Me sorprende realmente el revuelo que La La Land ha creado. La gente la odia y la ama a partes iguales. Cuando pasa esto y no has visto la película en cuestión, puede pasarte lo que me ha pasado a mí. Que todo lo que has oído anteriormente te condicione. Tienes dos opciones. La primera, que te mueras de ganas de verla y vayas al cine y te decepcione. La segunda, todo lo contrario, que se te quiten las ganas de ir y cuando te decides, te guste. Debo reconocer que a mí me ha gustado. Más de lo que pensaba. Ni es el bodrio que algunos desmerecen ni la obra maestra que otros adoran. Está bien. Es normal que se lleve tantos premios y nominaciones (14 al señor desnudo y dorado con la espadita tapándole salva sea la parte), no sé de que se extraña la gente. La La Land es muy Hollywood, muy persigue tu sueño y lo conseguirás. Es lo que siempre nos ha vendido y lo que hemos comprado gustosamente durante décadas. Esto es Hollywood en su más pura esencia. La actriz y el músico que buscan su camino, que se encuentran en él y se enamoran. Es la historia que siempre nos han contado, una y mil millones de veces. ¿Por qué engancha entonces La La Land?
Nos regala referencias ya vistas, películas disfrutadas, momentos vividos. Ha cogido lo mejor de cada musical clásico, lo ha metido en la batidora de la ilusión y nos lo ha servido bien fresquito y listo para degustar. Con colorido a raudales, bailes y mucha música. ¿Si se puede decir cantando porque decirlo hablando? Reconozco que los primeros momentos se me hacen algo largos. Demasiado número musical. Hubiera agradecido menos cantar, menos entretenerse en deslumbrarnos con unos bonitos cromas de una Los Ángeles artificial surgida de un estudio clásico. Esa L.A. no existe. Se la inventó Hollywood y nosotros se la hemos comprado como real. Pero ahí está haciendo su mejor papel, el de decorado perfecto de esta historia de pasiones y emociones que nos guían. Esas que nos hacen humanos. Esas que si no perseguimos nos hacen desgraciados. Esas que al final también te hacen pagar un precio. Después de la espectacular lucha de titanes de Whiplash, era imposible que el director Damien Chazelle nos brindara una historia perfecta de amor lleno de colorines y música. Algo tenía que fallar por el camino. En el fondo ambas películas hablan de lo mismo. De los sueños y los sacrificios que hay que hacer para conseguirlos.
Los sueños se hacen realidad. Aunque a veces no precisamente como nos imaginamos. Y ese es el acierto de La La Land. Porque si fuera todo tan bonito y precioso, no nos hubiéramos tragado la historia. No nos habría atrapado la ilusión que es el cine. Y sí, Ryan Gosling y Emma Stone están estupendos. El resto de actores pululan por ahí, como parte del atrezzo de esta película dentro de otra película en la que sino consigues meterte en la historia, es imposible que disfrutes. Porque el secreto de La La Land es que tienes que dejarte caer en la telaraña, dejarte atrapar y ser engullido. Como decían los Borg: “La resistencia es fútil”. Si no te comes la magia, se te atraganta. Déjate llevar y si no quieres magia, siempre nos quedará Haneke para hacernos el harakiri gustosamente viendo una de sus películas. Pero eso ya es otra historia, otra magia muy diferente, porque esto es Hollywood. Tenedlo presente cuando os dejéis deslumbrar por sus oros y fastos. Disfrutad leches, que de eso se trata
Pd. Si no te gustan los musicales, ni te molestes. La cartelera está llena de películas. Elige otra.