Los últimos dos discos de la banda de David Eugene Edwards han ido en progresión ascendente hacia la dureza, las guitarras más afiladas, la electrificación. Desde aquellos inicios de la banda en los que Edwards entraba en éxtasis sentado mientras tocaba ha pasado tiempo y miembros de la banda que han hecho cambiar su sonido. Tocar de pie y los compañeros que ahora le acompañan marcan sus directos. En la sala Apolo, escuchamos los temas de su último disco Refractory Obdurate. La esencia de Wovenhand está ahí, las letras y la música oscura, los gritos desesperados a dios, pero ahora quizás de una forma más descarnada, más eléctrica. Había momentos en los que parecía que estábamos viendo un concierto de metal, menos cuando Edwards cogía la banjola. No es que eso sea malo, al contrario, fue un concierto potente y enérgico.
Las actuaciones de Wovenhand solían ser un trance en el que el público se dejaba arrastrar, salías transformado, tocado, herido y en shock. Buena parte de ello era por el propio Edwards y su presencia sobre el escenario. Sus ojos en blanco, sus movimientos desaforados sobre la silla y la otra parte por su música torturada. Ahora siguen estando ambos elementos, pero algo ha cambiado. Él mismo dice que los músicos que ahora le acompañan le han hecho cambiar su forma de tocar, se han influido mútuamente. Se nota. Esa batería golpeando a fuego, el bajo contundente y las guitarras desenfrenadas son prueba de ello. Fue un gran concierto, pero no consiguió que el trance, el éxtasis llegara. Ese sentimiento que a
veces sientes cuando estás viendo un concierto, que te provoca emociones incontrolables, que te hace sentir. Algo que Wovenhand hasta ahora siempre conseguía. Foto: Jordi Vidal