Quince años han pasado ya desde que Andrzej Zulawski dirigiera su última película, La fidélité (2000). Podríamos pensar que quince años son muchos años –tal vez demasiados– porque en quince años se pueden hacer muchas cosas –tal vez demasiadas–. Escribir una novela, dirigir una película, abrazar el éxito, fracasar estrepitosamente, perder el tiempo, tener varios hijos, envejecer, morirse, resucitar, empezar de nuevo, estar a punto de cometer los mismos errores del pasado, rectificar antes de cometerlos… Pero estos 5.478 días también se pueden emplear en una loable misión como la que ha emprendido el director polaco: superar un reto difícil e inabarcable, demostrarle a todo el mundo que no existen esos desafíos que la sociedad gusta de llamar imposibles y que con el suficiente empeño cualquier iniciativa puede salir adelante; incluso la improbable adaptación cinematográfica de una obra de Witold Gombrowicz, uno de los escritores más singulares e inadaptables del siglo XX.
Recuerdo tras haber leído la novela Ferdydurke hace ya algunos años, sentir la inusitada necesidad de leerla una segunda vez, inmediatamente, para así prolongar durante un poco más de tiempo esa agradable y poco frecuente sensación que se tiene al salir del aletargamiento que provoca leer constantemente ficciones que te dejan indiferente. Recuerdo también una entrevista al escritor polaco en la que, reflexionando sobre cómo sería la literatura del futuro, afirmaba que, sin dudarlo, esta sería autobiográfica. Percibimos dicha cualidad en Cosmos, la novela de Gombrowitz, y también en la homónima adaptación cinematográfica realizada por Zulawsky, en la que un estudiante de derecho (como lo fue Gombrowicz) llamado Witold (como se llama Gombrowicz) se enfrenta a una realidad absurda e impredecible mientras intenta escribir una novela de cariz autobiográfico (como hace Gombrowicz). Un juego de espejos que Zulawsky (¿o tal vez Gombrowicz?) coloca estratégicamente ante el espectador. Espejos deformantes como los que podemos encontrar en las ferias. Espejos que, de modo paradójico, y mediante la deformación extrema que provocan, nos devuelven una realidad incómoda pero necesaria, inaprensible pero contundente. Una realidad que cambia constantemente, una realidad invocada por un lenguaje en eterna mutación, plagado de onomatopeyas, vocablos inventados y desconcertantes distorsiones lingüísticas. Cosmos (2015) propone al espectador un viaje sin un destino claro pero con un recorrido apasionante. Un recorrido heredero de la literatura del absurdo, plagado de guiños literarios, cinematográficos, musicales y autobiográficos. Un recorrido inusual y desconcertante en el que ninguno de los personajes que aparecen está dispuesto a comportarse como el espectador espera.
Y si Zulawski se atreve a adaptar a Gombrowicz en Cosmos, Pedro Morelli osa mezclar animación e imagen real con Zoom, comedia que ironiza con ingenio sobre los cánones de belleza y la condición ficcional de sus propios protagonistas. En Zoom, el punto de partida es bastante simple pero el desarrollo es algo más complejo. Emma trabaja en una fábrica de muñecas. Muñecas muy realistas, muñecas a escala humana creadas con el único fin de aliviar la soledad de algunas personas. La vida de Emma también es solitaria, como probablemente lo es la de los clientes que compran dichas muñecas. A Emma le gustaría que su cuerpo se pareciese un poco más al de ellas: curvas más sinuosas, labios más carnosos, pestañas más largas, pechos más grandes. Eso es, si tuviese los pechos más grandes tal vez su vida sería más sencilla, la gente la tomaría más en serio. Pero lo que Emma no sabe es que da igual el tamaño de sus pechos, porque Emma no es en realidad más que una creación; la creación de Michelle, una modelo que escribe una novela protagonizada por Emma. Una modelo a la que nadie toma en serio porque no es más que eso, una modelo. ¿Dónde se ha visto que una modelo sea capaz de escribir un libro? Si no fuese tan hermosa, tal vez la gente la tomaría más en serio y podría escribir su libro sin que todo el mundo se cuestionase si está o no capacitada para hacerlo. Aunque claro, totas esas dudas sobre si puede o no escribir un libro son al fin y al cabo irrelevantes, porque Michelle tampoco es real, ya que Michelle no es más que la protagonista de una película dirigida por Edward, que a su vez es un cineasta que aparece en un comic dibujado por Emma. Todos los personajes de Zoom (2015) acaban tarde o temprano siendo conscientes de su propia condición de personajes. Como aquellos personajes de la obra de Pirandello que buscan desesperados a un autor que materialice su existencia. Como el protagonista de Stranger than Fiction (2006) o la protagonista de Ruby Sparks (2012). Ficciones que exigen a gritos una prueba de que existen, un certificado de autenticidad, una huella que demuestre que su paso por el mundo no es solamente una alucinación momentánea.
“La vida es surrealista”. Bajo esta premisa que tan poco condiciona la libertad creativa en el proceso de realización de una obra, el japonés Sion Sono dirige Tag (2015), nuevo largometraje que forma parte de una prolífica filmografía plagada de excesos y excentricidades. En la primera secuencia de la película –adaptación de una novela de Yusuke Yamada– , un autobús escolar acaba partido por la mitad a causa de una ráfaga repentina de viento. Literalmente. No sólo el autobús sino también sus correspondientes ocupantes. Todas… menos una; Mitsuko, la heroína involuntaria, la única capaz de burlar su aparente destino una y otra vez, reencarnándose en diversos personajes a lo largo del filme –primero Mitsuko, después Keiko y finalmente Izumi– y esquivando las muertes más inesperadas, absurdas y desquiciantes. Muertes que acechan en cada esquina y demuestran que, en efecto, la vida es surrealista, una suerte de videojuego esquizofrénico ideado por alguien con un gran instinto sádico.
Se ha establecido un interesante debate alrededor de Tag y acerca de su posible condición de obra postfeminista. Se ha hablado de la crítica a la posición que ocupa la mujer en la sociedad japonesa (la estudiante, la novia, la empleada… siempre supeditada a los designios de un hombre), de la redefinición de roles y del cuestionamiento de tradiciones. ¿Por qué es el personaje protagonista de Tag una mujer (o mejor dicho, varias)? ¿Por qué la mayoría de personajes que aparecen en la película son mujeres? ¿Tendría sentido este mismo filme si estuviese protagonizado exclusivamente por hombres? ¿Qué cambios implicaría dicha decisión? Ignoro si Tag puede resultar efectiva como alegoría postfeminista, pero lo que sí que tengo claro es que la actitud de su protagonista (especialmente su decisión final) resulta francamente liberadora en una sociedad que todavía tiene mucho que aprender de sus propios errores.