un tipo en nómina pueda suplir al finado? ¿Hasta qué punto puede afectar psicológicamente esta mentira mutua tanto al que quiere pasar por quién no es como a la que quiere creer que está con quien ya no está?
Las quedadas padre-hija en lugares emblemáticos de Tokio (del parque de Ueno al Sky Tree) tienen más de primeras citas amorosas y disfuncionales en las que ella intenta completar el imposible álbum de fotos familiar y él, sobreactuado y afectado, ejerce de lo que él considera “padre ideal”.
Convencido del altruismo de su mórbida ocupación -y sin haber pensado mucho en las consecuencias de su suplantación a medio y largo plazo-, Ishii sueña con un futuro en el que el dispensar afecto pase a ser una labor totalmente automatizada, para espanto de cualquier humano orgulloso de su condición. Su mercancía -tan voluble, tan intangible- se antoja un bien de primera necesidad en un Japón asexuado y avejentado.
Ambos entornos “laborales” -el amateurismo naif de Alps o la profesionalidad postiza de Family Romance LLC– se demuestran malsanos, necrófilos. Pero también perfectamente viables, integrables en esta lógica de descomposición ideológica y emocional que va a caracterizar el siglo XXI. Porque lo cierto es que donde existe una necesidad acaba surgiendo un negocio -por grotesco o lúgubre que nos parezca a priori- y la principal carencia de los habitantes de este planeta post-pandémico acabará siendo suplida a base de amor en conserva y sexo por compasión.
Y si creéis lo contrario, echadle un vistazo crítico a algunas de las principales aplicaciones que ya lleváis años utilizando en vuestros móviles a cambio de las otrora sonrisas compartidas, cafés a media tarde y abrazos demonizados, canjeados hace tiempo por ese bitcoin afectivo en divisa like, la aquiescencia tácita de quienes ya no se importan.