Es admirable la capacidad de Bertrand Bonello de metamorfosear su estética y adaptarse a temáticas muy distintas, siempre manteniendo la identidad autoral. Desarrolló trazos de melodrama de qualité con tono casi documental en las bellas imágenes de L’Apollonide (2011), se sumergió en la inestabilidad social francesa con una dolorosa frialdad en Nocturama (2016) o utilizó espacios virtuales para contemplar, con su hija, las inquietudes adolescentes en Coma (2022). Sin embargo, resulta aún más admirable su capacidad por integrar en cada una de ellas diversas temáticas en planos de lectura superpuestos. L’Apollonide contemplaba la prostitución de una casa de tolerancia, mostrándola de un modo sensual, pero sin ocultar las miserias y degradaciones, a la par que lanzaba una mirada a una burguesía de un mundo en decadencia. Nocturama anunciaba la continuidad del conflicto social francés, su expansión más allá de la banlieue, con una desconexión entre la política y los conflictos reales que se trataban de resolver, por ambos bandos, de modo violento. Simultáneamente, se evidenciaba la indefensión y fragilidad de los adolescentes, las primeras víctimas. Zombie Child (2019), por su parte, tenía la capacidad de tocar de nuevo el enfrentamiento social francés, con un supuesto ascensor social dañado por el racismo, y relacionarlo, zombis mediante, con las improntas del colonialismo.
The Beast es, tal vez, la mejor muestra de tales características. Con una historia construida a lo largo de tres épocas distintas, Bonello desarrolla su capacidad de adaptarla a sus intereses y situarla, si es preciso, en entornos diversos que le permiten expresar más de una capa narrativa. La narración de Henry James en la que se basa la película plantea el bloqueo vital de unos personajes atenazados por una incierta angustia ante los riesgos derivados de una decisión que nunca llega, mientras el mundo entero va más rápido que ellos. Curiosamente, se ha estrenado recientemente (con excesiva discreción) La bestia en la jungla (La bête dans la jungle, P. Chiha, 2023), que, basándose en el mismo relato, sitúa a una pareja en una discoteca cuya música evoluciona con el correr de los tiempos mientras ellos no se atreven a cambiar.
La adaptación de Bonello, aún más libre que la de Chiha, opta por desarrollar, en paralelo, el mundo elegante fin de siècle, la suciedad contemporánea en L.A. y una distopia en un futuro próximo, todas ellas presentadas de modo impecable. Así, el primer episodio aparece ilustrado mediante elegantes travelling y una fotografía cálida. El segundo, capta la realidad con naturalidad, tanto en los interiores de la discoteca o la casa que habita la protagonista y es trabajado con un montaje más sincopado. El tercero asume tonos fríos acorde con la evolución de la narración. El espacio, inicialmente teatral, da pie a ámbitos que nos son más familiares pero que evidencian espacios de peligro y los ambientes van evolucionando hacia una hostilidad. Si la grandiosidad de la mansión de la primera parte conserva algo de vida, esta se desvanece en los amenazantes rincones de una construcción angulosa. Las salas de baile de la burguesía parisina son substituidas por una discoteca fría dónde Gabrielle no encontrará empatía alguna y, finalmente, mutará en un entorno más hostil que lúdico. La desazón que puede transmitir la creación de unas viejas muñecas de celuloide, se transmite a las amenazas y trastornos exhibidos en Facebook o TikTok y, finalmente, la Inteligencia Artificial toma las riendas de las vidas humanas…
Pero la opción de Bonello no acaba ahí. El montaje no es cronológico y alterna una y otra historia, evitando definir su objetivo durante gran parte del metraje mientras añade capas de significados diversos al relato original. La pareja protagonista se repite en el tiempo, aunque las diferencias entre una y otra situación son signo de los tiempos. De tal modo, en el París del XIX, el más próximo al relato original de James, son dos conocidos que flirtean más con la idea de ser amantes que uno con otro, reprimiéndose, atenazados por la sensación de catástrofe inminente en caso de dejarse llevar por la pasión. En Los Ángeles, ella evoca en sueños la memoria de él, mientras la amenaza, la bestia, puede demostrar ser palpable. El futuro la lleva en su búsqueda, en un intento desesperado por mantenerse como un ser humano, habitado por sentimientos. Las tres historias se desarrollarán en paralelo a la leyenda del Holandés Errante, eterno condenado en busca de un amor que sólo encontrará si está dispuesta a sacrificarse por él. A diferencia del clásico Pandora y el Holandés Errante (Pandora and the Flying Dutchman, A. Lewin, 1951), Bonello no pretende versionar la historia de amor fou, sino, todo lo contrario, denunciar la ausencia del mismo, retratar la falta de amor y pasión y enmarcarlas en la evolución social. Así pues, la belleza formal del primer episodio refleja también el vacío emocional, mientras la estética del segundo pone en evidencia un entorno de tensión constante, de amenaza latente y el tercero sitúa a la protagonista en un mundo en el que los sentimientos están devaluados. Enlazando con algunas inquietudes ya presentes en Nocturama o en Coma, las redes sociales de la actualidad no representan una consecución de la libertad individual, sino, al contrario, una extensión de las limitaciones individuales y una exhibición pública de las mismas. La amenaza, la bestia, vive en ellas.
En una estrategia ciertamente compleja, que requiere la atención del espectador, Bonello vincula las historias y las hace una sola. Para ello recurre a la Gabrielle del futuro, quien revisa la misma trama que estamos contemplando. Si durante buena parte del metraje parece haber alguna reiteración o alguna extraña solución de montaje (evidente en las escenas en la casa de L.A.), este dispositivo permite una reinterpretación de lo vivido por ella, y de lo visto por el espectador, y acaba tiñendo el itinerario de un tono elegíaco y desolador.