Hitoshi Matsumoto llegó a esto del cine por un camino muy parecido al de Takeshi Kitano: a través de la comedia agresiva, formando dúo kamikaze (los Downtown) con Masatoshi Hamada. Sus primeras apariciones –previas a su rápida consagración a principios de los noventa como “el cómico más famoso de la televisión nipona”– datan de 1982, siete años antes del debut cinematográfico del propio Kitano con su Violent Cop. Desde entonces Hitoshi no ha parado y en la actualidad podemos seguir viéndolo en una de las especialidades del país: como invitado -haciendo el trol, mayormente- en programas que se dedican a rajar de famosos, noticias bizarras o freaks capaces de todo con tal de tener sus quince minutos de… escarnio público.
Escribe libros, es adicto a los videojuegos (aunque parece ser que le marcó fatalmente el Tetris) y se regodea de haber podido hacer lo que le dio la gana, en una etapa de inimaginable prosperidad que le permitió, confiesa, hacer programas de humor “con presupuestos prácticamente ilimitados” (1). Con todo, su bautismo cinematográfico fue relativamente tardío: en 2007, ya cuarentón y tras casi un cuarto de siglo como salvaje animal catódico. Big Man Japan es la primera de sus cuatro películas. De ella y de Symbol (2009) os hablaremos en una próxima entrega.
Empezaremos la casa por el tejado: por Scabbard Samurai (2011), por el samurai de la vaina vacía, por el samurai sin espada. La idea de partida es sencilla, casi minimalista: en lugar de ver al héroe enfrentándose y derrotando a la procesión habitual de antagonistas (el contorsionista Gori Gori, un pistolero sanguinario y algo escaso de honor y una fatal tañedora del samisen)… ¿qué pasaría si tan solo lo viésemos recibir de lo lindo, tener que salir corriendo y evitar toda confrontación porque por no tener no tiene ni katana?
Como el lobo solitario, este nihilista en sandalias también lleva a su cachorro de la mano: una hija que trata de despertar su pundonor, de hacerle recobrar el orgullo samurai. Pero no hay manera: el único camino que practica su progenitor es el de los pies en polvorosa. Hasta que es apresado por un daimio de la región que le impone una tarea peliaguda: hacer reír a su hijo o practicarse el seppuku.
Para lograr su objetivo dispondrá de treinta días, treinta intentonas en las que Matsumoto aprovecha para repasar los principios mismos de la comedia, la importancia de la puesta en escena, de la presentación, de la dosificación del clímax y… y de contar con un público entregado. En su búsqueda de esa sonrisa imposible contará con dos aliados imprevistos: sus dos carceleros, convertidos en esforzados guionistas que pensarán situaciones, elaborarán discursos y pondrán todos los medios a su alcance para satisfacer a un público (sin voz ni voto en lo que a la ejecución del desdichado se refiere) cada vez más exigente.
Humor físico, humor más elaborado, astracanada, proeza, sorpresa. Ser Keaton o ser Chaplin, ser Johnny Knoxville o Chiquito de la Calzada, Benny Hill o Mr. Bean. El samurai reconvertido en titiritero volará, se magullará, soplará, derribará muros… como un concursante de Humor amarillo, las pruebas que se impone maravillarán al respetable y quizás le ayuden a recobrar el placer de ser valorado en el oficio que uno desempeña, ya sea este espadachín secciona-arterias o clown uniclientelar.
Si Scabbard Samurai era como coger la Harakiri (1962) de Masaki Kobayashi y convertirla en un capítulo de Jackass, su siguiente proyecto, R-100, también iba a cruzar entre sí diversos géneros: el yakuza, las comedias con atribulados salaryman y el sadomaso. Como meter a Jerry Lewis en Audition (Takashi Miike, 1999), vamos.
En R-100 (2013) –hasta la fecha, su última película- Hitoshi Matsumoto nos introduce en un club muy particular de nombre harto explícito (‘Bondage’) especializado en dar placer a sus socios, mayoritariamente masoquistas. Si Sean Penn no sabía qué regalarle a un hombre que lo tenía todo en The Game (David Fincher, 1997), aquí la paradoja consiste en todo lo contrario: ofrecerle un mundo alternativo a quién no tiene nada, en este caso un dependiente de unos grandes almacenes con una vida tirando a triste.
Estas “nuevas experiencias” (sorpresivas y violentas) se las ofrecerá un batallón de dominatrix especializadas (las de aquí en imitar voces, las de allá en escupir o engullir clientes) y dispuestas a abordarlo a traición en cualquier lugar: una cafetería, una taberna poco concurrida donde el pobre hombre trata de cenar sushi, los baños de su puesto de trabajo, su propia casa… el hobby acaba siendo harto invasivo, colándose en su aburrida cotidianidad y trastocándola visiblemente. Porque por más avisos que reciba, lo cierto es que el tipo no es capaz de dejarlo: sus arrebatos de placer –somanta palos mediante- se materializan en una deformación de su rostro, que emite unas extrañas ondas concéntricas. Que le va la marcha, vamos.
¿Será compaginable tanto sindiós con las frecuentes visitas al hospital (su mujer está en coma) y con la educación –más allá del cuero y la fusta- de su hijo? Pues no, la cosa va a estar difícil: al final deberá de enfrentarse a todo un ejército de mercenarias del dolor, comandadas por una valquiria-Kagemusha.
Por si el panorama surrealista necesitase de complementos, cada cierto tiempo vemos interrumpida la proyección: en otro ejercicio metacinematográfico, la película que el espectador está viendo también es sufrida por los asistentes a un primer visionado. Es allí donde conocemos su génesis: aspira a ser el legado de un director veterano ansioso de un cambio de registro (viene de hacer El principito) y que presume de no poder ser entendida más que por un público centenario. De ahí el titulo: R-100.
Lo extraordinario se hace un hueco en la vida del hombre ordinario, siempre y cuando esté dispuesto a no ponerle cortapisas a sus deseos, largo tiempo reprimidos. Y el reciclado profesional forzoso puede hacer de un samurai desgarbado, la sensación del Japón de la época Edo. Si os parece extraño o demencial, esperad a que os hablemos de sus dos primeras cintas, dos de los objetos más inclasificables del Novísimo Cine Japonés.
(1): http://www.japantimes.co.jp/life/2013/10/05/people/downtown-comedian-hitoshi-matsumoto-leans-from-tv-to-film/#.VnwytbbhC9I
Me ha encantado como has analizado las películas, breve y conciso pero muy bien explicadas. Estoy realizando mi proyecto de fin de grado de este director y te quería preguntar si sabes de algún libro o fuente que hable sobre la biografia de Matsumoto
Buenos días / tardes / noches, Carlos
Arigato gozaimasu!
La información más útil en castellano la puedes encontrar en el libreto que se editó junto a la llamada ‘trilogía esencial’. Lo firmaba Àngel Sala, el director del festival de Sitges.
Salud!