Acabamos. Así que desempolvamos, archivamos, empaquetamos, hacemos hueco en el constreñido baúl de la memoria y… a otra cosa mariposa. Porque todo va tan deprisa que ya no hay tiempo para la nostalgia (¿cuánto hace que no revisas aquél clásico que hace una década tanto te arrebataba?). Enumeramos, loamos y… olvidamos.
De entre las películas estrenadas en España en este año que toca a su fin, aquí van mis favoritas. 25 títulos para compiladores compulsivos, para los que siguen creyendo que hay que verlo todo. En realidad, soy tan consecuente como Groucho Marx: si no te gustan estas 25, no pasa nada. ¡Tengo otras 25!
25.- El lobo de Wall Street, de Martin Scorsese
Martin Scorsese hizo su mejor película en años (desde Casino, probablemente) dejándose de homenajes al cinematógrafo o noirs redichos e hiperestéticos. El lobo de Wall Street es cine histérico, desatado, con más sal gorda que el último Berlanga. Porque en contraposición a tanta fábula sesuda sobre la condición humana, el simpático desalmado interpretado por Leonardo DiCaprio tiene pasmosamente claras sus prioridades vitales: dinero, tetas y drogas (no me pidáis que aclare el orden). El resto es ruido y furia: cine nihilista para el año en que la bolsa norteamericana alcanzó su máximo histórico.
24.- El secuestro de Michel Houellebecq, de Guillaume Nicloux
El irreverente escritor francés Michel Houllebecq (autor de Las partículas elementales o Plataforma) se prestó a una de esas bromas que sólo funcionan si el susodicho acepta hacer de sí mismo. Cómo ser John Malkovich pero rodeado de captores comprensivos y lecturas ajenas, vamos. El revuelo causado en septiembre de 2011 –cuando desapareció en mitad de la presentación de su nueva novela- es la excusa para perpetrar un falso documental-recreación de los hechos donde ofrece el mejor retrato posible de sí mismo: bebedor, antisocial y putero. En medio de toda esta comedia bufa aprovecha para soltar opiniones, andanadas y aforismos (a cuál más políticamente incorrecto, por cierto).
23.- The kings of summer, de Jordan Vogt-Roberts
2014 ha sido un año repleto de películas con chavales negándose a entrar en la edad adulta (¿alguien lo hace de buen grado?): Frances Ha, Boyhood y The kings of summer, la menos amarga de todas. Tres aprendices de superviviente, una casa entre los árboles y amistades que remachar para los restos o romper para siempre. El encuentro con la Naturaleza (con la autosuficiencia imposible, en este caso) tiene más de encontronazo, de utopía irrealizable. Pero les sirve para olvidarse durante una temporada de un padre traumado, de una familia asfixiantemente sobreprotectora o… o de lo raro que uno puede llegar a ser.
22.- La entrega, de Michaël R. Roskam
Malas calles, negocios turbios y dos perdedores atrapados por su pasado. James Gandolfini y Tom Hardy regentan un pub de mala muerte, de esos donde siempre hay fútbol en la pantalla plana y tres bolsas de basura por tirar en las traseras. El uno pudo llegar a ser temible tiempo ha, el otro ya sólo desprende fragilidad y desvalimiento. Pero aunque no lo parezca, ambos, a su manera, tienen un plan. ¿Quién renuncia a prosperar en el Brooklyn?
21.- Nebraska, de Alexander Payne
Hacerse mayor es un asco, sí. Y ver como tus mayores, lenta pero inexorablemente, van perdiendo facultades, una mierda que aquí hemos rebautizado eufemísticamente como “ley de vida”. En Nebraska, padre e hijo emprenden una última excursión, no tanto para justificar la road movie como para darle un último gusto al viejo. Se trata de seguirle la corriente y ver, en el trayecto, si uno puede mejorar en algo la opinión que le merecía. Amargura sin rencor espléndidamente fotografiada en blanco y negro.
20.- La Venus de las pieles, de Roman Polanski
En el credo de Polanski, menos es más. El suyo siempre fue un cine de personajes confinados, de fracasos mal llevados por tipos que se creen sensacionales. Repulsión, La semilla del diablo, El quimérico inquilino, Un Dios salvaje… entre cuatro paredes tienen lugar las mejores catarsis. Neurosis o locura sin adulterar: que cada cuál decida. En La Venus de las pieles asistimos al casting imposible de un dramaturgo más interesado en demostrar su excepcionalidad que en encontrar a la musa de su nueva obra. Aunque la tenga delante de sus narices…
19.- Her, de Spike Jonze
Terry Gilliam volvió a practicar la distopía (The zero theorem), pero fue Spike Jonze el que mejor supo hablar del hoy sin irse muchas décadas por delante. Un mundo progresivamente alienado, desinterés por las relaciones humanas, dependencia de una tecnología falsamente emotiva, trabajos que consisten en calmar tanto desapego a través de un buen branding… ¿os suena de algo? Donde algunos vieron azúcar y elogio del hipsterío naif, el menda intuyó suficiente soledad y tristeza como para tres libros de Emily Dickinson.
18.- Frances Ha, de Noah Baumbah
Ella baila sola y si además se llama Greta Gerwig, pues todos caemos rendidos a sus pies. Natural. El tema de Frances Ha es el Tema por antonomasia: “¿qué porras hago con mi vida?”. ¡Vivirla, pringada, vivirla! La Woody Allen femenina se monta escapadas por despecho a París, corre por las aceras en travelling lateral y espera que las amigas reconozcan sus errores y retornen cabizbajas al redil. No hay vuelta atrás: todo el mundo va a la suya y no le va a quedar otra que espabilarse, porque ella –a diferencia de las protas de Girls– no tiene a un papá que pague las facturas.
17.- Jauja, de Lisandro Alonso
A los que nos gusta el cine, de Jauja no se nos ocurre otra cosa que encontrarle referentes de altura y jugar al juego del existencialismo audiovisual. Lo cierto es que Jauja es un irse a ninguna parte, un buscar sin encontrar. A unos les funcionará, a otros no. Pero por más que tratemos de ligarla al archivo visual de nuestra cinefilia, la experiencia es original e inédita. Mortensen, la Patagonia. ¿El resto? A rellenar por el espectador.
16.- Edificio España, de Víctor Moreno
Nos olvidamos de la polémica, pero no de la película. Edificio España se estrenó –de aquella manera, por la puerta de atrás- y descubrimos un documental sin tanta intención como se temían sus atribulados censores. Y tampoco era la parábola grandilocuente que algunos vaticinaron. Sin más: el día a día de unos currantes en un edificio en plena reforma, en la secreta esperanza de perpetrar otro pelotazo a base de ladrillo –los que quedan fuera de plano- o de llegar a fin de mes -los que suben y bajan escaleras con los cascotes a cuestas-.
15.- Gran Hotel Budapest, de Wes Anderson
Wes hizo otra película Wes y a todos nos pareció bien. Una fantasía decimonónica en una Europa indeterminada, con el reparto más espectacular de la temporada. Gran Hotel Budapest nos pide tener fe, una fe infinita en sus posibilidades como ilusionista. El biznieto de Georges Méliès nos regaló tramoya, trucos toscos pero coloristas y esa sensación de cuento de Navidad para post-modernos. Sí, quizás algún día acabe cansándonos, como nos pasó con el universo estrambótico de Michel Gondry. Pero hasta que ese día llegue, ¡que vivan los raritos!
14.- Relatos salvajes, de Damián Szifrón
Pocas veces funcionan bien las películas a base de relatos cortos. Pero la cinta de Damián Szifrón tiene coherencia interna, mala baba, unanimidad en el crescendo. Por si alguien lo dudaba: seguimos yendo al cine para ver a otros hacer lo que nosotros no nos atrevemos. Y como de pensamiento no se delinque, disfrutamos como enanos viendo destripar al canalla, desgraciarse a dos peleles, vengarse a un ingeniero hartito, ver reventada la boda de sus sueños. Ejercitar una crueldad que nos pareció… ¿justa?
13.- Black coal, thin ice, de Diao Yinan
No, no incluyo en el top al Jia Zhang-Ke de Un toque de violencia. Quizás porque le adelantó por la izquierda la mucho menos sutil -¿se pueden hacer sutiles estos ejercicios?- Relatos salvajes. Mi peli china del año fue esta extrañísima Black coal, thin ice; posiblemente la mejor rodada, la más engolada, la más fallida. Pero hipnótica como pocas: una presunta culpable, un policía traumatizado, mucho frío y camiones con carbón. Todo sublimado, revestido de aconteceres increíbles y atmósferas lynchnianas. Rescatadla, no lo lamentaréis.
12.- Magical girl, de Carlos Vermut
Y ya que hemos entrado en el apartado de cine marciano… pues Carlos Vermut, of course. Sirva su presencia a manera de embajada de esa irrupción de buen cine español, un “impulso colectivo” que halló ecos en festivales de aquí y de allá… aunque siga sin contar con el refrendo del público (¿cómo hacerlo, si apenas pueden verlas?). Magical girl es castiza-surrealista, perversa, desconcertante, tierna y bruta. Ale, todo junto. Vidas cruzadas de barrio satélite, traumas con niñas-nímfulas y masoquismo del que no se puede ver ni con los ‘eyes wide shut’. Si no os importa que os pillen a contrapie, la disfrutareis.
11.- Snowpiercer (Rompenieves), de Bong Joon-ho
La locura sci-fi del año vino de la mano de Bong Joon-ho, el director de Memories of murder y The host. A ver, perdona, ¡¿cómo has dicho?! ¿Qué ha llegado otra glaciación y que los únicos supervivientes del mundo mundial están encerrados desde hace lustros en un tren que no para de dar vueltas por cuatro continentes? ¿Qué dijimos de no abandonar la medicación? Todo estaba ya en la novela gráfica, cierto, pero el poderío visual del coreano la transforma en un divertimento que se pasa por el arco de triunfo la verosimilitud de lo contado. Sorpresas tras cada vagón, tras cada túnel, al final de cualquier puente. Una genuina superproducción de serie B.
10.- La chica del 14 de julio, de Antonin Peretjatko
Muy pocas comedias en el top de este año (La gran estafa americana no cuenta). La mejor, esta chica del 14 de julio: una nueva Jean Seberg que se pasea entre tanques ofertando periódicos que nadie compra, una coleccionista de amantes que utiliza el asiento de atrás del coche como diván, un amigo perseguido por la policía que dispara a bocajarro balas de cloroformo… Peretjatko hace algo bien sencillo –y sin embargo, prácticamente inédito en nuestra cartelera-: no ejercer la autocensura. ¡Y menudo tratado surrealista y libérrimo le ha quedado!
9.- Sobre la marxa, de Jordi Morató
No es un biopic. No es un documental. Tampoco es del todo ficción, aunque revisitemos la selva de Tarzán y la mona Chita (aquí al lado, en Argelaguer). Sobre la marxa es la experiencia arqueológica del año: olvidaos de tanto found footage impostado. Jordi Morató se topó con un incunable, con el video Zapruder del amateurismo cinematográfico. Y lo conjugó a la perfección con las ansias de libertad de su protagonista, un Gaudí sin maestros canteros ni diestros forjadores. Los norteamericanos nos bombardean cada año con tres docenas de películas con personajes así: tipos ordinarios con habilidades extraordinarias. ¿La diferencia? Pues que esta tiene alma.
8.- El congreso, de Ari Foldman
Todos queremos a Robin Wright. La culpa fue de La princesa prometida, sí, pero lo cierto es que desde aquél entonces su carrera… bueno, mejor corramos un tupido velo. Hasta el año pasado en que asistimos a su espectacular comeback de la mano de Kevin Spacey en la turbia House of cards. Pues bien: no sólo nosotros la echábamos de menos. Ella también se extrañaba a sí misma. Y aceptó un papel donde se hace el harakiri actoral para volver de entre los muertos transformada, cambiando la carne y hueso por filigrana de dibujo animado. El congreso es otra fantasía desalentadora, otro mundo infeliz inminente. Para los que se preguntan qué pasaría si Roger Rabbit fuese Tom Cruise.
7.- Locke, de Steven Knight
Tom Hardy hace doblete este año con esta golosina para émulos de Marlon Brando: yo, yo mismo, mi coche y mi circunstancia. Un recital sin trampa ni cartón: la caravana vespertina en la autovía colapsada, ese hospital al que nunca llegamos y el manos libres hasta arriba de llamadas que no desearíamos contestar. Si estás convencido de haber tenido un mal día, ojito al infierno del amigo Locke: infidelidad conyugal, hijo no deseado en ciernes, rascacielos por cimentar y muchas cuentas que saldar con la voz paterna de la conciencia. De frenopático, amigo.
6.- Winter sleep, de Nuri Bilge Ceylan
Un eremita encerrado en su hotel. Un monje sin voto de pobreza, precisamente: él forma parte de los afortunados, de los poseedores de tierras, de los que arriendan, delegan, esperan y cobran a final de mes. Pudo haber sido un gran actor. Ahora se conforma con practicar una sangrienta esgrima verbal con su hermana y convivir bajo el mismo techo (y poco más) con una mujer más joven, más sensible a tanto aislamiento voluntario. La elección es suya: continuar en su papel de anfitrión perfecto y terriblemente mundano (cuya presencia ya nadie advierte) o dedicar lo que le queda de vida a algún proyecto realmente personal, realmente valioso. ¿Abandonará su hibernación? Un filme frío y tremendamente original por algo tan sencillo como… darle importancia a los parlamentos, a las confesiones, a la cháchara.
5.- Oslo, 31 de agosto, de Joachim Trier
¿Se puede hacer una película deprimente y, sin embargo, hermosa? ¿Por qué se les dan tan bien a los escandinavos? ¿Será el clima, los atardeceres tempraneros o el puñetero Schopenhauer? El verano va tocando a su fin en la capital de Noruega y un ángel caído goza de su primer día de libertad en mucho tiempo. Aprovechará para visitar a unos, pasear por las imperturbables calles y enfrentarse a esos miedos que siempre han estado ahí. Oslo, 31 de agosto es como un poemilla escrito en el revés de una servilleta, un tratado sobre el querer (o no querer) seguir viviendo.
4.- Interstellar, de Christopher Nolan
Menudo viaje el de Nolan. Y sin sustancias estupefacientes de por medio, oye: de una tierra agonizante a un agujero negro sospechosamente cercano al de 2001, una odisea del espacio. Sí, Interstellar es ambiciosa. Sí, Interstellar bordea el ridículo. ¿Pero a quién se le había ocurrido en los últimos tiempos –Meg Ryan a parte- hacer películas para demostrar que el amor todo lo puede? Sin aliens ni cartón: un viaje con inopinado retorno para demostrarnos que la ciencia no lo puede todo y que el hombre es un ser tan insignificante como egoísta.
3.- Boyhood, de Richard Linklater
Richard Linklater volvió a fabular alrededor del paso del tiempo. Aunque quizás lo menos importante de Boyhood sea aquello de lo que se ha hablado sin parar: la transformación de su protagonista, su adentrarse en la edad adulta y sus flagrantes contradicciones. No, el espectáculo en Boyhood está alrededor de este proto-adolescente: madres que no están seguras que querer serlo, padres que enjuagan sus frustraciones en vasos de whisky sin fondo, soñadores que acaban vendiendo sus quimeras por un poquito de estabilidad…
2.- El desconocido del lago, de Alain Guiraudie
El mejor triángulo amoroso del año fue homosexual. Un lago donde refugiarse de la canícula y solazarse sólo o en compañía de otros. Un dilema moral que no es tal: entre la verdad y una mentira conveniente, siempre nos quedaremos con esta última. Y un observador reluctante, sin la suficiente confianza en sí mismo como para pedir o esperar algo de nadie. El guapo, el feo y el malo jugarán una partida de ajedrez con muchos sobreentendidos y desconfianzas mutuas. La intriga criminal es lo de menos: veniros al agua, echad un vistazo a vuestra alrededor y preguntaros qué sois, cómo os ven… o por quién os gustaría pasar.
1.- La imagen perdida, de Rithy Panh
El mejor filme de 2014, un documental sobre el genocidio camboyano. Pero… ¿es La imagen perdida un documental, en realidad? Más bien hablaríamos de un manifiesto creativo alrededor del trauma que arrastra el propio director: el haber sobrevivido a la borrachera sanguinaria de los jemeres rojos. No basta con hacer pedagogía y luchar contra el olvido (algo que lleva haciendo 25 años, desde su mismísima opera prima); se puede y se debe hacer algo hermoso con la memoria arrebatada, con los vestigios de la locura. Panh recupera las imágenes y nos regala un belén viviente que no aspira a explicar lo incomprensible. Se contenta con moldear a los desaparecidos, con dibujarles un rostro y una vida a quienes les arrebataron todo. La imagen cinematográfica como victoria numantina.