La búsqueda del equilibrio
Pasados ya algunos días desde que finalizó el Asian Film Festival (no así su vertiente online, que continuará en Filmin hasta el 26 de noviembre), hablamos en esta última crónica de dos de los filmes que más expectativas han despertado. Por un lado, Evil does not exist, lo último de Ryusuke Hamaguchi; por otro, Inside the Yellow Cocoon Shell, la deslumbrante opera prima del vietnamita Pham Thien An.
Hace tan solo un par de años, el director japonés Ryusuke Hamaguchi encandiló a crítica y público con Drive my Car, un filme tan monumental como intimista que logró acumular casi un centenar de premios; entre ellos, el de mejor largometraje internacional en los Oscars. Tras este éxito, Hamaguchi regresa tras las cámaras con una suerte de fábula ecológica de tintes oníricos. Los primeros minutos de Evil does not exist nos introducen de lleno en un bosque de Japón casi infinito y cubierto de nieve. Nuestra mirada (es decir, la de la cámara) se eleva hacia arriba, buscando el cielo a través de las ramas de los árboles, haciéndonos ver que somos mucho más insignificantes que toda esa naturaleza que se muestra ante nosotros. Y es en esa mirada hacia arriba, hacia la inmensidad del cielo, donde reside la clave de una película como esta. Un film aparentemente sencillo pero compuesto de múltiples capas que reflexiona sobre la relación del hombre con el entorno natural. Hay en Evil Does not Exist una observación introspectiva y meditada sobre la naturaleza, su funcionamiento y su sabiduría. Y hay también una afilada crítica a la sociedad neoliberal y extractivista que pretende convertir la belleza de dicha naturaleza en un mero bien de mercado. Se trata de un film tan incisivo como poético, una obra en la que, además de las impecables interpretaciones, destaca la atmosférica banda sonora de Eiko Ishibashi, quien ya colaboró con Hamaguchy en Drive my Car.
Takumi y su hija pequeña Hana viven en Mizubiki, un pequeño pueblo de Japón situado en la prefectura de Nagano, cerca de esa zona conocida por los occidentales como “los Alpes Japoneses”. Un lugar en plena naturaleza donde Hana pasea por el bosque y aprende los nombres de los distintos árboles. Uno de esos lugares donde todos los vecinos se conocen, donde reina una aparente paz. Al menos, hasta que una gran empresa llega hasta allí con la intención de construir una zona de glamping, anglicismo conformado por las palabras “glamour” y “camping”. Esta llegada, como es de suponer, será motivo de tensión entre los habitantes, ya que lo que la empresa pretende hacer pasar por una gran oportunidad de negocio para todos los habitantes del pueblo, en realidad no es más que un intento de explotación desmesurada de las tierras que podría acabar contaminando y degenerando el lugar con el fin de lucrar a un puñado de empresarios y accionistas.
Es esta, en definitiva, una película sobre el equilibrio, sobre ese delicado equilibrio que necesitaríamos encontrar si queremos seguir habitando este planeta. Sobre el respeto, la observación y el cuestionamiento de un sistema imperante aceleracionista e insostenible. Un sistema que necesita ser replanteado desde la raíz para que podamos así seguir evolucionando como especie.
A lo largo de la historia ha habido muchas, muchísimas películas que han pretendido reflexionar sobre el significado de nuestra existencia, pero pocas, muy pocas, que lo hayan logrado. En ese sentido, podríamos decir que Inside the Yellow Cocoon Shell es una película tremendamente ambiciosa (y más teniendo en cuenta que se trata de una opera prima), pero de algún modo, el posicionamiento de Pham Thien An tras la cámara realiza un acercamiento al tema asombrosamente humilde; en absoluto desde la asertividad sino más bien desde una búsqueda incansable que se sabe desde el principio abocada al fracaso. Un fracaso, por otro lado, tan hermoso como hipnótico. Un fracaso que deja la narración en segundo plano para centrarse en otra cosa mucho menos racional, más intangible, más inexplicable. En una observación del paso del tiempo, del movimiento, de la transición entre la vida y la muerte (y tal vez, quién sabe, también a la inversa). Hay en Inside the Yellow Cocoon Shell ecos a Bi Gan, a Tsai Ming-liang, a Apichatpong Weerasethakul a Lav Diaz o incluso a Andrei Tarkovski. Todos estos cineastas me vinieron a la cabeza mientras veía el filme, sí, pero al mismo tiempo, aquello no era como nada que hubiese visto con anterioridad. Con una puesta en escena especialmente cuidada, de largos y reposados planos secuencia, la película transcurre como un viaje sensorial que, al mismo tiempo que explora una naturaleza vietnamita profundamente enigmática, se adentra en lo más profundo de un alma humana que se cuestiona el sentido de la fe.
Tras la muerte de su cuñada en un accidente de moto en Saigón, Thien ha de hacerse cargo de su sobrino Dao de 5 años de edad, quien milagrosamente ha sobrevivido al accidente con tan solo un par de hematomas. Tras recoger al pequeño Dao del hospital, ambos emprenderán un viaje hasta el pueblo natal de Thien, ubicado en una zona rural de Vietnam, donde tendrá que buscar a su propio hermano, el padre del niño. Dicho viaje le supondrá a Thien – urbanita, ateo y de talante más bien pragmático– un profundo replanteamiento de su existencia.
Ganadora del premio Caméra d’or a la mejor opera prima en el festival de Cannes, Inside the Yellow Cocoon Shell es un filme que puede, en efecto, enervar a los espectadores. Sobre todo, a aquellos que esperen una narrativa clásica centrada en el desarrollo de un planteamiento, nudo y desenlace al uso. Sus tres horas de duración, sus largos planos secuencia y su argumento más bien parco, ya nos advierten de que no se trata de una película convencional, y de que lo importante de este viaje no reside en la llegada a un desenlace concreto, sino en el replanteamiento de la existencia, tanto de existencia del personaje protagonista como quizás también de la nuestra. Como espectadores, como humanos que dudan, como seres que, pronto o tarde, tendrán que enfrentarse también a la muerte.