No sabemos en que país se encuentran, uno en el que ha estallado una revuelta, seguramente un país tercermundista por lo que describen en la obra. Dos parejas se ven atrapadas en un hotel, no puedes salir fuera y no pueden abandonar el país, el aeropuerto está cerrado. Este es el planteamiento inicial de Fum, la nueva obra del dramaturgo Josep Maria Miró. Àlex (Joan Carreras) y Eva (Anna Sahún) son un matrimonio recién llegado para recoger una niña en adopción. Jaume (Lluís Marco) y Laura (Carme Elías) son otro matrimonio, también de Barcelona, que tienen una casa allí. Atrapados dentro del hotel durante días, se verán abocados al encuentro, fortuito o forzado, buscado e intencionado, casual o accidental. Tensión, nervios y mucha mala leche.
El primer encuentro entre Eva y Àlex desata la furia. El teatro de Miró es así, directo a la yugular. Sin concesiones. Laura, una soberbia Carme Elías, decide, quizás en un momento de desesperación o puro aburrimiento, enredar a Àlex en una conjura de mentiras, engaños, malentendidos, manipulaciones y mala baba, para que vamos a negarlo. Una sarta de mentiras que salpicará a estas dos parejas que viven momentos diferentes de su matrimonio. La pareja joven, llena de nerviosismo, espera al hijo que nunca llegó, son muchos años ya, muchos miedos, muchas dudas. Mientras la pareja madura, parece estar más allá de todo, buscando el entretenimiento que no se pueden dar el uno al otro allá donde pueden o les dejan. Ambas parejas están heridas, seguramente no de muerte, pero heridas.
Puede parecer en un primer momento que el personaje de Carme Elías es la mala de la función, pero no nos engañemos, aquí nadie se salva. Sus bajezas morales, sus miedos y sus peores y oscuros deseos salen a flote al verse atrapados entre esas cuatro paredes que les asfixian y les comprimen, que les llevan al límite y les hacen explotar. Ella es simplemente una Pandora que abre la caja, voluntariamente y con agrado, todo hay que decirlo, y deja salir la mierda a flote.
En la butaca sientes el desasosiego, la incomodidad y la desazón que provocan los personajes. Traición y engaños, rodeados de una situación desconocida y descontrolada en la que los protagonistas no pueden hacer nada más que resignarse a seguir con sus vidas, vidas lastradas por un pasado que pesa como un muerto. Y lo hacen viviendo en una burbuja artificial en la que se verán arrastrados a enfrentarse los unos a los otros, e incluso a ellos mismos, a mirarse en el espejo y verse tal y como son y descubrir que quizás no les guste lo que ven reflejado.
Miró es un maestro de la incomodidad, de hacerte sentir, de hacerte pensar, de hacer que te cueste quedarte sentado en la butaca y eso es muy difícil. Y lo cierto es que lo hace con maestría, directo y sin concesiones, sin hacer prisioneros, con una escenografía pulcra y minimalista y con una dirección de actores espectacular. Carme Elías está magnífica fumando elegantemente como una pérfida y malvada Pandora, aquí no hay error, se abre la caja y qué empiece la fiesta parece decirnos. Lluís Marco interpreta a su marido, excelente como un escritor y ex embajador que parece estar más allá de todo pero al que sus miedos parecen corroerle. Joan Carreras es Àlex, el preocupado marido, inocente e ingenuo, al menos al principio es lo que parece. Las apariencias engañan. El que se deja arrastrar por la pérfida Laura. Y Anna Sahún es su mujer, descentrada, perdida y en busca de respuestas que cree que estarán más allá de donde ella está. Cuatro puntales sobre los que se aguanta esta obra magnífica de Josep María Miró. Podéis verla hasta el 26 de enero en la sala petita del TNC.
Fotos: David Ruano