Will y Eden pierden a su hijo de un modo trágico y este hecho marcará sus vidas para siempre. Anne y Paul pierden a su hijo de un modo trágico y este hecho marcará sus vidas para siempre. Isabelle y Gérard pierden a su hijo de un modo trágico y este hecho marcará sus vidas para siempre. Catherine y Matthew pierden a sus hijos de un modo trágico y este hecho marcará sus vidas para siempre. El mismo punto de partida y cuatro distintos enfoques para cuatro películas muy distintas. En The Invitation (2015), la directora Karyn Kusama nos ofrece una inteligente historia de terror psicológico y tensión creciente bien dosificada. Un reencuentro tras varios años, una reunión de amigos en la que nada es lo que parece. Una tragedia del pasado que se infiltra poco a poco en la trama y que va enrareciendo progresivamente el encuentro. El desconocimiento, la incomodidad, las sospechas, los engaños y los arrebatos de ira. Un único escenario para todos los personajes y un secreto que solo algunos conocen.
We are still here rinde tributo con humor y también cierta inocencia, a Aquella casa al lado del cementerio (1981), al cine de Lucio Fulci y al giallo que marcó de un modo determinante la infancia de Ted Geoghegan, su joven director, allá por los años 80. We are still here es del año 2015, pero podría haber sido dirigida, sin introducir en su guión ni un solo cambio, treinta años atrás. Un trauma que define la psicología de la pareja protagonista, una casa con una maldición y un pueblo sin escrúpulos que intentará cambiar las cosas con la única finalidad de que todo siga igual. Y sangre, por supuesto, mucha, mucha sangre, algo que no podía faltar. A lo mejor después de todo, los espectadores no hemos cambiado tanto en estos últimos años. ¿O tal vez sí?
Guillaume Nicloux, director de películas como El secuestro de Michel Houellebecq (escritor de quien también hablaremos en esta misma crónica), llega a Sitges con Valley of Love (2015), una reposada y peculiar reflexión crepuscular con toques de comedia agridulce y pretensiones misticistas que sabe cómo sacar partido de sus dos principales actores –una Isabelle Huppert y un Gérard Depardieu en estado de gracia– pero que finalmente, titubea y resulta un tanto irregular en una resolución salpicada de tintes fantásticos.
Strangerland (2015), la ópera prima de Kim Farrant, transcurre en un pequeño pueblo perdido en el desierto australiano, al que la familia protagonista (interpretada por Nicole Kidman y Joseph Fiennes) llega con la finalidad de huir del pasado y enderezar la vida de su rebelde hija, adolescente concupiscente, que en realidad tan sólo se limita a repetir los gestos que ya fueron propios de su madre, años atrás. Gestos que en realidad se han repetido cientos de veces a lo largo de la historia del cine. Un déjà vu constante, comportamientos predecibles, tensiones estereotipadas, dramas aposentados en lugares comunes, personajes prototípicos y códigos utilizados hasta la saciedad que al menos, y como muestra de honestidad, no pretenden buscar siquiera la sorpresa del espectador.
Las imposiciones de la sociedad, las normas tácitas de conducta, la publicidad, las presiones familiares e incluso nuestro espíritu competitivo, imponen un modelo de ser humano irreal e inalcanzable. Por mucho que nos esforcemos, nunca llegaremos a ser lo suficientemente buenos en todo aquello en lo que tenemos que ser buenos. Nunca tendremos un trabajo lo suficientemente importante, un cuerpo lo suficientemente canónico, una familia lo suficientemente modélica ni una vida lo suficientemente interesante. Siempre habrá alguien con un trabajo más importante, un cuerpo más canónico, una familia más modélica y una vida más interesante. El resultado de este fracaso no es más que una frustración continua que afecta a la mayoría de la sociedad y que cada uno sobrelleva como puede, unos con más pericia que otros.
Para muchas personas, Paul podría ser definido como un hombre esencialmente mediocre. Tiene poca autoestima, un trabajo un tanto anodino y además, ni siquiera siente un especial apego por su familia. Es por eso que un día cualquiera, se enfunda su maillot de ciclista dominguero y le dice a su esposa que va a dar un paseo en bici. La diferencia respecto a otros días es que esta vez no piensa regresar, aunque eso no se lo dice. Los directores Gustave Kervern y Benoît Délépine otorgan un protagonismo absoluto al personaje interpretado por Houellebecq, que tras su experiencia con Guillaume Nicloux en El secuestro de Michel Houellebecq (2014), decidió que ponerse delante de las cámaras le gusta casi tanto como escribir novelas polémicas. Durante una hora y media nos acercaremos a una muerte minimalista, daremos rodeos a su alrededor y hablaremos con ella. Será un acercamiento a ratos cómico, a ratos ridículo, a ratos sublime; pero lo que sí que será todo el tiempo es humano. Tremendamente humano.
Otro personaje con problemas es Murphy, protagonista de Love (2015), la incursión en el 3D del siempre polémico Gaspar Noé. Durante nada menos que 136 minutos, Noé narra la historia de un triángulo amoroso atravesado por corrientes pasionales desaforadas que van y vienen, de esas que son difíciles de controlar. Murphy cometió un error en el pasado y no soporta seguir acarreando las consecuencias en el presente. Tuvo un hijo con la mujer equivocada y no se lo perdonará jamás. Mucho se ha hablado de Love y de sus polémicas escenas sexuales en 3D. También se ha hablado del ego de su director, que tras el éxito de Irreversible llegó a la equivocada conclusión de que cada película tenía que ser más excesiva que la anterior. Por eso, tras Enter the Void (2009), firma esta Love, cuya historia bien podría estar protagonizada por personajes de un culebrón pasado de vueltas, con un poco más de droga, mucho más sexo y una pizca de trascendentalismo forzado para darle un supuesto empaque al guión. Una historia que hemos visto en el cine demasiadas veces (esta vez, eso sí, envuelta en una factura visual impecable, homenaje a Stanley Kubrick incluido), unos personajes que hemos visto en el cine demasiadas veces. Cientos de situaciones estereotipadas y una pretenciosidad que choca con la psicología epidérmica de unos personajes sin demasiado interés.
Michael Stone, reconocido escritor del libro May I help you to help them? –manual que incluye un sinfín de recetas mágicas para mejorar la atención al cliente en las empresas–, realiza un viaje de negocios a Cincinatti, donde ha de dar una de sus famosas conferencias. Michael sufre la crisis de la mediana edad. O la crisis de la insatisfacción sentimental. O sexual. O espiritual. Bueno, sufre algún tipo de crisis indefinida. Se da cuenta de que su vida es esencialmente anodina y de que todos los seres humanos le parecen iguales. De hecho, todos tienen una misma voz (literalmente hablando). Al menos, hasta que Lisa aparece de repente en su vida y, durante un instante, Michael tiene la sensación de que tal vez, sólo tal vez, las cosas podrían llegar a cambiar.
Este es el punto de partida de Anomalisa (2015), pequeña rareza dentro del mundo de la animación que surge de las mentes de Charlie Kaufman y Duke Johnson. Rareza que no lo es tanto si tenemos en cuenta el pasado de Kaufman como guionista perpetrador de deliciosas anomalías fílmicas (Being John Malkovich (1999), Adaptation (2002), Eternal Sunshine of the Spotless Mind (2004)) que reflexionan sobre el a veces inexplicable funcionamiento de la mente humana.
Otro de los personajes inadaptados que ha poblado el Festival de Cinema Fantàstic de Catalunya estos días ha sido Ryoichi, protagonista de Love and Peace (2015), una de las tres (¡¡¡!!!) películas de Sion Sono presentadas este año en el festival. Ryoichi es un oficinista solitario e inocente que sufre las constantes burlas de sus compañeros de trabajo. En sus ratos libres, Ryoichi sueña con ser una estrella del pop y cuida con extremada devoción de su tortuga Pikadon. Pero lo que Ryoichi no sabe es que en la habilidad compositiva y musical de Pikadon residirá la clave de su futuro éxito. Sion Sono deja de lado (como ya hizo en Love Exposure) las decapitaciones, las vísceras y los esparcimientos de sesos; y dirige esta vez un divertimento inofensivo, una comedia naif de humor blanco para toda la familia en la que nada es lo suficientemente increíble.