Yo leo cada mes un buen número de revistas musicales. Excepto las jevis y las de electrónica, creo que me las leo todas, gratuitas o de pago. Aunque el material pendiente de leer se vaya acumulando (tengo que confesar que, en ocasiones, la sola visión del montón de revistas apilándose sobre la mesita del comedor puede llegar a ser MUY agobiante) siempre encuentro un hueco para pulírmelo de cabo a rabo. Pero no me leo todo, claro. Hay ciertos artistas (y ciertos periodistas, dicho sea de paso) que no te llaman demasiado la atención o que, directamente, no te gustan nada. Me refiero a todas esas bandas o esos artistas que solo ver su nombre escrito en negrita ya me llevan a pasar página en 0,3 nano-segundos. Y uno de esos nombres es Sonic Youth.
A pesar de que tienen discos interesantes (los típicos: Goo, Daydream nation, Dirty… aunque a mí, el que más me gusta es Experimental Jet set, trash and no star), siempre me han parecido unos pesaos. Y sobre todo, una banda un poco… sobrevalorada. Mira que han publicado cagarros y discos infumables (casi siempre bajo esa coartada tan peligrosa que es la del vanguardismo), pero la crítica, de forma sistemática, se niega a admitirlo. Es más, llevo más de dieciséis años comprando prensa musical y jamás (pero jamás, ¿eh?) he leído algo remotamente negativo sobre ellos. Como el Sport con Messi, vamos. En el terreno estrictamente personal, deciros que tengo todavía grabado a sangre y fuego en mi memoria el letal concierto de los neoyorquinos que tuve la desgracia de presenciar en el festival de Benicàssim, hace un montón de años. No sé qué disco venían a presentar, pero aquello fue peor que sacarte una muela sin anestesia y con los Cranberries sonando a trapo por el hilo musical. A Kim Gordon le dio por dejar el bajo en el suelo y probar con la guitarra, ¡a ver qué sale! Y lo que salió fue una jauría eléctrica insoportable, tres guitarras y batería a mayor gloria del ruido por-que-sí. Si a este amargo recuerdo le sumamos la citada sumisión de la prensa y, también, la del 99,7% de los indies barceloneses, el resultado está claro: dan rabia, mucha rabia. Comprendéis ahora que me salte sus páginas, ¿verdad?
Pero si hay algo que he aprendido durante años y más años de escuchar música es que lo que un día fue negro no tiene por qué ser negro para siempre. El año pasado (¿o fue este?) me dio por leer una entrevista que le hizo Ignacio Julià a Thurston Moore, el feo de Sonic Youth (lo cierto es que los cuatro son bastante feos, pero este se lleva la palma) en las páginas de Ruta 66. Mi primera reacción al ver su nombre en el titular fue pasar la página, pero por algún motivo oculto, instinto, yo qué sé, volví atrás y la leí. Y era interesante, sí, para qué os voy a engañar. En la misma, comentaban que el disco que acababa de publicar el otro guitarrista de Sonic Youth, el señor del pelo blanco, Lee Ranaldo, estaba realmente bien. Y parece ser que era un disco de canciones, nada de feedback y ruido. De canciones. Eso me llamó mucho la atención. Pero la cosa se quedó ahí. Unos meses después, en la misma revista, entrevistan al propio Lee y este explica cómo fue la grabación del disco, Between the times and the tides. Para no hacerle un feo, no fuera que tuviera envidia del Thurston, me leí también su entrevista. Decía cosas muy interesantes y, entre ellas, que a él lo que siempre le ha gustado ha sido Dylan, Neil Young y tal. Suficiente: me fui a Spotify, busqué el disco en cuestión y me llevé un (agradable) sorpresón del quince. Puro rock americano, eléctrico, cierto, pero de notable sustrato acústico. Una voz más que correcta y, lo más importante, muy buenas canciones, magníficas algunas de ellas. Ni qué decir tiene que me compré el disco a los pocos días.
Unas semanas después, me entero de que viene de gira a España y que se dejará caer por Barcelona. Dudé si ir, no os voy a mentir, no dejaba de ser el guitarrista pesao de un grupo pesao hasta decir basta. Pero Irene Adler me proporcionó buenas referencias del amigo Lee, puesto que lo había visto recientemente en el festival Tanned Tin (y además por partida doble: en acústico y con banda) y le había gustado muchísimo. Así que no me lo pensé más y me compré la entrada.
Y en esas que el 24 de abril de 2013 me planto en la [2] de Apolo. Y que sea lo que Dios quiera. Nada más llegar, me sorprendió que la sala no estuviera ya medio llena. Es cierto que quedaba todavía una hora larga para que empezara su show, pero es que apenas eramos veinte personas en total. Cuando salió al escenario, ya tenía mejor aspecto, pero aún así no se llenó. La crisis, el fútbol (a esa hora jugaba el Madrid contra el Dortmund), lo que sea, pero uno de vuestros gurús, indies, viene a Barcelona y lo dejáis tirao. Ya os vale, indies, ya os vale.
Me fui para la barra a buscar algo de combustible y, ya que estaba allí, me apalanqué en uno de sus extremos, el que está más cerca del escenario (consejo: desde ahí se ve y se escucha el concierto de puta madre, os lo recomiendo. Yo me adjudico ese metro cuadrado desde ya). Y salieron los teloneros, un power-trío de aquí (supongo, hablaban en catalán) llamado Murnau B. (hum… nombre un poco pretencioso, no lo pueden negar, pero mola mucho). Hacían un poderoso (lo digo por el volumen, sobre todo) post-rock. O post-core. Bueno, era post-algo, música instrumental de esta rara que le gusta a gente, eeehr, rara. A ver si me explico, hacen lo que yo llamo Yes music ( o Música de asentimiento, en castellano), ya sabéis, esa música que crea en el oyente una reacción física que consiste en decir que sí con la cabeza durante todo el concierto (como mi tía Marta, la de Sabadell. Cuando era pequeño, le pregunté a mi madre por qué estaba todo el rato diciendo que sí, y mi madre me respondió que tenía tembleque. En aquella época, al parkinson se le llamaba así, tembleque). En Barcelona es muy común que se organicen conciertos de esta guisa (por eso disfrutamos del puto Sonar en lugar del Serie Z: tenemos lo que nos merecemos). A mí me parecieron una brasa tremenda, pero a tenor de los vítores del público (que a lo mejor eran colegas, vete tú a saber) debí ser el único al que no le gustaron mucho. Sonaron muy bien y muy contundentes, eso hay que reconocerlo. Y tienen su público. O eso creo…
Con unos siete minutos de retraso sobre el horario previsto, salió Lee Ranaldo al escenario, acompañado por su fiel Steve Shelley (otro Sonic Youth) a la batería, Alan Licht a la otra guitarra y Tim Luntzel al bajo. Desde el principio, quedó claro que pese a que la mayoría del material que sonaría a continuación había sido compuesto con una guitarra acústica, este iba a ser un concierto de rock. Mariconadas, las mínimas. Y nada de Yes music, en las primeras filas incluso hubo cierto movimiento (no mucho, estamos hablando de Barcelona). Sonaron muy sólidos, con mucho empaque y las dosis justas de ruidaco marca de la casa (cada vez que comenzaba a agitar la guitarra, medio poseído, yo me ponía a temblar: ¡que dure poco, por favor!), aunque, claro, son muchos años dándole a los pedales y a las afinaciones rarunas (eso no se cambia de un día para otro) y el bueno de Lee no pudo resistirse a tocar la guitarra con un arco de violín, a lo Jimmy Page (el cual, a su vez,se lo había tomado prestado a Eddie Phillips, de los Creation en una de sus numerosas incursiones de rapiña). El repertorio fue una mezcla de las canciones del álbum del año pasado, de temas nuevos (de hecho, abrió y cerró el concierto, antes de los bises, con sendas canciones inéditas que serán grabadas en pocos meses de cara a su segundo disco de canciones) y de alguna que otra versión (yo identifiqué Everybody’s been burned, de los Byrds). Ah, me olvidaba, cantó muuuy bien. No es una voz bonita, pero sí cercana, muy apropiada para la clase de material con el que está trabajando ahora mismo.
El bolo duró poco más de 75 minutos y, novedad en mí, no se me hizo largo. La única nota negativa de la velada, por decir algo, fueron los 4,50 lereles que me cascaron en la barra por una birria de cerveza servida, además, en un puto vaso de plástico. Cosas de ser europeos, supongo… Y me fui para casa pensando en la cantidad de veces que el azar (o el paso del tiempo) nos sirve en bandeja la oportunidad de disfrutar de cosas que, en su momento, o no les diste mucha importancia o, directamente, pasaste de ellas. Yo pasé (con razón, todo sea dicho) del universo Sonic Youth, pero un día el destino me dio un toque en la espalda y me dijo eh, chacho, vuelve atrás, que la entrevista está guapa. Y no me fue mal. Incluso llegué a pagar por ver a uno de Sonic Youth. Lo que hay que ver.
Buena crónica, Fred…no he escuchado en mi vida a Sonic Youth, y Lee Ranaldo me suena a marca de vaqueros y futbolista carioca, pero la historia te ha quedado de lujo!!